Del asesinato de Muyshondt a los decomisos internacionales: la consolidación de la narcodictadura
Por David Alfaro
Julio 7 de 2025
Recordemos que el asesinato de Alejandro Muyshondt no fue un crimen aislado. Fue un mensaje con destinatario claro: el que se atreve a hablar, muere. Muyshondt, exasesor de seguridad presidencial, denunció el narcotráfico institucionalizado en las entrañas del régimen bukeleano. Su osadía le costó la vida. Fue capturado, torturado, ejecutado y destripado en una mazmorra gubernamental. La dictadura no perdona a quien conoce demasiado.
Hoy, los decomisos internacionales le dan la razón desde ultratumba. En Costa Rica, Panamá, España, Portugal y México, toneladas de cocaína han sido incautadas en tres años. Todas con un patrón inquietante en común: su punto de origen es El Salvador. No se trata de rumores. Son pruebas materiales.
La droga no sale por veredas clandestinas, sino por los canales oficiales del Estado. Contenedores con destino internacional, sellados con candados de la autónoma CEPA (Comisión Ejecutiva Portuaria Autónoma), han sido interceptados en puertos extranjeros cargados de cocaína. Avionetas con matrícula salvadoreña, o sin ella, despegan del territorio nacional con cargas ilícitas que luego son detectadas en México u otros destinos. ¿Quién autoriza esos vuelos? ¿Quién permite esos embarques? ¿Quién garantiza el blindaje»?
Todo apunta a una estructura criminal que no opera al margen del Estado, sino dentro de él. No se trata de que el régimen no se dé cuenta, sino de que forma parte del engranaje. Lo administra. Lo facilita. Lo cubre. Y cuando alguien rompe el pacto de silencio, como lo hizo Muyshondt, el sistema activa su mecanismo represor: captura, elimina y borra.
Esto no es solo corrupción. No es solo autoritarismo. Es una narcodictadur. como jefes de cartel con poder absoluto:
— Silencian a los críticos.
— Premian a los leales.
— Militarizan las calles.
— Controlan jueces, cárceles, puertos y aduanas.
— Trafican drogas.
Hoy El Salvador no es un país en recuperación, como lo afirma la propaganda oficial. Es un territorio capturado por un narcorégimen que ha hecho de la logística estatal una plataforma para el crimen organizado internacional. Las cifras no mienten: los decomisos (o entregas) aumentan, pero en aguas internacionales, porque dentro del país todo está controlado, encubierto.
Mientras los medios del régimen inflan cifras de seguridad y distraen a los tontos con cortinas de humo, la verdadera operación ocurre en los contenedores en los puertos, en los hangares, en las pistas de tierra caliente donde despegan avionetas cargadas de coca. Ese es el «despegue económico» del que tanto presume Bukele.
El asesinato de Muyshondt fue solo el primer gran campanazo. Hoy, los escándalos internacionales lo confirman: El Salvador ha sido convertido en un hub logístico del narcotráfico global. No por incapacidad para combatir el narcotráfico, sino por diseño. Por decisión. Por complicidad.
Llamarlo narcoestado no es insulto, es diagnóstico. Y mientras los contenedores de CEPA aseguran droga para Europa y los radares «fallan» al registrar avionetas fantasmas, el pueblo salvadoreño vive entre la propaganda y la pobreza, entre el miedo y la mentira.
Pero por más show, por más censura, por más represión, la verdad se abre paso. Y esa verdad, tarde o temprano, tendrá que ser enfrentada.
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