Para unos, lo que está sucediendo en Estados Unidos podrían calificarlo como una crisis profunda interna, promovida, en este caso, por una exposición clara del favoritismo de la “supremacía blanca”. Por cierto, una de las principales características del fascismo clásico, y por la apuesta de un nacionalismo a lo mejor trasnochado, enarbolado por el presidente Donald Trump.
Para otros, podría representar una crisis del capitalismo mundial que ha venido gestándose producto de sus propias contradicciones, entendidas estas como, utilizando el pensamiento marxista, “las contradicciones fundamentales del capitalismo producidas por la tensión entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción”.
Desde que el sistema capitalista se consolidó, a partir de la revolución industrial, a finales del siglo XVIII y XIX, traía sus propias contradicciones, que de alguna manera, cuando se exacerbaron permitieron, si quiere, superarlas y renovarlas, pero esa renovación siempre trae nuevas contradicciones.
Hoy, tanto en Estados Unidos como en el capitalismo mundial, han aflorado esas contradicciones, pero Estados Unidos, al parecer, las quiere resolver, por medio de prácticas ya superadas como el racismo y el nacionalismo. La segunda guerra mundial, por ejemplo, intentó sepultar el racismo de la supremacía blanca que enarbolaba Hitler, con su cegar de la raza aria, como la única que merecía establecerse en Europa.
El nacionalismo ortodoxo o “chauvinismo” como le llamaron los soviéticos, fue combatido y fue superado por la globalización o el globalismo. Para los teóricos, hay diferencias entre uno y otro término, pero para efecto de este editorial los tomaremos como sinónimo, dado su utilización por sus detractores. Trump, cuando enarbola la bandera nacionalista, está prácticamente rechazando el mundo global o la globalización, representada por la eliminación de las fronteras para el comercio de productos y capitales, y las interconexiones comunicacionales.
En Estados Unidos, más que una imposición de aranceles, como una política nacionalista de Trump, lo que ha provocado es una guerra de aranceles, que no solo recienten los ciudadanos estadounidenses, es decir, los consumidores, sino también, el empresariado, los dueños de los medios de producción, uno de los actores esenciales del capitalismo.
Y dado que el empresariado es fundamental para el sistema capitalista, estos son los llamados a ponerle un alto a Trump, que puede ser producto de una negociación entre iguales, o esperar que en las elecciones de noviembre del otro año se produzcan los cambios políticos para negociar por la otro vía, la otra expresión política del capitalismo.
La bandera de la supremacía blanca ha llevado a Trump a lanzar la más grande y abierta persecución contra los migrantes, sobre todo contra los latinos, caribeños y africanos, es decir, contra todos aquellos que no tengan sangre europea. Para que el discurso internamente sea avalado, Trump ha colocado a los migrantes no europeos como criminales, violadores, lo peor del mundo. Aunque aquí, Trump, se equivoca porque estos seres “despreciables”, según él, son mano de obra barata de los que grandes empresarios estadounidenses se han aprovechado para acumular su capital.
Algunos lo tienen claro, por eso es que desde gobernadores, congresista y senadores, además de las organizaciones de la sociedad civil, se han lanzado a la defensa de los migrantes y contra las redadas masivas que sigue promoviendo Trump.
El asesinato de la senadora demócrata de Minnesota, Melissa Hortaman y su esposo, y el atentado contra John Hoffman, senador estatal también de Minnesota, son producto de esa crisis política provocada por esa crisis profunda del capitalismo en Estados Unidos, soliviantadas por el nacionalismo y el racismo que promueve el señor Donal Trump.
Esas crisis apenas comienzan, a menos que los grandes capitalismo mundiales asentados en los Estados Unidos le pongan paro o lo dejen que se profundice más, si es que tiene otra forma de superar las actuales contradicciones y refrescar el capitalismo mundial para las próximas generaciones. De lo que sí podemos estar seguros, es que las soluciones de Trump son una involución a la historia misma del capitalismo norteamericano.