Adrenalina pura

ADRENALINA PURA

Por Marlon Chicas, El Tecleño Memorioso

¿Alguna vez experimentó su adrenalina al cien por ciento?; ¿viajó en un bólido en las pistas del Autódromo El Jabalí?; ¿se emocionó al transitar a más de ciento veinte kilómetros por hora?; ¿apretó los dedos de manos y pies con todas sus fuerzas?; o ¿recordó las oraciones de la abuelita?, lo anterior es la antesala de la presente crónica, sobre las vivencias a bordo de la ruta 101, en nuestros años mozos, conocida en un tiempo como la “Ruta de la Muerte”.

Abroché su cinturón y viaje con un servidor abordo de la ruta en mención, en la que al volante le aguarda un atlético chofer con su diminuta camisa y prominente abdomen, producto de la ingesta de cerveza y frituras, diente de oro y gafas Ray Ban de imitación, considerado un latín lover de cuanta bella dama sucumbe a sus encantos, sin olvidar a su infaltable compañero de mil batallas, cuyo selecto lenguaje denota su alta escuela, irrespetando señales de tránsito y cuanto automotor se interponga en su camino.

En la década del setenta, circularon unas busetas, que eran verdaderas bartolinas móviles, debido a lo bajo y estrecho de las mismas, obligando al pasajero hacer el bendito al otro usuario, el calor intenso, permitió identificar toda clase de olores como: perfume de marca, el 7 Machos, o la tajada de limón, sin olvidar la peripecia al descender del automotor, si por desgracia tocaba sentarse hasta atrás, provocando incomodidad en los demás, cuya acción incluía un cara a cara con la zona de la espalda en la que esta cambia de nombre al desabordar la unidad; por otra parte, el interior del mismo, se convirtió en el lugar idóneo para informarse de los últimos chismes del día, infidelidades, conflictos familiares, fallecimientos entre otros, por su parte las parejas disfrutaban lo apretujado del automotor para dar sus arrumacos.

En los ochentas aparecen camionetas más grandes que dejaron atrás dicho suplicio, la aventura iniciaba en las colonias Quezaltepec y Las Delicias de Santa Tecla, al emprender el viaje las madres o abuelas se encomendaban a Dios, persignaban a los más pequeños por cualquier eventualidad, ya que, el chofer era poseído por el espíritu de Nelson Piquet, Ronnie Peterson o Niki Lauda, corredores de fórmula 1 en esa época, por lo que el conductor hacia rugir el motor de la unidad y quemar las fricciones del vehículo ante los inesperados frenazos por subir pasajeros, por su parte, el cobrador experto en hacerse el loco con el cambio, alertaba la presencia de la policía, o facilitaba el ingreso al carril aledaño.

Agregado a ello las famosas “norteadas”, entre unidades por llegar a la meta, sin importar que el automotor colisionará con otro vehículo, o se llevase de encuentro algún distraído cristiano, enviándolo al barrio La Cruz, como olvidar las famosas exclamaciones de los pasajeros “Señor, no somos ganado” o “Hey maishtro y quien */#&% lo viene siguiendo”, lo que obligaba al pasajero a desabordar unas cuadras más lejos de lo previsto, ya que, no hubo grito o timbre que influyera en el rústico conductor.

Las unidades eran convertidas en disco móvil rodantes, lo que provocaba daño en los tímpanos del usuario, enviándolo directo al Otorrino, y que decir de las decepciones amorosas del motorista, al son de canciones de Miramar, Alci Acosta, Leo Dan entre otros, presagiando que en cualquier momento el chofer se cortará las venas frente a todos por la resaca del día anterior y el recuerdo de un mal amor. El rostro compungido del usuario reflejaba alegría de llegar sano y salvo a su destino, con los nervios desechos y una cana más por el estrés, no puede negarse que, gracias a esta experiencia, más de algún impío en Dios, se acordará de él durante el viaje, a espera de reiniciar su retorno a Santa Tecla.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.