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Dimensión política de la Sociología (3)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

La pertinencia histórica de la sociología –expresada en la orientación ideológica y teórica que la academia asume en las unidades académicas que la desarrollan como ejercicio profesional- debe evaluarse en función de dos aristas epistémicas que, por acción dialéctica, generan una tensión centrífuga entre enfoques y que son coherentes con las fases del desarrollo de la sociología, la antropología, el trabajo social y la política. La primera es la de los problemas sociales –nacionalizados como hechos sociológicos para darles una connotación histórico-dialéctica, o vulgarizados como simples problemas sociales que se pueden resolver sin resolver lo del modo de producción- que se deducen de la reflexión teórica en el marco de las políticas públicas del Estado (que tienen una dimensión política de clase) que buscan solucionarlos en sus efectos (o subjetivarlos para que “aparezcan” fuera del modelo económico al usar falacias conceptuales como marginación o exclusión social), lo cual ha llevado a calificarlos como lo “anti-social” cuando son, en verdad, lo más social.

En ese sentido, lo “anti-social” y los “anti-sociales” (e incluso los “excluidos” de los que habla la sociología light) son constructos teóricos que tratan de ocultar la intencionalidad y dimensión política tanto de la sociología como de la política, de la economía y de las políticas sociales. Desde esa perspectiva, la dimensión política de la sociología –y la tensión centrífuga que le es inherente- nos coloca en esta encrucijada: formular explicaciones holísticas que comprendan y transformen radicalmente lo social de forma continua (ninguna propuesta científica, política o educativa está acabada de una vez y para siempre), o inventar conceptos tan felices como inocuos e inertes para que la investigación empírica se adecue a ellos y convierta la reflexión sociológica en una masturbación mental o en un estudio técnico impersonal que no oye el lamento de los intereses de clase, reduciéndola al nivel de promoción social. De modo que esa encrucijada es re-escribir la ironía de “La subversión de la ciencia por Eugenio Dühring” (el Anti-Dühring), retomando el absurdo de que la derecha quiere subvertir la sociedad abogando por los pobres; que se puede ser de izquierda siendo neoliberal; o, peor aún, que se puede cultivar la sociología crítica siendo un académico feroz de la derecha.

Pero es la segunda arista de la tensión entre rigor científico y pertinencia histórica la que cobra vigencia en la actualidad (por centrífuga), tanto en lo político-práctico como en lo teórico y académico, sobre todo cuando se valora el pernicioso poder de afectación de los medios de comunicación y la capacidad de seducción de la neo-colonización del intelecto sociológico que lleva a ver los hechos sociales como algo aislado, formal y divorciado de lo cultural. Ver los hechos como algo aislado o, por el contrario, como “muchos algos concatenados” (no me refiero a la simple relación causa-efecto que no siempre se da, pues creerlo así es caer en el pensamiento teológico) depende de la forma en cómo se estudia la interdependencia social; se refiere a los supuestos teóricos que fundan constructos y paradigmas sociológicos. Ya no es una tensión baladí entre un nivel cuantitativo de investigación y otro similar o distinto, sino entre suposiciones discordantes en cuanto a las dimensiones éticas y culturales de la sociedad que definen su codificación política. Siendo así, no se puede estudiar sociología sin el componente cultural, premisa olvidada por las izquierdas regionales.

En mi opinión, tomar decisiones teóricas, ideológicas y políticas que no son políticas, es una tarea cardinal -que no está exenta del conflicto- si queremos que la sociología se desarrolle hacia posturas socialmente científicas, en tanto parten de su pertinencia y compromiso con los pobres, lo que debería convertirla en la voz académica de los que no tienen voz, pues está comprobado que los partidos políticos (al menos tal cual son hoy) no son esa voz y, más bien, son la parte operativa de la falacia de la sociología del contra-cambio que exige que se evada la dimensión política cuando esta es pregonera y militante del cambio.

Como parte de su dimensión política, en sociología se pueden estudiar al menos tres líneas teóricas en torno al análisis social como conflicto: Marx, Dahrendorf y Parsons. Cada línea construye sus supuestos sobre la dimensión política que van desde la visión dialéctico-materialista de Marx (con las clases sociales como sustento), pasando por el eclecticismo de Dahrendorf, hasta llegar al funcionalismo reaccionario de Parsons que tiene como feligresía a los sociólogos que dejan de lado la dimensión política para asumir la dimensión academicista. Lo anterior genera fuertes debates que tienen que no tienen nada que ver con la pseudo-democracia del consenso y que tienen como centro los planes de estudio de la profesión, sobre los cuales hay que tomar una decisión política. La implicación de esa decisión es latente y significativa, tanto para la sociedad como para los desposeídos, sin caer en el falso humanismo que convierte a la sociología en promoción social.

En la sociología norteamericana, pongamos por caso, se enfatiza el elevado nivel educativo y su supuesto rigor científico, pero, si leemos entre líneas, ese rigor no es a expensas de la dimensión política imperialista, debido a que se da por sentado que está implícita y es relevante en el deslinde teórico. Obviamente –sin que los sociólogos gringos se sientan menos o apenados- los enfoques funcionalistas o sistémicos dominan a placer, pues las premisas y tesis, asumiendo una dimensión política, encajan perfectamente con la perspectiva de defensa del capitalismo como algo funcional y forzoso que solo cambia conceptualmente y, por ello, acuñaron palabras como: “globalización”, “emprendedurismo”, “fin de la izquierda”, y, además, al presentarse como “la gran sociología” cierran filas para impedir el florecimiento de enfoques revolucionarios en las sociologías regionales.

Lo anterior convierte a la sociología norteamericana en la Federalista 10 de las ciencias sociales, por su similitud con el ensayo “El Federalista 10” (James Madison) que, en el marco de un falso y patético pluralismo, propone: “resguardarse ante las “facciones”, es decir grupos de ciudadanos con intereses contrarios a los derechos de sus semejantes o a los intereses de la comunidad en general… una República fuerte y grande estaría mejor defendida ante ese peligro que una más pequeña”. De acuerdo con ello, tanto en la sociedad como en la sociología hay que suponer que existe el pluralismo y, por tanto, es necesario el consenso tanto en el sistema político como en la sociología, siempre y cuando sirva para cambiar las “reglas del juego”, no “el juego”.

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