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¡23 de Mayo!

Renán Alcides Orellana

¡Va llegando la hora! Dicho mejor, prostate ¡ha llegado la hora! Sábado 23 de mayo de 2015, cialis tiempo irreversible para que -al fin- se realice el acto de beatificación/canonización de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, vilmente asesinado el 24 de marzo de 1980. Un acto de distinción para El Salvador que -todavía contra el odio de algunos- hace justicia a la personalidad cristiana de un hombre de oración y de fe, fundamentalmente expresadas en su lucha por la justicia y su opción preferencial por los pobres.

Nunca nadie dudó de la identidad de los autores, intelectuales y materiales, de tan abominable asesinato (premeditación, alevosía y fuerza física superior), después de que la Comisión de la Verdad diera a conocer sus nombres, que -junto a otros valiosos testimonios verbales y escritos- fueron divulgados, a nivel internacional: Marino Samayoa Acosta, el francotirador, siguiendo órdenes del capitán Álvaro Saravia, quien a su vez cumplía órdenes del mayor del ejército Roberto d´Aubuisson. Desde luego, aunque anónimamente, también existieron los encubridores y aquellos que -por cuestiones ideológicas o por obedecer lineamentos político-partidistas- cohonestaron el horrendo crimen, a pesar de sus propalados “principios” religiosos.

Ahora, a pocas horas para la beatificación/canonización de Monseñor Romero, fácilmente se perciben emociones encontradas en la sociedad salvadoreña: por un lado, la inmensa mayoría celebrando, con total regocijo, el acontecimiento que hace honor a quien fue martirizado por enunciar el Evangelio y denunciar las injusticias; y por el otro lado, la minoría -sobre todo una parte autonombrada católica- que siempre expresó rechazo y odio visceral al mensaje de Monseñor Romero, odio que ha de ser peor ahora, cuando se vuelve irreversible su elevación a los altares. Cabe imaginar la coherencia cristiana ¿? de este sector ante la imagen del nuevo Santo, a la hora de su visita al templo…    

Quienes conocimos, aunque quizás en mínima parte, la personalidad de Monseñor Romero -yo le conocí en San Miguel (1947), cuando él coordinaba la catequesis para niños en Catedral y luego, años después, el 31 de mayo de 1994, fui uno de los testigos ante el Tribunal que instruía “la causa de su canonización del Siervo de Dios, Monseñor Oscar Arnulfo Romero”- podemos dar fe de una trayectoria honesta -con coherencia cristiana- como persona y como sacerdote, virtudes que sus enemigos gratuitos le negaron, por pasionismo ideológico. Desde su ordenación en Roma como sacerdote, hasta su labor pastoral como Arzobispo, fueron evidentes su vocación sacerdotal, su entrega pastoral y su afán de servir a los más necesitados.

Contra las voces y actitudes en contra de la beatificación -voces de suyo respetables, por su derecho a disentir- se espera que la celebración sea un acto de sabor popular; esto es, participativo y del pueblo, como lo hubiera deseado el Arzobispo Romero. Porque ahora, todo mundo que antes lo satanizó -políticos, grandes empresarios, militares, laicos…- intentan falsamente ponderar las virtudes de Monseñor, hasta promover la marginación, espiritual y artística, de quienes, verdaderamente, fueron sus testigos y acompañantes, aún en las horas de mayor sacrificio y riesgo de muerte.

En realidad, la próxima beatificación/canonización de Monseñor Romero, debe ser un acto nacional de todos los salvadoreños; y universal de todas las personas amantes de la paz y la justicia. Será San Oscar, San Oscar Arnulfo… o San Romero de América, como su pueblo ya lo había santificado desde mucho antes, como siguiendo la nominación que le diera el obispo-poeta, don Pedro Casaldáliga. Como sea, importará la elevación a los altares de un hombre/nombre, auténticamente salvadoreño, llevado al martirio por el “odio a la Fe” y que ahora, resucitado en medio de su pueblo, seguirá siendo guía y voz de los sin voz… ¡Así sea! (RAO).

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