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Los panelistas fueron Rodolfo Rosales, del (MERS) y Roberto Pineda de (AES), junto a los asistentes concluyeron que no era fácil definir un significado de aquella persona que asistió, participó y es hoy sobreviviente.

30 de julio, una herida que sigue sangrando 

Iván Escobar

Colaborador

¿Protagonistas? ¿participantes? ¿sobrevivientes? Este fue un punto de discusión al inicio del conversatorio referente al 50 aniversario de la masacre estudiantil del 30 de julio de 1975.

La actividad fue organizada por el Movimiento Cultural Salvadoreño «Prometeo liberado» que reúne académicos, investigadores y escritores salvadoreños cada viernes en la ciudad de San Salvador y específicamente en la universidad de El Salvador para hacer análisis, presentación de libros y discusiones de temas relacionados con el arte, la cultura y la sociedad salvadoreña.

En esta ocasión se llevó a cabo un conversatorio en el cual participaron dos protagonistas y a la vez sobrevivientes de aquella masacre, en aquellos días tenían 16 años de edad, eran estudiantes de secundaria; pero militaban en las primeras organizaciones que se estaban formando contra la dictadura del Presidente Molina y el general Romero, quien era ministro de la defensa nacional quienes ejercían una política de represión y persecución contra todo movimiento, organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles y civiles que estaban contra el régimen.

Los panelistas fueron Rodolfo Rosales, del MERS, y Roberto Pineda, de AES, manifestaron que no era fácil definir un significado de aquella persona que asistió, participó y es hoy sobreviviente. Estos protagonistas, 50 años después de aquellos sucesos se les corta la voz, se ponen nerviosos, buscan alguna broma para no recordar a secas lo que presenciaron. «Era una escena dantesca», resumió Rosales, quién para evitar cortarse en el relato llevó por escrito su testimonio.

Y es que no es fácil hablar en primera persona, muchos de los que estaban ahí lo sabían, solo ellos conocen el horror vivido en plena adolescencia o juventud aquel miércoles 30 de julio cuando asistieron con entusiasmo y mucha valentía, sin saber el odio y la violencia que les esperaba.

Ambos recordaron que fue una multitudinaria marcha estudiantil tanto de universitarios como estudiantes de secundaria, y personas particulares que incluso a su paso les animaban, les daban agua, y les decían que tuvieran cuidado.

Era la década del 70’s donde el joven, el ser  estudiante, el portar un libro, o un emblema de una universidad era ponerse en riesgo ante un guardia nacional, ante un policía de hacienda o ante un Policía Nacional eran tiempos donde la juventud se perseguia por tener el pelo largo, por alzar la voz, por organizarse, ya no se diga por marchar. Por ello, sus padres día a día les decían que no sé metieran en nada, «pero ya estábamos organizados», dicen hoy.

En aquel tiempo muchos estaban conscientes del peligro, pero a pesar de eso su juventud y el compromiso que estaban asumiendo les tenía en ese lugar, estaban recorriendo la 25 avenida Norte de San Salvador para hacer sentir sus demandas, las cuales recordó Rodolfo que entre otras eran: aumentar el ingreso de estudiantes a instituciones educativas nacionales, garantizar presupuesto idóneos, entre otras.

Solo exigían sus derechos y alzaban la voz en solidaridad contra todo atropello de parte de la dictadura militar de aquel tiempo que ya había ejercido cierta violencia estatal contra estudiantes tanto en el occidente del país como en la zona central.

Pineda compartió una fotografía de la marcha, donde se identifica, y dice como aquella tarde iban cuidándose unos a otros. Cómo pasaron frente a la ex embajada norteamericana, y gritaron las tradicionales consignas contra los militares, contra el imperialismo contra la represión que eran víctimas jóvenes en occidente días atrás, eran voces enérgicas que se expresaban, por eso manchaban las paredes eran las las vías de expresión de la juventud.

Rodolfo recuerda en su testimonio «que la enorme columna de universitarios, estudiantes de secundaria y algunos sindicatos que se incorporaron comenzamos a movernos lentamente, las consignas eran imparables: por el respeto a la autonomía universitaria, contra la represión, invitando al pueblo a unirse, etc., parecía haber relevos si una voz se apagaba surgía otra igual o más fuerte».

«Cuando llegamos al paso a desnivel, «el puente», guardias nacionales salieron de la primera calle poniente y se colocaron, frontalmente, sobre la 25 de la de cara a nosotros… salió otro grupo de militares de la PH por la calle de los bomberos…la marcha se detuvo… repentinamente se escuchó una detonación al lado de nosotros y un compa con un megáfono caía la cuneta, sobre el megáfono el cuerpo desvanecido….el primero que cayó fue quien varias cuadras atrás nos había saludado y animado con consignas era: Carlos Fonseca estudiante de sociología y presidente de la AGEUS», dijo con su voz quebrada.

Recordó también que en esa marcha andaba de escondidas de sus padres, y se encontró con su hermano menor, de 12 años, también andaba un hermano mayor que les había advertido que no fueran pero se encontraron y todos dieron gracias a Dios cuando estaban en casa esa misma noche, no lo podían creer, dice que los tres se abrazaron y durmieron juntos. Rodolfo escapó con su hermano menor yéndose por la quebrada que viene a salir al mercado San Miguelito y de ahí con ayuda de una señora se limpiaron y se fueron a su casa.

En el caso de Pineda, dijo después de la agresión iniciaron un operativo de búsqueda de sobrevivientes y comenzaron a realizar tareas.

Tanto Rodolfo cómo Roberto dicen que este acontecimiento les marco y les hizo entender el compromiso que habían asumiendo… no se arrepienten, hoy dicen que continúan porque la memoria histórica no se pierda y así honrar a aquellos que murieron aquel nefasto día.

Entre los asistentes en este conversatorio habían otros sobrevivientes entre ellos Evaristo Hernández, un joven estudiante de economía en aquellos tiempos y trabajador de la universidad que se sumó a la marcha, recuerda que fue una experiencia muy difícil, el asistió motivado por la gran cantidad de personas y la necesidad de expresión de la época, pero imaginó lo que viviría.

Los soldados les apuntaban y disparaban despiadadamente contra ellos, él se salvó de milagro porque un soldado solo se quedó viendo y no disparó pero «el horror en los alrededores era grande y la violencia extrema, cadáveres tirados, tanquetas, disparos, cuerpos atropellados en fin… otros jóvenes se lanzaron por los por el puente de la 25 tratando de escapar, otros eran capturados», señaló.

Pineda añadió que también llegaron a presenciar cuando llegaron los bomberos a lavar la calle llena de sangre «era una zona de guerra, dantesca».  Esos recuerdos les acompañan 50 años después a estos sobrevivientes que esperan que esto nunca vuelva a suceder.

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