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Arqueólogos de la palabra

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Decía Jorge Luis Borges (1899-1986), el gran escritor argentino, refiriéndose al mágico mundo de los libros y de los buenos lectores (tan escasos en estos días de tanta superficialidad) que: “Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo; hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos”.

Y así es. Puede estar el libro (me refiero al libro físico, al misterioso y clásico objeto de la cultura) entre cientos de similares, oprimido, en medio de una pila de palabras, sueños y mundos, hasta que por un acto de la Providencia, una mano lo separa, y entonces, sucede la conexión maravillosa. A partir de ese instante, libro y lector, formarán, una cómplice y feliz pareja.

Esa particular emoción de encontrar verdaderas joyas, entre miles y miles de textos, que ahora abarrotan las esquinas de nuestras ciudades, y que en ocasiones, se venden infinitamente inferiores a su increíble valor espiritual, es uno de los mayores placeres que disfruto. No son, las cada vez menos y sofisticadas librerías nacionales o internacionales, las que me seducen. No, son las tiendas, los puestos de libros de segunda lectura. Aquellos, las más de las veces, instalados humildemente en la flor de nuestras calles y avenidas.

Es la labor de paciente arqueólogo de la palabra, la que me lleva hasta estos privilegiados sitios. Ahí la sonrisa cálida de don Jorge Alberto Ramírez, y su fabuloso universo letrado, nos da la bienvenida sobre la Calle Arce, junto al antiguo edificio del Ministerio de Salud en San Salvador. Ahí está su conversación agradable, conocedora, de lector y de hombre infatigable, con sus paquetes que diariamente van y vienen, sorprendiéndonos, insuflándonos vitalidad.

Otro oasis citadino lo constituye el de mi buen amigo Nicolás Chávez, situado a inmediaciones del antiguo Almacén Simán Centro, con una carga de obras didácticas y de temas de la literatura universal. Siempre atento a mostrarnos delicadas perlas de la literatura.

Por cierto, fue allí, donde saludé el año recién pasado, a uno de los pocos personajes urbanos (como dice Nicolás) que nos recordaba a aquel San Salvador, desbordante de tertulias en sus cafés y plazas. Me refiero al estimado pastor Leonel Andrade, quien falleció víctima de un infarto, hace unas semanas, en el Parque San José, lugar al que llegaba a predicar el evangelio cristiano.

De mediana estatura, voz potente, y larga y profética barba, don Leonel, escribía también. Yo le conocí hacia 1983, cuando formaba parte de esos círculos de escritores, periodistas y aficionados a las letras que sesionaban en “Pan Sabroso”, “El Bella Nápoles”, “Pan Vill” y otras cafeterías de grata memoria. Un gran lector y conversador don Leonel.

Vaya para su memoria, esta crónica, y para todos los genuinos lectores, hombres y mujeres, que al amparo de un café, y a pesar de todos los pesares, siguen transitando con un libro bajo el brazo por nuestro querido San Salvador.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.