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El bloqueo es algo más que el silencio

René Martínez Pineda

Y entonces, sin drásticas pandemias ni espectros, llega el día fatídico en que, indefensos y sedientos, estamos bloqueados, estamos en naufragio en tierra firme; entonces llega ese día en el que no sale ni una idea absurda o cuerda a jugar peregrina en la página en blanco que se hace tan grande que hasta cabe la luna en ella; ni un palabra pulsuda e imbatible como las esdrújulas y graves de la desnudez huidiza; ni una metáfora que quepa en el suspiro de un demonio exiliado por el demonio de la hipérbole venérea; ni corren desvestidas las imágenes de la nostalgia como criminal y forense tristeza de las letras… y las letras tienen sed de la silueta austera cuando la calle es hambre sin pan, los ojos son sed sin agua, los recuerdos son indigentes sin refugio que caminan descalzos en la acera de la esquina de la muerte que nos habla de erecciones que no culminan en la cómplice metonimia. El bloqueo es amanecer en un desierto sin mapa ni oasis; es volver a la calle y encontrarla vacía y sorda a los deseos que por misteriosos son adictivos; es despertar en la hojarasca de preguntas dulces con respuestas amargas en la que no se puede recurrir a la anomia ni al Leviatán porque la cuarentena del bloqueo está vigente en la universidad pública que sueña delirios digitales privados.

Y como golpe de mar la desesperación del bloqueo arde en el estado de sitio de los ojos sordos y en el encierro de la epidermis gramatical y, desesperado, arranco de mi piel las palabras ocultas en los poros y quedo en carne viva. Ya las palabras guardaron sus párpados en la maleta y se fueron cada quien por su lado, cada quien con la sombra de su pecado no cometido por falta de gerundios… y nadie escucha tras la pared los golpes de pecho de la impotencia.

¡¡Puta!! El bloqueo es un enemigo implacable e invencible, ya diciendo la verdad más verdadera, y se mantiene a la espera de la insurrección de la imaginación que tiene las armas guardadas en la vida carnal de la imaginación que es una mujer misericordiosa. Y, como táctica guerrillera para evadir el bloqueo, recuerdo que me gusta la catedral por el eco de su incienso; y las calles por el sonido sordo de las masacres pasadas que nunca pasaron por los libros de historia forense; y me gusta la patética corrupción del ser oscuro para tener mil novelas que escribir, aunque eso es una canallada; y me gusta la ciudad de edificios históricos y sus defectos que la hacen tan perfecta como un crimen sin víctima. Sé que debo salir a buscar a la mujer que no envejece en la plaza de los desaparecidos porque las ilusiones todavía esperan que les haga la cena al llegar a casa; y debo convertir la historia en pies para que deje huellas meritorias en la dignidad de la memoria que me grita que el dolor es un zumbido opaco en los oídos, un zumbido que nunca descansa, y de nada sirve salir corriendo para huir de él porque siempre volvemos al punto de partida debido a que el patio creativo es un laberinto sin centro, una ausencia que ha olvidado las presencias.

Y, en medio del bloqueo, recuerdo que debo ir al viejo edificio del telégrafo -que sobrevivió ileso a la guerra social de las calles ambulantes con vendedores sedentarios- a escribir el telegrama en el que pediré el auxilio de un vaso de agua, y descubro que había calles bajo un mundo de gente y que había gente bajo un mundo de calles. Y, de puntillas y en silencio, caminan las palabras hacia mi mano para recordarme que me gusta el olor de la Mía pizza y el sabor a libro viejo de la Bella Nápoles que murió de tristeza y soledad; para recordarme que me gusta caminar entre el perfume barato de las trabajadoras del sexo sin amor y entre las carcajadas de los ebrios cotidianos que tienen escondida bajo sus cartones la trama de una novela quijotesca que habla de venganzas y traiciones; para recordarme que me gusta sentarme en la banca sur del Parque Libertad para que me tomen una foto en blanco y negro -con una Nikon F, de acero inoxidable, de 35 milímetros- poniendo cara de que pienso en cosas impensables porque son una insurrección de la causa política más elemental.

Sin embargo, el bloqueo arrecia su embestida y me mantiene dando vueltas en la cama de la noche de los recuerdos perdidos… y no hay una vacuna para recuperar los recuerdos, ni hay un hoyo en el suelo en el que pueda meter la cabeza abatido por la vergüenza que salta al ver una revista pornográfica que invita a la masturbación más severa como las que repiten los indigentes de la palabra utópica, para quienes el sexo no es más que el reflejo de la imaginación, que es la que en verdad importa para superar un bloqueo tan feroz como una cuarentena sin salvoconducto.

Y en medio del bloqueo agobiante, las palabras preguntan y se contestan a sí mismas con muertas jerigonzas; tienen alas sin pájaro o se meten en el túnel de la nostalgia sin salida en el que el imaginario juega a ser Colón; se desprenden de los labios que hablan sin boca y se deslizan en la oreja izquierda hasta el tímpano derecho. Pero las palabras son tan libres que da miedo obligarlas; divulgan los secretos de la traición sin golpe avisa; inventan la plegaria desesperada del ateo y la doctrina del apático; cantan el himno que hace patria cuando se llora por él más allá de la frontera; son un callejón en el que nos adivinan el futuro y nos venden la suerte en falsos billetes premiados de la lotería. Y en medio del bloqueo que proviene de la sed de los ojos, descubro que se quiere imponer la ausencia para que desaparezca la presencia de la gatita que amamos, cuando niños; para que no se manche con colores la memoria de lo presencial; para que no salga a cazar imágenes furtivas; para que el diluvio de la protesta de la metáfora no golpee en la ventana; para que el recuerdo no bese ni muerda. Y sin embargo, la sed de este bloqueo infame me dice, con su golpe de mar sarcástico, que voy a quedarme postrado en la ribera del agobio, porque ese bloqueo, cuando se prolonga más allá del calendario vigente, es una bandera que traiciona a sus colores originarios… lástima que el espectro del bloqueo me impida escribir lo que he escrito sobre él… y entonces descubro que yo soy la aparición, yo el espectro.

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