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La hegemonía como factor revolucionario (2)

René Martínez Pineda

Si queremos analizar y comprender la coyuntura teniendo como referente especial la hegemonía, en tanto constructo sociocultural que sobrepasa a los personajes en cuyos hombros se sube, debemos incorporar la variable interviniente de la densa correlación de fuerzas internacionales que, con mejores armas y más personal, ejecutan su propia y despiadada guerra de hegemonías, lo que nos obliga a: fijar la lógica mutante en las relaciones sociales esenciales del capitalismo que sigue siendo, por el momento, el dios económico y político con más feligreses, pastores e iglesias; comprender a las grandes potencias como un artefacto que gira sobre su propio eje o como una máquina de movimiento eterno –el capitalismo como “perpetuum mobile”-; definir y medir el impacto de los agrupamientos de los Estados más ricos en bloques históricos hegemónicos con agendas planetarias; y a determinar, por otro lado, el peso real de la soberanía de las tristes potencias subsumidas al capital que ha sido nombrado y juramentado –de forma inconsulta- como presidente vitalicio de la sala de lo constitucional universal que dictamina cuál gobierno es democrático y cuál no lo es, según el estado de ánimo del gobierno norteamericano, claro está.

Esos dos lados de la correlación de fuerzas internacionales (EE.UU. en esta esquina, China-Rusia, en la otra, pongamos por caso) están orgánicamente unidos como construcción-destrucción de hegemonías, debido a que cualquier cambio en las relaciones sociales esenciales impacta –directa y frontalmente, casi siempre- en las relaciones internacionales a nivel de Estados –los unos contra los otros- a partir de su acumulación técnico-militar, o sea que lo que frena a unos no es el respeto de los derechos humanos, sino el poderío militar de los otros, los enemigos. Lo anterior también es válido cuando analizamos la lucha de clases a nivel nacional, lo que aprendería ya muy tarde Allende.

Perifraseando a Gramsci, planteo que existen tres círculos en el infierno de la lucha de clases que, nuestra realidad así lo demuestra, es una cuestión pedestre que siempre es “a muerte” aunque se dé entre grupos de la misma clase. En el primer círculo está la relación de fuerzas sociales atada a la estructura, independiente de la voluntad de los hombres. Sobre la base del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción (atrasadas o modernas) se dan los grupos sociales, cada uno de los cuales representa una función y tiene una posición dada en la misma producción bajo la forma de poder. En la primera fosa del círculo están los asalariados, sus condiciones de vida y trabajo, su dispersión geográfica y política, su cultura política e instrumentos de lucha (ausentes o presentes) con los que influyen en el infierno de la lucha de clases, ya sea porque tienen una postura propia (una hegemonía que surge del proceso productivo y político), o porque se convierten en aliados de quienes han sido –hasta hace algunos años- sus enemigos a muerte.

El segundo círculo son las relaciones y correlaciones de fuerzas políticas que derivan de la integralidad, conciencia política colectiva y organización militante de la clase dirigente y su grupo gobernante frente a la clase dominada y sus expresiones organizativas o virtuales. Acá hallamos el nivel económico-corporativo de las fracciones de clase (vieja oligarquía-nueva burguesía) cuya solidaridad es estructurada por grupos profesionales y que en la medida en que avanza se va convirtiendo en conciencia de la necesidad del cambio y la inclusión de los antes excluidos, tanto en lo económico como en lo político en cuya fosa se resolverá qué tanto poder político tienen unos y otros. Esa resolución lleva al tercer círculo que es estrictamente político (cuotas de poder y alianzas, tanto las necesarias como las inevitables aunque indeseadas) y en él asume un rostro humano y de clase el poder desplegado en los territorios conquistados en la guerra de posiciones, los que por lo general –si se trata de una victoria de clase abrumadora- son los tres poderes del Estado que son sublimados por el apoyo del pueblo en cuyos ojos y manos se construye la nueva hegemonía y, en ese lapso, las ideologías dispares son capaces de transformarse en un “partido” como estructura única si los dominados aceptan ceder su soberanía y concepto radical de revolución por unos años mientras construyen mejores condiciones de vida como escalón superior, y los dominantes aceptan la posibilidad de ser subalternos en el futuro. En ambos casos –que tendrán al Estado como fuente de nuevo poder- se dará una lucha de clases feroz, aunque no necesariamente sangrienta.

En el caso de El Salvador, podemos observar cómo el nuevo grupo dirigente de la clase dominante ha tenido la capacidad (necesidad) e inteligencia político-práctica de coordinar –en lo concreto e inmediato de las urnas- con los intereses generales más urgentes de los sectores subordinados (iniciar –o al menos pretender iniciar- el proceso de montar una mejor y más amplia salud pública; una mejor educación pública a todo nivel; una mejor infraestructura vial y red de desarrollo del turismo; un sistema de pensiones que eleve significativamente el monto de las mismas; etc.) para lo cual el Estado debe ser concebido-desarrollado como un sujeto social y movimiento colectivo, o sea como una formación histórica que tendría la fuerza y oportunidad para ir recomponiendo los incesantes equilibrios inestables (en lo jurídico-político y en el entramado de las alianzas –las permanentes y las efímeras dentro de las cuales está el grupo que “debe sacar y botar la basura”) que se irán dando entre los intereses concretos del grupo dirigente modernizante (y su grupo gobernante que debe estar “inicial y provisionalmente” concebido como el espacio de la “amplia participación”) y los de los grandes grupos subalternos que “sólo son representados por otros subalternos”, equilibrios en los que –seguramente- los intereses del grupo dominante prevalecerán, pero sólo hasta cierto punto y en cierta magnitud, porque la gobernabilidad, legitimidad y seguridad del gobierno (frente a las amenazas internas y externas) estará en manos de los sectores populares.

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