Ónix y los limones

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y Editor

suplemento Tres mil

 

Tenía una corbata de pelos en el pecho que lucía con elegancia. Le gustaba observar a los insectos paseando en el jardín y dormir por largas horas en el sillón de la sala o en las sillas del comedor. Ónix era su nombre y le hacía honor pues era casi todo negro, exceptuando la corbata de pelos. Como estaba castrado era enorme y gordo. Era mi gato, nuestro gato.

Mi mamá lo trajo desde San Luis Talpa en una caja de cartón. Estaba esquelético y parecía que no había comido en días. Esa misma tarde mi abuela y yo habíamos ido a recoger otro gato negro al que bauticé Bruno. No podía tener dos gatos, así que elegí a Ónix.

Ónix era todo un caso, parecía más un perro que un gato y se encariñó tanto con la familia que era imposible no quererlo. Un día nos trajeron una perra (Siba) y unos perros quisieron entrara la casa para morderla. Nuestro gato no lo permitió y salió en su defensa. Se enfrentó a los canes, que atemorizados huían.

Claro que no todos estimaban a Ónix, pues mi padrastro, don Yaco, lo odiaba. Creo que el sentimiento era mutuo. Cuando cenábamos mi padrastro se sentaba en la disque cabecera de nuestra mesa redonda y allí con sus piernas desnudas devoraba los frijoles con huevo. Justo en el momento en que llevaba el tenedor a la boca el gato, con sus uñas al máximo, se arrojaba para aruñarle las piernas

-!HAY GATO HIJUEPUTA! -gritaba.

Y se levantaba para perseguir al felino, quien se escondía bajo las gradas, completamente inalcanzable.

En otras ocasiones don Yaco dormía la siesta en el sofá, entonces el gato subía al respaldo del mueble, entrecerraba los ojos y con sus tiernas patitas avanzaba hasta tener una buena posición y arrojarse para aruñar la cabeza cana de don Yaco.

-!HAY GATO CEROTE! -aullaba el individuo.

El gato de inmediato desaparecía de su vista y mi padrastro arrojaba espuma por la boca.

La relación entre Ónix y Yaco se fue erosionando hasta el punto que él enfrentó a mi madre.

-Bueno Patty, decidí: ¿el gato o yo?

-Ha sido un gusto conocerte Yaco. ¿Cuándo te vas?

El tipo al oír esa respuesta omitió lo que dijo y guardó silencio. Al poco tiempo Yaco se fue de la casa y Ónix siguió maullando y durmiendo en las sillas del comedor.

Con el tiempo me fui de la casa de mi mamá y el gato me acompañó un par de años en la residencia de mi abuela materna, hasta que me casé. Entonces Ónix regresó donde mi mamá. Era lindo mi gato.

Una noche mi mamá ordenó pizza a domicilio de NASH (razón por la que nunca voy a ese comercio) que indigestó a mi hermana y a nuestra progenitora. Ambas le dieron de comer al gato. Lamentablemente Ónix no tuvo tanta suerte y murió. Llegué ese día y lo encontré acurrucadito en el jardín. Estaba pesado e inmóvil. Abrí un agujero cerca del limonero para enterrarlo, justo a un metro donde estaba enterrada Rami, mi primera gatita. Mis dos gatos siguen en casa, aunque no maullan, una surge en las flores de Mirra cada cierto tiempo y Ónix en miles de limones casi todo el año.

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