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Lo conectaron, lo trabajaron, y llegado el momento, lo lanzaron

Francisco Herrera

En Honduras, en junio 2009, casi igual. “Casi” porque los agentes de la CIA no mataron al presidente Zelaya. Hoy – hasta hoy – la línea directriz es, gracias a la velocidad de los medios y las redes, todos los días, hora tras hora, moldear la opinión pública mundial, en particular la estadounidense. Acostumbrarla, aclimatarla, lograr sutilmente –gota a gota– que finalmente dé por aceptable la “necesidad” del golpe a Nicolás.

Tercer error, muy grave: ya pasaron cuatro meses y Washington no ha logrado respaldo decisivo para su hombre. “Más de cincuenta países” de la “comunidad internacional” apoyan a Guaidó, repiten los servicios de información de la Casa Blanca reboteados día tras día en los medios, los salvadoreños por ejemplo. [Qué alentador sería – para dignidad de su profesión – que algún periodista por acá les anunciara a sus lectores-oyentes-televidentes uno a uno los nombres de esos “más de” cincuenta países (¿países?), ¿gobiernos de esos países?, ¿o pueblos de esos países?) que apoyan a ese muchacho; y que ese periodista nos dijera por qué pasan los días y no aumenta esa cifra “más de”. Y qué halagador sería además que en su nota ese periodista hiciese la diferencia entre “apoyo”, “respaldo” y “reconocimiento”; entre “reconocimiento” y establecimiento de relaciones entre…, ¿entre quién y quién? Sabido es que son los Estados los que establecen relaciones, no los fulanos]. Así, es curioso pero es lo que se puede deducir: pareciera que para Washington este Guaidó solo es un espantapájaros; y si es un espantapájaros, ¿para asustar a quién?

Recordemos, respecto de la noción “reconocimiento”, que después del chasco de Cúcuta (cuando a finales del pasado febrero Washington quiso presentar como “ayuda humanitaria” una invasión militar proveniente de la vecina Colombia (con la anuencia, “humanitaria” también, del presidente colombiano); después de ese chasco, decimos, Guaidó se fue “en gira” (de ahí, de la fronteriza Cúcuta) a visitar a algunos presidentes amigos ideológicos de él, cuatro o cinco en total, los cuales presidentes, naturalmente que lo recibieron… y se dejaron tomar fotos con él… y apretones de mano y otra vez la foto, y palmaditas en la espalda mientras entraban a algún mullido despacho… y claro por qué no hasta una copita y una empanadita… ¡Pero hasta ahí!: por más ultraderecha que sea el amigo (el de Paraguay, por ejemplo) no podía arriesgarse a ser el hazme-reír de su pueblo si decidía (o anunciaba que “pronto” iba a decidir) establecer algún tipo de relación con alguien cuya legitimidad apenas alcanza para etiquetarlo aspirante más o menos espurio al poder máximo de la República Bolivariana de Venezuela. O dicho de otro modo bajo forma interrogante: ¿quién en Cúcuta engañó al muchacho aconsejándole que se fuera de visita, a sabiendas de que mientras Maduro siga bien sentado en el Palacio de Miraflores él, Guaidó, a qué título – sólido, inequívoco – puede moverse en el espacio internacional? Es que la Constitución le da el derecho, pensaban acaso esos consejeros de la sombra, en su artículo 233 la Constitución establece ese derecho. Bueno… quizás…; pero 1º, si estamos ante un asunto de ámbito constitucional es un asunto eminentemente nacional, que concierne solo a los venezolanos, diría el doctor Perogrullo; y 2º y sobre todo, cuando de Constitución se trata es raro (o extrema excepcionalidad) que alguno de sus artículos se mantenga perpetuamente inmaculado en su literalidad; lo “normal” (o lo “ordinario”) es – sin menoscabo de su literalidad – el ser arrastrado, ese artículo, hacia su intrínseca hermenéutica, es decir: arrastrado al terreno del debate entre doctos de Derecho Constitucional; es decir en última instancia al terreno de la defensa de intereses (los que sean), es decir a la política. Es decir a una realidad humana en situación concreta, la venezolana por ejemplo. Es decir al terreno de la construcción de correlaciones, la venezolana por ejemplo. Eres usurpador, le dice Guaidó a Maduro, pues a partir del 10 de enero soy yo el Presidente, ello por ser yo presidente de la Asamblea Nacional. El usurpador eres tú, le responde Maduro. Y ahí están, el uno que quiere y el otro que no quiere que el uno pueda querer.

“Construcción de correlaciones” ¿qué es? Es el meollo de la política activa, aquí y en cualquier parte del mundo –vuelve a decirnos el doctor Perogrullo. Uno ve que Guaidó convoca a marchas, y bien. Viene Maduro y también convoca a marchas, el mismo día y a la misma hora, y bien. Y lo que uno ve, lo que las televisiones del mundo dejan ver es que son las de Maduro las más concurridas, enfrente de los meros portones del mero Miraflores, el palacio presidencial. ¿Entonces?

Se ha observado que nadie de los “más de”, y dentro de éstos “los 14” del así llamado Grupo de Lima, y dentro de éstos los cuatro o cinco que recibieron al muchacho chasqueado de Cúcuta – más allá de las palmaditas y las obligadas fórmulas protocolarias – se ha observado, decimos, que nadie dice esta boca es mía sobre quién de los dos usurpadores tiene o tendría la razón. Y es que así debe ser, so pena de ser tachado de injerencia.

La opinión pública mundial vio, pues, alrededor del chasco de Cúcuta y los días subsiguientes, que Washington no tenía plan “b” para respaldar al muchacho; y hoy ve que su diplomacia día a día se enreda y hasta se enmaraña. Peor: para salvar la cara se ve obligada a seguir con… su plan “a”; con la agravante, hoy, que “el dictador” Maduro está más reforzado que en enero. Más reforzado y por ende – así son las crueldades en política activa – con un Guaidó disminuido.

Hagamos una conclusión. Por supuesto que hay dificultades en la construcción de una nueva sociedad, siempre ha sido así. Siempre ha sido así cuando ella, la nueva sociedad que se busca, tiene como objetivo central la justicia social. Es decir, cuando en el proceso de construcción (¡largo, largo!) los actores (unos de este lado, enfrente los otros) o colaboran o se oponen a ese objetivo decisivo y determinante. Lo nuevo en Venezuela es que esa construcción pone en el centro al pueblo, no como objeto pasivo a modelar sino como sujeto actuante de su propio modelo. Que es como decir que esta Revolución (desde Hugo en 1998, desde la Constitución Bolivariana en 1999) no es gran noche incendiaria de los puros espíritus de un puñado de iluminados. O una “proclama” anunciada a cañonazos al aire por militarones salvadoreños desde algún su cuartel durante decenios de nuestro siglo pasado; o un “levantamiento” planificado desde algún sulfúrico cenáculo de intelectuales medio-progre de pronto imbuidos de la “interpretación correcta” de las aspiraciones democráticas de las “grandes mayorías”. El Pueblo, así con mayúscula, era para Bolívar, era para Chávez y es hoy para Maduro y el PSUV (el partido-motor de la Revolución) diversidad nacional, eminentemente y aunque cueste, diversidad nacional, he aquí el secreto del chavismo. Esto, Washington no lo entiende.

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