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La cuestión de la izquierda

Iosu Perales

Siempre me ha llamado la atención que la reacción de la izquierda ante sus derrotas transmita un estado de perplejidad, de orfandad, de pérdida del sentido de su razón de ser. Sin embargo, debe dejar el pesimismo para tiempos mejores. La izquierda sigue estando ahí para recordar al mundo que la gente, y no la producción es lo primero. La gente no debe ser sacrificada como víctima del crecimiento.

Precisamente, en el marco de la pandemia mundial el núcleo de la propuesta que constituye el hilo conductor de las izquierdas a lo largo de la historia, dice el filósofo español Imanol Zubero, es la defensa innegociable del derecho a la vida, de la vida de todos y todas, de toda la vida. Por eso, en el actual contexto, el viejo lema “Socialismo o barbarie” tiene pleno sentido. Si una sociedad bárbara es aquella en la que algunos de sus miembros están de sobra, vivimos los más bárbaros de lo tiempos. Como escribió el escritor argentino Ernesto Sabato, “al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización”.

Hoy, como siempre, hemos de preguntarnos ¿qué clase de vida nos parece mejor para las personas? Es la gran interrogante que está en la base de la política de la vida. En la respuesta debe incluirse la idea-fuerza de que el proyecto de la izquierda no puede plantearse únicamente en términos de economía y de las luchas que el neoliberalismo genera.

La política de emancipación ha de ser también una política de estilo de vida, lo que quiere decir dar una nueva relevancia a los comportamientos individuales. La honestidad siempre será una bandera.

El modelo de sujeto y de modo de vida de la izquierda no propone la comunión de los santos ni que cada militante tenga un costado de monje. En expresión de Herbert Marcuse, se trata, nada más y nada menos, de “la rebelión del instinto de vida contra el instinto de muerte socialmente organizado”. Dicho de otro modo, debemos ser sensibles a la recuperación de condiciones para una vida realmente humana.

Estoy intentando afirmar que, a pesar de los malos momentos de la izquierda en numerosos países, ni ha desaparecido ni desaparecerá, a menos que la humanidad toda se autodestruya. No lo hará porque los espacios para luchar por los derechos de todos, las rebeliones grandes y chiquitas contra las injusticias, siempre reclamaran la atención de hombres y mujeres cuyas decisiones seguirán siendo solidarias con las poblaciones vulnerables y en favor de una sociedad en la que todas las personas puedan vivir vidas dignas de ser vividas.

Ocurre que las derechas no pueden, por su propia genética codiciosa, ser otra cosa que fábricas de desigualdad. Y esa injusticia perpetua que reina en sus propuestas económicas y políticas nunca podrán borrar y hacer desaparecer los espacios de las izquierdas.

La competitividad a ultranza y el ascenso social de unas clases sociales a acosta de las menos preparadas para triunfar, siempre producirá pobreza y desigualdad. Frente a este hecho, el anhelo de lograr una nueva organización de la sociedad siempre tendrá modos de expresión, oportunidades y gentes dispuestas a lograrlo. Incluso lo tendrá frente a la exaltación del individualismo y los esfuerzos neoliberales de desorganizar el tejido social.

Es verdad que ahora estamos jodidos. Pero los malos momentos pueden ser fecundos para aprender, un estímulo para renovar el pensamiento crítico, para enriquecer la conciencia revolucionaria. Creo que una síntesis de los males de la izquierda es: desconexión con la realidad social; desnaturalización de su proyecto y de sus valores; pereza intelectual para investigar nuevos caminos; soberbia que se resiste a la autocrítica. Pero, aún y así, no debemos abandonar una inspiración del socialismo más puro que sigue proclamando una transformación general de la vida social.

Existe el peligro en forma de saltos ideológicos y teóricos superficiales que pretenden superar los errores sin ahondar en los problemas, así como también algunos sectores de la izquierda proponen inclinarse ante los vientos que soplan con más fuerza. Pero un tercer peligro es el riesgo de atrincherarse en un bunker de ideas tradicionales. El mejor antídoto es ser capaces de conectar con los malestares sociales, convirtiéndolos en una fuerza social activa.     

Recientemente, Boaventura de Sousa Santos, ha publicado un artículo en el que afirma que las izquierdas tienen que abandonar el infantilismo, porque si no se unen ahora, mañana será tarde. Es la única manera de hacer frente y vencer al ciclo reaccionario global que estamos viviendo. Su propuesta es un grito de alarma, al decir que la izquierda debe ser más ambiciosa porque, teniendo en cuenta el panorama actual, solo las izquierdas pueden salvar a la humanidad de los efectos más destructivos y del inmenso sufrimiento humano derivados de una catástrofe social y ambiental que no parece estar lejos.

Vuelvo al inicio. Si el pesimismo no construye nada valioso y si llorar la pérdida de espacios institucionales tampoco, nos queda la oportunidad de aprovechar la crisis para salir más reforzados. Escuchar y escucharnos es la primera decisión. La segunda reflexionar en colectivo que es la manera más poderosa de hacerlo.

La tercera condición proponer a la sociedad un horizonte de esperanza y procesos de transformación social y de una mejor democracia. La izquierda puede perder batallas, pero todas ellas se pueden volver a ganar, a condición de que la insurrección de la conciencia permanezca intacta en nuestro intelecto y en nuestros corazones.

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