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Ricardo Aguilar Humano, el pintor desconocido

 

 

Por Tania Primavera Preza

Contiene textos de Alfonso Kijadurías y Pierre Baratcabal

 

 

Azules intensos que me invitan a ir. Salto en medio del arcoíris. Entro a la casa roja. El mural en el lago ha tardado años en crearlo. Quizás hoy ya no existe. Años sin ir a esa casa, que ya no es de  Françoise . Recordando, los perros lo han visto llegar. Le he visto pintar, guardar silencio, tirar carcajadas como marioneta. Ver la tormenta.  Siempre en sandalias, o pies descalzos. Solitario. He visto muchas de sus pinturas. Pinta, siempre, siempre está pintando o dibujando. En esta tierrita, en este Cuscatlán, es como el pintor que no existe, el pintor desconocido.


Conocí a Ricardo Aguilar Humano en 2003, hacía mis horas sociales en el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) en San Salvador. Entre cintas  de cine y la moviola pasaba limpiando y registrando films.  Vi que Santiago recibía a un hombre de pelo largo y gris, vestido de lino claro. Entregaba el Legado Salarrué después de casi diez años, luchando con el legado entregado a él por Maya, hija del artista. Era la reunión previa a la entrega oficial del archivo de su amigo el pintor y escritor Salvador Salazar Arrué Salarrué, Sagatara, a su nueva casa, el museo. Lo fueron a traer a casa presidencial, estaba en un cuarto desde hacía un mes, 100 cajas.

 

En otra ocasión, acompañé  a Santiago a ir por otras cosas a casa de Humano. Desde entonces, somos amigos. Los años no son nada y la vida se va en un soplo. O dura una eternidad.  El 27 de noviembre de 2016, por primera vez nos invitaron a dar una charla “Salarrué, el último nahual de Cuscatlán”, en la Casa Museo Salarrué, en los planes de Renderos.

 

Humano, el pintor desconocido. Nació en Santa Ana en 1940.  Vivió los años beat en San Francisco, eso y más, hasta en 1967 que regresa. En  1969 expuso en parques, ferias de pueblo, en la antigua penitenciaría de San Vicente, y en el viejo y desaparecido manicomio donde ahora se encuentra en INFRAMEN.

 

En La Palma, Chalatenango, abrió una galería por dos años, en los años setenta del siglo pasado. El color en el arte, el arte era el color. Se vivía y se moría por el arte. A inicios de los setentas, se fue a jalón para Cusco, Perú. Donde recibió el “verde, el rojo y el fuego”. Expuso en la Bienal de Las Nieves en Francia, y sus pinturas fueron escogidas para mostrarlas en una Galería de Lyon. Sobre esas pinturas escribió el profesor de dibujo y teoría del color de Bellas Artes de París. Y también Alfonso Quijada Urías conocido como Kijadurías, artículos que publicamos aquí, más adelante.

El pintor Humano, también ha expuesto en Ashville, Carolina del Norte, en la Galería Bobos. En Washington D.C. tuvo una muestra individual. En los últimos años, varias veces ha expuesto en la Alianza Francesa de San Salvador, en compañía del pintor y escritor Kijadurías y la artista visual Françoise Devaud Beseme. Fue miembro fundador de la Real Orden los Locos de Octubre, y consecuente, junto a Manuel Elías, Kijadurías, Miguel Ángel Polanco, García Ponce, Antonio Bonilla, cuya Reina fue Mariposa.  Expositor en Galería La Rendija. Y expositor permanente en la extinta Galería Surú en Piedra de Agua, El Congo, carretera al Cerro Verde. También expuso en Café Luz Negra en 2019. Pero yo no he visto grandes exposiciones organizadas para su trayectoria en El Salvador.

 

Sobre la pintura de Humano, escribió en el año 2.000 el poeta Premio Nacional de Cultura El Salvador, Alfonso Kijadurías, el siguiente texto:

 

UNA MIRADA A LA MIRADA DE RICARDO HUMANO

Alfonso Kijadurías

Valle del Señor

 

“Ricardo Humano pinta lo que no ve, el fragmento invisible de lo evidente, llevado por el imán de lo inconsciente, somete  la materia plástica a los caprichos de la pasión, pinta lo alegre y lo profundo al pintar aquello que se escapa por exceso de realidad, lo que pinta es para tocarlo, hundir el dedo incrédulo en un costado de su fe, mejor dicho de su felicidad por el hallazgo de cada pincelada. Como el maestro Sesshús de quien la leyenda cuenta pintó de niño con sus lágrimas y con el pie una rata que lo libró del castigo impuesto por sus superiores al morder las ataduras de sus manos, o como el maestro Inocente Toledo, quien tras pintar un caballo logró escapar a todo galope ante el asombro de sus captores, Ricardo Humano, hijo del trópico, logra escapar de las cerradas mazmorras de lo fácil para caer en las aguas turbulentas de lo difícil. En su pintura la claridad o la oscuridad muestra lo que yace detrás de cada pensamiento, el sentido detrás de cada brochazo, el gesto convertido en signo, así lo revelan las manchas al prolongarse y tomarse por completo la tela, convirtiendo el marco en una referencia por donde la mirada penetra para mirarse a sí misma y  refundar su inocencia.


Ricardo Humano ha logrado lo que muy pocos pintores han procurado, hacer sonar la pintura, imponerle una melodía, un concierto en el aire que flota o emerge de la substancia esotérica de cada color, y esa melodía al escapar del canon es la que logra liberar a la pintura de la pintura misma, hasta mostrarla como es : desgarrón o herida, cicatriz, aletazo, pasión pura de la impureza que no se deja domesticar por las influencias que no sean las influencias de su naturaleza volcánica también llevada en la mirada halconera del pintor, la naturaleza como fue y será ni buena ni mala, más bien indiferente.

 

A fuerza de insistentes borrones Humano ha convertido la tela en una noche oscura, como la noche del alma de San Juan de la Cruz, en esa oscuridad si uno rasca con la uña de la mirada lo que se descubre es otra capa donde el azul de prusia sirve de cortina a las zonas malvas donde dormitan animales nocturnos, insectos, y hojas, que no tardarán en metamorfosearse en todo aquello que empieza a intuirse en la otra orilla, el primer resplandor en el patio morado donde inicia sus rondas la tortuga maya. Así vuelve de nuevo a repetirse la melodía del darma humano y su aspiración de saltar el muro con la primera clarinada del gallo que cada mañana funda un imperio nuevo. El mayestático imperio de la mirada. Allí el pintor Humano guiado por aliento multicolor de colibrí, recobra el adánico desvarío que le permite penetrar con mano firme en lo diverso, multiplicar el cúmulo de diferencias que conforman nuestra identidad.

 

De esa manera, con ese estilo forjado de tanto escuchar el caramillo del Aduanero, idéntico a sí mismo, fiel al pacto de su pintura y de su sangre, partiendo de su ignorancia creadora ha pintado lo que nunca supo que llegaría a pintar, anticipándose a un conocimiento que no ha tardado en iluminarse, volverse real en la tela donde lo inacabado se fundamenta en un proceso infinito, que al igual que la vida misma no cesa de crearse y recrearse a sí misma. En eso radica su misterio, el de la pintura y la clave maestra de su modernidad. Razón tenían los antiguos maestros japoneses en dejar al margen de sus pinturas un espacio en blanco. Esa zona invisible muy cara a los pintores que como Ricardo Humano pintan todo aquello que no se ve, lo adivinado y lo divino”.


*****

 

 

Al ver y sentir su intensidad, es una pintura que no está enferma la de Humano, no necesita curaduría. “Es” y se entrega y uno recibe, si logra “entrar”, también sin entrar. Y es intemporal, no las fecha, solo una firma: Humano. Un día me contó que se nombró así, muy joven, por el poeta César Vallejo.

Comparto también, pues me parece muy interesante, el siguiente texto sobre el pintor Humano, escrito por Pierre Baratcabal, traducido del francés al español por Françoise Beseme. Pierre Baratcabal es antropólogo graduado en La Sorbonne (Paris), arquitecto, fue profesor de dibujo anatómico y profesor de teoría del color en la Escuela de Bellas Artes de París:

 

 

SOBRE LA FORMA

Pierre Baratcabal

 

Compartiremos, en nuestras experiencias del mundo, el conocimiento de que existen lugares de poder desde donde podemos entreverlo bajo un aspecto inédito. Ubicaciones donde nuestro centro de gravedad psíquico se modifica, «sitios» donde nos abrimos a una modalidad particular del ser; como existen objetos de poder y prácticas propiciatorias. Me refiero a una observación infinitamente prosaica y trivial. El misterio del mundo no se engalana de ninguna semiótica prestigiosa hacia un público, y, de la pequeña moneda del sentido del cual, el pavor humano se esfuerza en edificar una muralla, la historia sólo nos enseña una cosa con certidumbre : ya no seguirá mañana.

 

Aquí, « poder » es, simplemente, el modo infinitivo del verbo que evoca la capacidad de hacer. En este sentido el poder se distingue radicalmente de la reflexión. Reflexionar , no es actuar, es más bien diluir.

Con respecto del artista (a quien nuestra cultura se complace, dudosamente, en diferenciar del «homo-faber» en general), su práctica creadora es una danza ceremonial donde algo se arriesga ; donde el ahorro del riesgo es imposible. El celebrante enfrenta, una vez más, la vertiginosa verticalidad del bebé para formular una convocación.

Para un pintor, esta práctica puede describirse como el encuentro inventado de una forma «ya existente», dentro del azar provocado, a la que el celebrante asigna un valor agregado que sólo engañosamente podría resultar del sentir. Es que el orden, sólo se puede administrar, y, del catálogo de «formas» que poseemos (o que nos poseen ?) en la memoria, no surgirá nada. Nada de salto cualitativo aquí sin la levadura del caos, nada de nuevo sin los céfiros precursores de la presencia dionisíaca, nada de juego de ajedrez sin el alfíl (Esta pieza de ajedrez se llama « el loco », en francés le fou).

 

De los «modus operandis» de la dinastía de agrimensores de no man’s land de la que Aguilar saca sus credenciales, tenemos cierta noción gracias a las observaciones de Leonardo da Vinci : la génesis del cuadro no consiste en la suma de objetos ordenados por una lógica narrativa. Es el encuentro de indicios fortuitos y del deseo narrativo.

 

Le aconseja al pintor empezar maculando de forma aleatoria (tirando una esponja cargada de pintura) la superficie virgen y luego tratar de distinguir y perfeccionar una imagen «ya existente» entre las manchas que descubre.

Así, el bestiario de las cuevas prehistóricas está frecuentemente sobrepuesto en relieves sugestivos de la roca ; así podemos ver muchas cosas en las volutas de humo y el aborregamiento de las nubes y una parte del arte denominado abstracto de este siglo se dedicó a producir estos accidentes precursores.

Aguilar no parece creer que esto sea suficiente para dar sentido o imagen ; su proceso se parece a la escritura automática. El «ardor» de su trazo nos sugiere más bien que se arriesga, alhambrista, a la eventualidad de un surgimiento donde la destreza gráfica aprueba el vacío conquistado del médium y donde la mano, liberada de una esclavitud a la voluntad, da, como el sismógrafo, el indicio y el eco de una mecánica tectónica fuera de alcance.

 

Cualquier obra sólo vale por el «lapsus» (este «acto fallido» exitoso); por lo que se «escapó» del autor, por esta gracia del azar que lo convierte en mediador de una aparición. La práctica artística, si eso se admite, es entonces una disciplina de la inadvertencia. La técnica, la acumulación de las experiencias, de lo adquirido, recetas y el «saber hacer» no son nada sin la aparición de esta gracia. Pero esta aparición no tendrá lugar en su ausencia y, si conocemos muchas sabias producciones inertes y mudas, no podríamos enunciar éxitos inocentes.

 

Para evocar la práctica del pintor, podemos utilizar la metáfora guerrera: existe estrategia y táctica, estas instancias de recortes del tiempo de la acción. Sería presuntuoso evocar la estrategia del creador, es su espacio íntimo y el comentario le pertenece. En cambio, la táctica, da indicios para la apreciación de los cuales el espectador puede aventurarse con cierta legitimidad. No evaluemos este acercamiento como procedente de preocupaciones sofisticadas. Se trata únicamente de «ver» por placer, cómo el cuadro terminado es la huella de una faena, y cómo Aguilar se arriesgó para sacar al duende. La satisfacción esperada de esta re-presentación imaginada a posteriori se parece a la del comentario de la  tauromaquia,  del Ajedrez, de la gastronomía o de la guerra. Allí experimentamos la veracidad del adagio según el cual «el hombre genial es el que me encuentra genial».

 

DEL FONDO

Aguilar,/ elegante de las crestas/, evoluciona en un espacio libre de esta infección. No sólo pinta un mundo sino más bien, desde un mundo libertario de la intuición soberana, donde las órdenes de causalidad alteradas son subvertidas. Primer mundo de la memoria inaccesible, de todo lo que tenemos, pobres « en la punta de la lengua » y que se borra. Línea de horizonte del recuerdo, su límite. Recuerden este mundo, donde, como la fortuna, el hombre podía perder el honor, su nombre, su sombra, su reflejo o su imagen, su olor o su mirada y hasta su potencia fecundadora.

 

REFLEJOS

Un mundo donde el reflejo de una luna, emancipada, puede resplandecer, alocado, bajo un cielo sin el astro ; donde podemos asistir, ninfeas invertidas, universo subacuático de las divinidades yorubas, al misterio de una puesta de sol refractada percibido desde los abismos marinos.

 

SUGERENCIAS

Aquí, nuestro geómetra, cartógrafo, dandy de los confines manifiesta, por la factura, una toma de notas, taquigráfica en cierta forma, adaptada a la captación, en tiempo irreal, de la impalpable presencia, indecible, que deja ver dentro de la profusión hormigueante de una relación fogosa de lo infinitamente fugaz. Croquis, a la manera de Delacroix regresando de África del Norte, diario de viajes, casi caricatura por el hipotiposis. Concentración de los signos reales de la identificación donde, en la urgencia asignada por el olvido, el dibujante compone con la técnica para ahuyentar el horizonte de amnesia donde se abole nuestro universo personal.

 

Finalmente, Aguilar nos entrega, un libro inesperado, croquis de expediciones, sobrepuestos como en Lascaux en la cueva. Indicaciones enigmáticas de lo que entraña la sombra en el entorno de un Dionisios tropical, sugerencia de lo que pasa durante nuestra ausencia, a nuestras espaldas o en la oscuridad, y en cada parpadeo, cuando la extinción de nuestras miopías autoriza al indecible una encarnación diáfana.

 

Ha entendido la infinita potencia enunciada nuevamente por el Vasco de Loyola que libera el abandono del Ego. Sus croquis de expediciones tienen esa fuerza vital de la armonía de colores de una naturaleza que transcribe el artista, transgrediendo con humildad las inhibiciones coloristas de la Escuela sin tener que tomar partido, evitando toda polémica. Es que siempre hay una postura en la manera de pintar, costumbre de la criatura donde encontramos nuevamente, por supuesto, el escollo de los siete pecados capitales. El orgullo es el más generalizado en los pintores debutantes (y tal vez existan grandes « pintores debutantes »). Aquí la debilidad consiste en abandonar la vía intuitiva en beneficio del cálculo lógico con el fin de seducir. Fidelidad al contrato propiciatorio: sacrificio de alianza con el Moloch imaginario, primer círculo donde se agotan muchos destinos.

 

La broma, según la cual hay más gente seria que divertida, ya que es más fácil fingir ser serio que ser divertido, se comprueba perfectamente en el campo de la pintura. Sobre todo en la forma de expresión que nos interesa aquí y donde el artista médium compensa la ausencia de informaciones de primera mano recurriendo a un catálogo de formalismos, que al estar establecido es más eficaz.

 

El acercamiento a las tierras incógnitas visitadas por Aguilar, para quien no fue tan lejos en la incursión, solo entregará una baratija, chucherías, grisgrís y recuerdos para turistas que tendrá que dramatizar con artificios de luces para intentar de insuflarles un poder ausente. En pintura, la elección de lo dramático y de lo austero, de lo triste y de lo espantoso traduce este desconcierto del que busca un efecto para el que no tiene los recursos. En Sugerencias sabemos que, hasta en la impertinencia de los colores, existe la notación sugestiva (si se le puede llamar así) ; no pudo « fabricar » estas armonías, tan improbables como el color de los dendrobates o del pájaro quetzal en el mundo occidental.

 

El nos entrega, acá, como si nada, adicionalmente, y finalmente, la prueba de que el sueño está en tecnicolor, contrariamente a las alegaciones de sectas herederas de los siglos de tinieblas y de mortificación del hombre culpable. Sectas reinando sobre la muerte del milenio cuya plena potencia sobre el hombrecito del cual habla Wilhem Reich, nos convence de la existencia de algo inferior a la conciencia parlanchina, gris y inodoro.

 

Quedamos tranquilos, el color reluce en ondas generosas, pulsa en encadenamientos orgánicos y vegetales, refleja intenciones en el transcurso de la concreción; cámara de burbuja que revela la silueta de proyectos de seres en formación. Espacio abundante en virtualidades pulsativas de una encarnación por nacer en el intangible. Anatomía del Fatum o escena de la vida de los « duendes » según nuestras metáforas íntimas.

 

La coherencia indica la vía del silencio, simetría del iconoclasmo en la asunción de un advenimiento del visible. Extinción del verbo, advenimiento del ver – Pero nuestra generación de retóricos del bajo imperio, temprano supo componer con el absurdo. Y, sabiendo que los glifos de los codex traídos de contrabando, por Aguilar (guardián del paso, Charon azteco) no encontrarán la piedra Roseta que les daría su sentido literal.

 

No pude evitar, y fue una debilidad mía, decir algo, algo como lo que dijo el director de las reservas americanas, al concluir una conferencia, habría tenido que avisarle por anticipación de que « si me entendieron, es porque no supe expresarme bien ».

 

 

Humano es parte de la Historia Contemporánea de la Pintura en El Salvador, no aparece en libros ni reseñas, pero se siente, y eso es invisible. Humano, el pintor que no existe, despierta con un prisma matinal.

El 16 de octubre de 2021, amanecí con un mensaje de Humano, decía “Me duele mucho la espalda” era de la noche anterior, pero no lo vi, lo vi hasta la madrugada del siguiente día. Humano partió, su corazón tuvo un ataque cardiaco, su corazón de pintor, su corazón de color. Hoy los diarios hablan de tu muerte. Hoy los amigos que no te visitaron nunca hablan de vos. Otros ya se fueron antes que vos. Queda la palabra, queda la luz, porque sos luz. Pero también, las injurias vamos a combatirlas con verdad, ya estas con tus amigos, con Salarrué, con Roque, con Alejandro Bella, en esa dimensión que no sabemos qué hay después. Por ellos, que, si eran tus amigos y eso basta, ellos saben que es así, por más libros falsos con historias inventadas. Ustedes están más allá de todo el tiempo. Te fuiste en octubre, el mes de nosotros, el fuego hablo por vos, ahora estás en el verde y el rojo, en los invisibles colores que entrega el  sol,  como cuando Benito te entregó el secreto de la vida en Machu Pichu. Te imagino de espaldas aun pintando, en aquel estudio lleno de pinturas, pinceles, con tu ropa de trabajo en harapos, el aroma del incienso sagrado de flores, y quedó tu auto retrato que no terminaste con quien pude conversar.

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Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.