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Qué hacer con el FMLN

Iosu Perales

Capaz de lo mejor y de lo peor, la izquierda salvadoreña camina hacia ninguna parte, siguiendo la máxima “avanzo sin pararme a pensar, pues si me paro me adelantan”. Es un hecho que siento que la perplejidad sigue siendo el estado de ánimo de una izquierda que no estaba preparada para la derrota y aún hoy no da señales de poder superar adecuadamente semejante crisis.

Pertenezco al ejército de internacionalistas solidarios, que asiste no sin tristeza al espectáculo de un partido que fue glorioso y se ha vuestro irresponsable. Recuerdo que, en una coyuntura de felicidad y altas expectativas, allá por 1992, escribí un texto para mis amistades del FMLN en el que ponía hincapié en una advertencia: “Cuidado, la vida política institucional puede desnaturalizar nuestro partido al cabo de los años. La vida institucional fagocita las energías revolucionarias. El antídoto está en vivir pegados a la gente e inspirarnos en ella”. Parece que la advertencia se ha cumplido.

Confieso que no esperaba que fuera tan pronto. Si pudiera dar marcha atrás en la manivela de la vida, y de pronto estuviera en la década de los años noventa del sigo XX, pensaría que dos legislaturas de gobierno del FMLN nos darían oportunidades insospechadas para iniciar un proceso de cambio del país. Pero no fue así. El balance ha resultado descorazonador, algo que en 1992 no hubiese esperado.  Las mejores ideas, aquellas que siendo oposición alumbraban el camino a seguir fueron echadas al cubo de la historia, aupándose en su lugar un pragmatismo mediocre. La izquierda conservadora se impuso al partido ambicioso que soñaba con cambiar la vida del país desde la valentía, la confianza plena en la gente y desde la puesta en marcha de estrategias de economía popular alternativa y de consolidación de la democracia.

Todo el contenido rebelde y alternativo del Buen Vivir quedó en nada, ni siquiera hubo debate. Perdimos las ganas de vivir en revolucionario y nos convertimos poco menos que en funcionarios.

Para empezar, ya es un problema que no haya un diagnóstico común acerca de las causas de descalabro electoral en las presidenciales primero y en las legislativas después. Si no hay diagnóstico claro y compartido cada cual querrá aplicar su remedio y, la consecuencia, es la prolongación de un estado de confusión permanente y de división.

Es por ello que, creo que el primer paso a dar, es un debate franco sobre las causas de las derrotas electorales, lo que permitiría establecer dos caminos para salvar ese instrumento que es el partido:

Alternativa Uno. Hacer un esfuerzo por las partes para tejer vías incluyentes, puentes, construyendo una dirección integradora, representativa de la pluralidad y con permanente vocación de cuidar y preservar la unidad del FMLN en todos los niveles. Esto podría decidirse y votarse en el marco de un congreso extraordinario que apruebe un documento básico de línea del partido. Para que esto sea posible nos tenemos que subvertir a nosotros mismos y pasar del sectarismo al diálogo y al deseo de unidad. Pero parece que es más fácil seguir con el sectarismo, ya que el diálogo exige valentía, generosidad, para escuchar. Virtudes nada fáciles en la actualidad.

Alternativa Dos. Si por vía anterior no se puede avanzar, lo cierto es que frente al camino equivocado que significa cronificar la crisis y la división, pienso que hay una prioridad de segundo nivel: fijar los esfuerzo en la reconstrucción de lo que cada fracción o corriente pueda organizar, para después abrir un diálogo entre ellas que haga posible una alianza electoral ganadora.  Habrá quienes piensan que todavía hoy pueden lograr la hegemonía en el partido, excluyendo a los perdedores en una posible votación, pero deben preguntarse si se trata de algo viable o simplemente de un deseo.

Las dos propuestas, A y B serían posible desde un pacto de no agresión que no dañe las ya difíciles relaciones internas. Que cada militante, cada afiliado, se sitúe libremente donde se sienta más cómodo, sin más presiones que las de su propia conciencia.

Llámenme ingenuo o lo que quieran. Pero lo revolucionario, lo rebelde, no puede aceptar fácilmente que quienes fueron compañeros y compañeras cuando la lucha era a vida o muerte se desangren políticamente por no aceptar lo que ya es evidente, la existencia de una división. Una fractura que hay que tratar que dañe lo menos posible al pueblo.

Distintos relatos deberán convivir. Diferentes evaluaciones de las derrotas también.  Que cada agrupación, con lealtad a la historia del FMLN, aporte a la construcción de una nueva alianza, poniendo fin a la batalla interna por el dominio del partido.

No niego que mis preferencias están en la vía A, pero ahora estoy hablando de salvar los muebles, del mal menor, y evitar la muerte por inanición del partido. Y no estoy hablando de una unidad forzada con una sola dirección unificada, estoy diciendo que, cabe una segunda alternativa: la única manera de ver la luz al final del túnel puede ser la de una alianza de dos o más corrientes con una propuesta electoral común.

Para este plan, la dirección actual del FMLN y la dirección sustituida deberían ser capaces de reunirse y acordar un plan de mínimos que incluya un calendario para las muchas conversaciones que deben hacerse. Quienes piensen que todavía es posible una unidad con una sola dirección deberían imponerse un plazo prudencial de tiempo para lograrlo, no vaya a ser que estén perdiendo el tiempo.

Nadie debiera perder de vista que la razón de ser de la izquierda es la esperanza. Quien lo olvide y centre sus esfuerzos en hacer y ganar batallas internas, como búsqueda de satisfacción, estará perdiendo la batalla estratégica. La gente no puede esperar y nos reclama alternativas prácticas para superar la crisis, desde el principio de que los partidos no son un fin en sí mismos sino una herramienta para servir al pueblo.

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