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El futuro de la izquierda está en su pasado (2)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Los pactos entre las fuerzas de izquierda se logran cuando hay una lectura política –de clase- de lo que está en juego a mediano plazo. En nuestro caso, lo que está en juego es la resucitación de la democracia electoral, una democracia digna de ese nombre y como premisa para una democracia social. En ese sentido, toda contradicción secundaria o interés personal no deben afectar el análisis político, debido a que son menos sustanciales que salvar lo que la derecha aún no ha logrado minar: la última esquina de la dignidad del pueblo. No existe ninguna circunstancia bajo la cual se deba promover una alianza entre partidos de derecha e izquierda (resultaría una patética ensalada con aderezo rancio), pues sería un insulto a los mártires de la lucha revolucionaria.

En estas elecciones más que en otras (producto del surgimiento de una fuerza política que –metiéndose entre el desencanto y la desilusión- ha puesto en peligro el bipartidismo de las últimas dos décadas), se comprueba que, desde la lógica del capitalista reaccionario y sus testaferros, los votantes deben ser convencidos -domesticados- recurriendo a dos emociones vitales conjugadas en modo negativo: el miedo irracional (prefabricado) y la esperanza imposible (demagogia). En ese sentido se abre un miedo (sobredimensionado o artificial) y una falsa esperanza bajo la forma de demagogia. Pero para que la promoción del miedo y las falsas esperanzas –la estrategia electoral- surtan efecto en favor de la burguesía, deben estar equilibradas –en la cuerda floja de la agonía- para no convocar a la insurrección o, en su defecto, a la inacción. El miedo domina para dominar las esperanzas de futuro, y a este se le muestra en perspectiva negativa (“la situación está jodida, y si no votan por la derecha estará peor”); las falsas esperanzas dominan cuando el pueblo es sumido en el submundo de la ignorancia.

Esos sentimientos también pueden servir como instrumentos para construir algo nuevo si generan el sentimiento adecuado: el miedo como productor de valor; la esperanza como productora de conciencia social. Pero el miedo es valor cuando se tiene el instrumento orgánico de lucha (partido, movimiento social); y la esperanza impera solo si el futuro (una sociedad de otro tipo) es factible (está en nuestras manos) y es para mejorar. Solo así se logra vencer la estrategia electoral retrógrada (miedo y falsas esperanzas fomentadas por la burguesía para que nada cambie) en tanto la inconformidad se traduce en fuerza electoral, y la fatalidad (cultura política de súbdito) sobre el futuro se traduce en “manos a la obra”, o sea en cultura política democrática.

Pero la crisis económico-social que viven los pobres (y los pobres que no saben que son pobres porque pueden comprar al crédito y estrenar “algo” en Navidad), está más allá de los partidos políticos que -con la corrupción, impunidad y represión como gendarmes de la gobernabilidad- han regido los últimos treinta y cinco años (administrando lo suyo de primera mano o cuidando lo ajeno –lo de sus patroncitos de sangre azul-… eso no importa a los ojos del pueblo ya que los efectos son los mismos), y esa crisis tiene nombre: neoliberalismo. Y es que el neoliberalismo (como la falacia para no decir capitalismo; una falacia que se perfecciona con el término “globalización” cual punta de lanza de la neocolonización del pensamiento sociológico) ha depredado los derechos laborales; ha profundizado de forma obscena la injusta distribución de la riqueza, a pesar –o debido a- de las remesas; ha deificado el individualismo e invisibilizado al pueblo; ha saqueo sin mesura los bienes públicos, privatizándolos; ha organizado, de forma indirecta, las caravanas de migrantes y ventas callejeras; ha fomentado la delincuencia y la ha convertido en otro espacio de revalorización del capital; ha secuestrado comunidades enteras con el arma del miedo mutuo; ha fomentado tratados de libre comercio que no tratan a las naciones como naciones libres para comerciar, etc.

Después de estudiar los efectos del capitalismo, en su etapa neoliberal, (en el marco de varios procesos electorales que, en lugar de atenuarlos, los han ahondado), cualquier defensa de esa situación como un estado de gracia democrático es tan hipócrita como cínica. En ese sentido, es inevitable concluir que el neoliberalismo –legitimado y subsidiado por los gobiernos que se le abren- es un poderoso y omnipresente dios de las malas noticias y de las proféticas condenas divinas y, siendo así, las clases explotadas ignoran las causas reales de su agonía, se comportan como súbditos (piden y piden y vuelven a pedir); se conforman con migajas (el dinero maldito); y tienen miedo de perder eso que no tienen.

Considerando las variables atadas al neoliberalismo y el hecho de que la izquierda histórica ha perdido espacio y aceptación popular (al menos electoralmente) la promoción de pactos, alianzas o cartas de entendimiento entre las fuerzas de izquierda y pre-izquierda es, sin duda, muy urgente, y debe ser el signo del tiempo de la lucha político-electoral que, por el lado de la derecha, consiste en colocar el miedo como domador de la esperanza y oscurecer el futuro. De ahí la afirmación “el futuro de la izquierda está en su pasado”. Pero, ¿un gobierno de alianzas tan heterogéneas es administrativamente más eficaz e ideológicamente más apropiado que un gobierno de derecha pura y dura? La respuesta es clave para definir si ese tipo de gobierno (tipo gobierno provisional de amplia participación) podrá derrotar el miedo al cambio (y, valientemente, propiciar los cambios, ante todo los económicos y sociales) y recrear la esperanza-pueblo de un futuro mejor al mostrar -mediante un gobierno abierto, ágil, diáfano y sabio- que tenemos a la mano la posibilidad de ser posibles.

¿Se resolverán los celos entre las izquierdas y pre-izquierdas al cosechar el fruto de la ilusión? Si no se resuelven, el pueblo será condenado a regresar a la muda desilusión y al fatalismo medieval que enriquece a los pocos que ya son muy ricos. Sería, también, un golpe mortal para las izquierdas como referentes de la utopía socialista, la cual sería reducida a la nostalgia del pasado carente de futuro. En estos momentos, la memoria histórica debe tomar la palabra para indicar el camino, un camino que está lleno de encrucijadas y atajos sin salida. A veces es necesario dar pasos atrás para valorar si merecemos seguir caminando por voluntad política y con la voluntad política. En ese camino, las izquierdas deben encontrarse y apoyarse para no convertirse en irrelevantes.

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