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River Plate se consagró campeón de la Copa Libertadores 2018, que se terminó disputando en el estadio Santiago Bernabéu. Foto Diario Co Latino/Archivo

Copa Libertadores: vergüenza, despojo y festejo de River

Buenos Aires/Argentina/AFP

El superclásico del siglo entre River y Boca por la Copa Libertadores fue este año una cinematográfica mezcla de pasión, locura y vergüenza, con festejo del ‘millonario’ y el sabor amargo de una final transplantada a España.

Usuarios de redes sociales en Argentina rebautizaron con ironía el trofeo como “Conquistadores de América”. Sintieron humillación y despojo cuando la Conmebol ordenó llevar el suspendido partido de vuelta al Santiago Bernabéu de Madrid.

Indignados internautas dijeron que la Copa ya no merecía el nombre ideado en homenaje a los patriotas que en el siglo XIX lucharon por emanciparse de la corona.

Las piedras del escándalo fueron las que arrojaron hinchas riverplatenses al bus que llevaba al plantel de Boca al estadio Monumental, tras un empate 2-2 en la Bombonera.

Rompieron ventanillas en el ataque a 600 metros de la cancha. Lastimaron en un ojo al capitán, Pablo Pérez. El gas pimienta de la policía para dispersar agresores afectó a otros jugadores. Así no se podía jugar aquel 24 de noviembre. Al día siguiente, tampoco.

Las policías comunal y militarizada debían garantizar cordones de protección. No lo hicieron. Nadie explicó por qué. Sólo renunció un ministro de Seguridad.

El papelón no era nada nuevo bajo el sol. La violencia en las canchas y la de ‘barrabravas’ se cobró más de 300 vidas en medio siglo.

Si Buenos Aires organizó una semana después, sin disturbios, una cumbre de líderes mundiales del G-20 ¿qué impedía montar un buen operativo? River le había ganado a Boca una bien organizada Copa Argentina este año en Mendoza (oeste). Y con las dos hinchadas en el estadio, sin incidentes.

“Se hubiera elegido otro estadio, no llevarlo a España. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) no nos defendió”, disparó el presidente de River, Rodolfo D’Onofrio.

Incluso un trunco superclásico de 2015 debió ser jugado. Hinchas boquenses arrojaron aquella vez gas pimienta a jugadores de River en la manga de regreso al segundo tiempo, por octavos de final.

La Conmebol le dio el partido perdido a Boca, que se quedó con la sangre en el ojo. Fue el argumento ‘xeneize’ para pedir este año los puntos y la Copa. La protesta fue rechazada.

En represalia por el incidente, la Conmebol le arrebató al país la superfinal. Así, cambiaron de manos los negocios futboleros de tickets y publicidad, entre otros.

“La final en Madrid fue una patada en el alma a todos los hinchas de fútbol de Argentina. Suena lindo Madrid pero para el marketing, para el negocio global de la pelota, para quitarle la identidad a un juego que debía jugarse en la húmeda, caótica y bien nuestra Buenos Aires”, dijo Jorge Valdano a diario Olé.

Fue una herida en el orgullo. ¿Acaso alguien se imagina un Barcelona-Real Madrid en el estadio de Vélez Sarsfield en Buenos Aires? ¿O a Estados Unidos celebrando el 4 de julio de su independencia en el Palacio de Buckingham en Londres?

El desencanto cesó al rodar la pelota en el Bernabéu y millones de hinchas reactivaron la pasión. River ganó 3-1 el choque entre los dos colosos argentinos y festejó el mayor triunfo contra el rival de todos los tiempos.

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