Vatican News
En la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa León XIV pidió a los líderes del mundo que escuchen el clamor de quienes sufren y que se promuevan políticas fundadas en la justicia. Asimismo, exhortó a construir una “cultura de la atención” para derribar la soledad que atraviesa las pobrezas materiales, morales y espirituales, especialmente entre los más jóvenes
Mientras varios miles de fieles y peregrinos se congregaban en la Plaza de San Pedro desde las diez de la mañana, el Papa León XIV presidió en la Basílica Vaticana la Misa por la Jornada Mundial de los Pobres, celebrada además en el marco de su Jubileo. Alrededor de seis mil personas participaron en esta liturgia dentro del templo.
Se trató de una celebración eucarística marcada por la esperanza cristiana, la dignidad de los más vulnerables y el compromiso urgente de construir una sociedad más justa.
El Pontífice recordó en su homilía que Dios nunca abandona a los pequeños y exhortó a Iglesia, a los fieles y a los responsables públicos a escuchar el grito silencioso de quienes viven en la pobreza, la soledad, la guerra y el abandono.
Además, el Papa explicó que las lecturas del final del año litúrgico invitan a contemplar la historia desde la mirada de Dios. El profeta Malaquías anuncia un tiempo nuevo en el que el “sol de justicia”, Cristo mismo, se alza para dar respuesta definitiva a las esperanzas de los pobres y derrotar la injusticia.
León XIV afirmó que este anuncio no debe provocar miedo, sino perseverancia, porque la promesa de Jesús – «ni un cabello de su cabeza perecerá» – sigue siendo firme y válida para todos.
El Papa recordó que, a través de toda la Escritura, Dios se revela como defensor del huérfano, del extranjero y de la viuda. En Jesús, esa cercanía alcanza su plenitud: Él trae la Buena Noticia a los pobres y proclama el año de gracia del Señor.
Precisamente con motivo del Jubileo de los Pobres, el Pontífice quiso transmitir con fuerza el mensaje central del Evangelio: «Te he amado» (Ap 3,9). A pesar de nuestras fragilidades, Dios mira con ternura a cada persona, y la Iglesia desea ser hoy “madre de los pobres, lugar de acogida y de justicia”.
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