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Francia dividida

Por Iosu Perales

Francia ya está sumida en un nuevo debate que tiene como centro el mundo musulmán. Y una vez más, la sociedad en general y en particular la izquierda, están divididas. Si antes el motivo fue el velo ahora la confrontación gira en torno a la prohibición de vestir La Abaya en las escuelas, una especie de túnica que extiende su uso entre las musulmanas. Mientras para un sector debe prevalecer la libertad de usarla incluso en los colegios, para la parte laica simboliza una creencia religiosa que no debe expresarse en la escuela. La laicidad en Francia prohíbe portar elementos religiosos, así como también los crucifijos en las paredes, por ejemplo.

Lo primero que se me ocurre es que debiéramos evitar una visión binaria que nos lleve al peligroso discurso del ellos y nosotros, ellas y nosotras. Vivimos cercanos, pero sin encontrarnos y a menudo las identidades se construyen en contra del Otro. La fractura entre Occidente e Islam parece hacerse más profunda y ya no es suficiente la tolerancia y el respeto, es además necesario un diálogo entre iguales. Ello significa de nuestra parte despojarnos de estereotipos y de toda tentación de sentirnos superiores investidos de una misión civilizadora. Ni el mundo del Islam es monolítico y bárbaro, ni Occidente es un universo depravado, responsable de todas las desgracias.

Tiene interés señalar al respecto el enfado del feminismo musulmán, que lo hay, al denunciar la instrumentalización de la imagen de la “mujer víctima”, para dar cobertura a enfoques que alimentan el choque entre civilizaciones, e incluso llevar esta visión maniquea al terreno de la guerra para liberar a “estas pobres mujeres” (en Afganistán, por ejemplo). En lo que sí está de acuerdo el feminismo musulmán es en que el estatus de la mujer en el mundo del Islam es de opresión, de una real discriminación. Pero, enseguida, desmiente que la fuente de su discriminación se encuentre en el Corán, sino que hay que encontrarla en las interpretaciones sexistas del mensaje coránico. De hecho, hoy día hay un esfuerzo de re-lectura del Corán desde las mujeres, con el fin de rebatir lecturas machistas propias de una determinada construcción social de fuerte raíz patriarcal.

Como bien dice Asma Lamrabet, feminista musulmana, no creo que sea complicado de entender que nuestro mundo está regido por un sistema hegemónico patriarcal que está sometido, desde siempre, a un orden sexista que transciende todas las civilizaciones, las culturas y las clases sociales. Todas las tradiciones religiosas contribuyen a una preponderancia del hombre en la realidad social. En el caso del mundo islámico, además, las autocracias proclamándose guardianas de lo sagrado han pervertido el mensaje espiritual original levantando todo un sistema de exclusión de las mujeres. Muchas mujeres musulmanas lo saben y exigen que la lucha contra el estatuto de inferioridad en que viven sea protagonizada por ellas mismas de acuerdo con sus propias estrategias. Niegan por consiguiente que deban seguir las estrategias del feminismo occidental que cuando se presenta como propuesta universal, es percibido en el mundo islámico como forma de colonialismo. No hay que olvidar que el choque con la civilización occidental en la época de los colonialismos fue devastador para las mujeres musulmanas.

Mujeres musulmanas que viven en tierras del Islam o en Occidente están deconstruyendo muchos prejuicios, poniendo en evidencia los discursos de algunos representantes del Islam que afirman que su religión es justa hacia las mujeres, mientras que en la práctica hacen exactamente lo contrario. Es una posición que revela que las interpretaciones del Corán no son expresiones de la voluntad divina sino construcciones humanas que tratan de encerrar el pensamiento islámico en un círculo que niega las directivas revolucionarias coránicas para la época en favor de las mujeres. La re-lectura de los textos originales en cuanto al asunto del velo, por ejemplo, desvela algo que en Occidente poco se sabe: el velo no es una imposición del Corán. Lo es del patriarcado islámico.

Históricamente el velo ya existía antes de la llegada del Islam, tanto en el judaísmo como en el cristianismo. Las gentes de Mahoma comienzan a usarlo en La Meca tras la derrota en la batalla de Uhud, para proteger a las mujeres, muchas viudas, que eran objeto de mofa por gentes hostiles al Islam. El propio Profeta lo recomienda a sus mujeres que lo adoptan como una forma o símbolo de autoridad. Su extensión fue asumida por las mujeres musulmanas como símbolo de poder. Curiosamente cuando vieron el respeto con que eran tratadas las mujeres musulmanas, las esposas de los cruzados comenzaron a llevar velo. De hecho, el Corán en la Sura 33 versículo 59 trata el asunto del velo de esta manera: “Profeta: di a tus mujeres y a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se ciñan sus velos. Esa es la mejor manera de que sean reconocidas y no sean molestadas. Dios es indulgente, misericordioso” (Corán 33, 59). De la recomendación se pasará a la obligación por una interpretación posterior a Mahoma que convierte el velo en un instrumento para enclaustrar a las mujeres. Como dicen las feministas musulmanas el problema fuerte no está en el Corán sino en el secular dominio de los hombres. Recomiendo leer la biografía de Mahoma, escrita por la británica Karen Armstrong, un talento deslumbrante rebosante de rigor histórico.

Reducir hoy en día el asunto del velo a un problema de interpretación religiosa es simplificar mucho. Hay que repetir que el Corán es claro en cuanto a “Ninguna imposición en cuestiones de religión”. Claro que no se puede obviar que muchas mujeres llevan velo porque entienden que ello supone un compromiso mayor con sus creencias religiosas. Pero otras muchas lo llevan como signo de identidad, como un valor cultural que las hace ser parte viva de una colectividad distinta. Hay muchas mujeres que lo hacen como forma de resistencia política a una occidentalización del mundo que se cree con derecho a montar guerras en el mundo musulmán con el pretexto de conducirlo a la modernidad y con el objetivo real de llegar a dominar sus recursos naturales. Las causas de la práctica del velo no se reducen a una, no es un fenómeno monocausal.

Creo que entre el discurso de Occidente y el musulmán que presenta una reacción frente a la amenaza de ver perdida su identidad, hay que encontrar vías alternativas para un nuevo diálogo. Ello debe incluir respetar la diversidad de estrategias de liberación. Construir alianzas verdaderas, sin tener que seguir un modelo predefinido de emancipación. No hay una sola vía de recorrido hacia la libertad. Entre otras cosas, porque la revolución silenciosa de emancipación de las mujeres musulmanas nace desde las referencias islámicas, como no puede ser de otra manera.

 

Pienso por consiguiente que es poco eficaz la posición que considera que el velo, sea cual sea la posición de las mujeres que lo llevan, es un símbolo de opresión. Considerar a todas las mujeres que llevan velo como subordinadas es un acto de etnocentrismo. El derecho de no llevar velo debe ser igual al derecho de llevarlo según la conciencia de quien lo haga; es un principio democrático. Mejor que ir a la confrontación es tratar de ir al terreno de la comprensión. Para eso está la posibilidad de interrogar, de escuchar, de ponerse en el lugar de la otra; esta dialéctica es más interesante que hacer fáciles sentencias. En todos los pueblos hay mujeres musulmanas con pañuelo. Buscar espacios de relación que procuren empatía es más interesante que hacer juicios desde la separación y el desencuentro.

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