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Economía en una Lección

Orlando de Sola W.

Muchos consideran que economía es la “asignación eficiente de recursos escasos”. No especifican quien debe asignar esos recursos, pero asumen que los economistas y expertos en el estado.

Otros, como el recordado James Buchanan, consideramos que economía es la “humilde apreciación de nuestra tendencia natural al trueque, o intercambio” y que el estado es parte de la economía, en el sentido que también de ese modo producimos y consumimos bienes y servicios.

Es necesario, sin embargo, establecer con claridad cuales bienes y servicios deseamos producir y consumir en el estado, porque también en el mercado podemos hacerlo, pero con cuidado de costos y beneficios.

A veces olvidamos que el estado y su gobierno debe rendir cuentas a los ciudadanos, consumidores y contribuyentes, cuyos tributos subsidian toda actividad pública y cuyo beneficio social debe ser siempre mayor que el sacrificio.

Los estados están para protegernos, no para expoliarnos, o desgastarnos. La protección de nuestras vidas, libertad y propiedad es parte importante de su propósito, especialmente la protección de nuestro cuerpo, sentimientos y pensamientos, aunque a veces sucede lo contrario.

A veces, en el ejercicio de nuestros derechos individuales también abusamos de la fuerza y el engaño, pese a que matar y apropiarse de lo ajeno están prohibidos desde milenios. Para reforzar esas prohibiciones, nos asociamos en estados, para que estos se encarguen de proteger nuestros derechos individuales y buscar el bien común.

. Pero pretender que todo gasto público es beneficioso constituye, desde el punto de vista de “asignación eficiente de recursos escasos”, una antinomia. Si fuera cierto deberíamos aumentar los gastos públicos hasta alcanzar el bienestar, pero eso no sucede porque el estado, igual que el mercado, tiene límites.

Hay gastos e inversiones necesarias, como las que se ocupan para producir bienes y servicios públicos de seguridad, justicia, salud y educación. Pero hay otros que no se justifican, como los que señaló Henry Hazlitt en “La Economía en Una Lección”, obra en la que ridiculizó como, al romper ventanas, también generamos empleo a los vidrieros, transportistas y demás personas que intervienen en su reparación.

Regalé un ejemplar de ese libro al entonces ministro de economía, pero se molestó porque no entendió la lección. No entendió la diferencia entre economizar y destruir, o despilfarrar, sin atender las necesidades y posibilidades de las personas, que no desean empleos estériles, o improductivos en los gobiernos, sino vivir con dignidad. Si la economía de desgaste, o despilfarro, fuera cierta los gobiernos contratarían a toda la gente, para que ganen mas y gasten mas dinero del pueblo, el cual debemos ahorrar, especialmente cuando ocupamos cargos públicos.

Hace muchos años, cuando estudiaba en la Universidad de California, llegó de Grecia el profesor Andreas Papandreu, que después llegó a ser Primer Ministro de ese país. Defendía la tesis que aumentar el gasto público acelera la economía, pero no anticipaba los resultados de esa exageración, que décadas después resultó en tremenda crisis, auspiciada, en parte, por los prestamistas.

Necesitamos vigilar el gasto público mas que el propio, porque el resultado de nuestra indiferencia es Leviatán, ese monstruo bíblico que resucitó Tomás Hobbes en su obra, en la que nos recuerda que el hombre es el lobo del hombre, en el estado y el mercado.

Exagerar al gasto público para generar bienestar es como contratar gente para cavar hoyos y luego pagarles para que los tapen. Eso no es desarrollo sino desperdicio, en el estado y el mercado.

La solución es asegurarnos que ambos, el estado y el mercado, funcionen. No el mercantilismo, que se vale de oligopolios para explotar a los consumidores, sin intenciones de satisfacer necesidades. Pero también el estado debe cumplir sus funciones, que no dependen de ampliarlas, o exagerarlas, o confundirlas, sino de cumplirlas.

Seguridad, relaciones internacionales, justicia, salud, educación, energía, comunicaciones y transporte parecen ser suficientes funciones para cualquier estado. No recarguemos a los gobiernos con mas competencias y facultades de las que necesitan para cumplir lo esencial, que es la protección de nuestros derechos individuales, cuyo sano ejercicio resulta en el bien común.

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