Raúl Palacios
En América Latina, el péndulo político vuelve a girar hacia la derecha. No es un fenómeno nuevo: desde mediados del siglo XX las sociedades latinoamericanas han oscilado entre gobiernos progresistas y conservadores, entre promesas de justicia social y discursos de orden y seguridad. Sin embargo, lo que hoy se observa tiene un matiz distinto: la derecha radical ha aprendido a explotar las herramientas de la comunicación digital y la psicología política, mientras la izquierda aparece desarmada frente a esa ofensiva.
Propaganda y redes sociales: la nueva arena del poder
La derecha ha comprendido que en el siglo XXI la batalla política se libra en las redes sociales. Con granjas de cuentas falsas, ejércitos de “troleros” y campañas de desinformación, logra imponer narrativas simples y emocionales que penetran con rapidez en la opinión pública. La izquierda, en cambio, suele apostar por discursos más complejos, racionales y estructurados, que no logran competir en un ecosistema dominado por la inmediatez y el impacto emocional.
La propaganda mediática tradicional se ha alineado con esta estrategia. Grandes corporaciones de comunicación amplifican los mensajes de orden, seguridad y disciplina, mientras minimizan o caricaturizan las propuestas de justicia social. El resultado es una asimetría comunicacional: la derecha marca la agenda y la izquierda responde a contracorriente.
Fraude y legitimidad: una historia repetida
Históricamente, la derecha ha recurrido al fraude electoral y a la manipulación institucional para sostenerse en el poder. En El Salvador, los cuestionamientos recientes sobre la transparencia de los procesos electorales refuerzan esa percepción. Lo notable es que, cuando la izquierda pierde, suele entregar el poder conforme a la ley, como ha sucedido en Honduras, donde el gobierno saliente denunció fraude e intromisión extranjera, pero anunció que respetará la transición. La derecha, en cambio, cuando pierde, acusa sistemáticamente a la izquierda de fraude, buscando deslegitimar al adversario y sembrar dudas sobre la democracia.
Este doble estándar erosiona la confianza ciudadana y alimenta la idea de que las reglas del juego solo se respetan cuando favorecen a un sector.
Alienación: la estrategia psicológica de la derecha La razón más poderosa del éxito de la derecha no está únicamente en la propaganda o en el fraude, sino en la alienación. En psicología política, la alienación se entiende como el proceso mediante el cual el individuo se desconecta de su conciencia crítica y adopta una identidad impuesta desde fuera. La derecha, ha convertido esta alienación en estrategia central.
Alienación cultural: se promueven valores tradicionales como si fueran la única identidad legítima, generando rechazo hacia cualquier propuesta que cuestione el statu quo.
Alienación económica: se convence a sectores populares de que sus intereses coinciden con los de las élites, presentando la concentración de riqueza como motor de progreso.
Alienación política: se transforma el miedo a la inseguridad, a la migración, al “enemigo interno” en adhesión a proyectos autoritarios que prometen orden inmediato.
La izquierda, al no identificar o contrarrestar estas formas de alienación, queda desarmada frente a un adversario que juega en el terreno psicológico más que en el racional.
El oportunismo político y la subordinación a Washington
Otro rasgo notable es el oportunismo político de ciertos gobernantes que, en lugar de construir proyectos soberanos, se alinean con la política exterior de Estados Unidos, particularmente con la línea republicana y la figura de Donald Trump. Nayib Bukele es un ejemplo vivo de esa conducta: su estrategia de seguridad y su estilo comunicacional se han presentado como modelo afín a la narrativa republicana, con gestos de cercanía hacia Trump y su doctrina de control.
Este alineamiento no es nuevo en la región, pero hoy se intensifica con la ola de ultraderecha que busca consolidar un bloque continental. La subordinación a Washington se convierte en un recurso de legitimidad, aunque implique sacrificar soberanía y profundizar la dependencia.
El péndulo electoral y la frustración ciudadana
Los votantes latinoamericanos castigan gobiernos que no cumplen expectativas inmediatas. En Argentina, la inflación llevó a la victoria de Javier Milei; en Chile, la inseguridad impulsó a José Antonio Kast. La derecha ofrece soluciones rápidas y emocionales: orden, disciplina, mano dura. La izquierda propone procesos largos y estructurales: redistribución, reformas, justicia social. En sociedades atravesadas por crisis, la promesa de lo inmediato resulta más seductora que la construcción de largo plazo.
Este comportamiento pendular refleja una ciudadanía volátil, que alterna confianza y frustración, esperanza y enojo. La política se convierte en un ciclo de castigos y recompensas, más que en un proyecto sostenido de transformación.
El dilema de la izquierda
La izquierda enfrenta un dilema: cómo responder a una derecha que domina la comunicación digital, explota la alienación psicológica y se apoya en el oportunismo internacional. No basta con denunciar el fraude o la manipulación mediática; es necesario construir estrategias que recuperen la conciencia crítica de los ciudadanos, que devuelvan la política a la esfera de la dignidad y la soberanía.
Esto implica repensar la comunicación, abandonar el exceso de tecnicismos y conectar con las emociones colectivas sin renunciar a la ética. Implica también fortalecer las instituciones democráticas y denunciar con claridad la subordinación de ciertos gobiernos a intereses externos.
Cierre testimonial
La verdadera batalla no es solo electoral, sino cultural y psicológica. La derecha ha convertido la alienación en arma de dominación, mientras la izquierda parece no reconocer el terreno en el que se libra la lucha. El desafío es recuperar la conciencia crítica, rescatar la memoria histórica y construir un relato que devuelva dignidad a los pueblos.
Hoy, más que nunca, América Latina necesita voces que denuncien el oportunismo político, que expongan la manipulación mediática y que adviertan sobre el fraude como práctica sistemática. Pero también necesita propuestas que despierten esperanza, que convoquen a la resistencia ética y que recuerden que la soberanía no se negocia ni se entrega.
La historia nos enseña que el péndulo seguirá oscilando. Lo que está en juego no es solo quién gobierna, sino qué valores se imponen en la conciencia colectiva. Frente a la alienación, la respuesta debe ser memoria, dignidad y resistencia. Esa es la tarea de quienes creemos que la política no puede reducirse a propaganda ni a oportunismo, sino que debe ser testimonio vivo de justicia y libertad.
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