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El compromiso por la justicia en el escenario político…

German Rosa, s.j.

El escenario político ha cambiado de manera vertiginosa en las últimas décadas. La caída del muro de Berlín fue el presagio del final de las grandes ideologías y las filosofías de la historia. Ocurrió también la crisis de los grandes paradigmas políticos, se consolidó la globalización neoliberal y se acentuaron los fundamentalismos religiosos. Pero también se hicieron evidentes graves problemas de la globalización como: la exclusión social, ingentes desigualdades socioeconómicas continentales, las crisis financieras y la volatilidad de los mercados de capitales sustentada por la lógica utilitarista de obtener el máximo beneficio en el menor tiempo posible, la deslocalización de las empresas y el desempleo que esto implica para las economías nacionales, la flexibilización y la esclavitud del trabajo, la aceleración de la carrera industrial en detrimento de los ecosistemas y la depredación de la ecología, profundizando de esta manera la vulnerabilidad medioambiental. También se ha potenciado el individualismo competitivo y el consumismo compulsivo, se extienden los conflictos bélicos en regiones enteras, crecen las migraciones masivas por causas de la pobreza y de la violencia. En consecuencia se acelera una gran deshumanización a causa del impacto de todas estas situaciones. Estas realidades provocan una gran desesperación y un descontento de grandes grupos de población en distintas partes del mundo.

Comprometernos por realizar la justicia es una necesidad urgente e ineludible para revertir todas estas realidades arrolladoras que destruyen nuestra condición humana y nuestra casa común. No se puede vivir a espaldas de todas estas situaciones que nos afectan, ni podemos permanecer indiferentes.

Pero para afrontar todos estos retos comprometiéndonos con la justicia se requiere inevitablemente la participación política. Sin embargo, nos encontramos cada vez más en un callejón sin salida. Pues quienes se involucran en el quehacer de la política se preocupan cada vez más por soluciones cortoplacistas para resolver los problemas de la población que tristemente quedan irresueltos y también por el sostenimiento del status quo.

Estas situaciones nos hacen poner los pies en la tierra porque la política no es omnipotente ni es una varita mágica que resuelve todos los problemas de la sociedad en que vivimos.

Los partidos se “oligarquizan” y la política del ciudadano ha sido reducida cada vez más a un ejercicio del sufragio electoral cada cuatro o cinco años para elegir los dirigentes, y gran parte de la población se abstiene de la participación política y se desentiende de la responsabilidad en la cosa pública. Y para rematar la corrupción financiera de los líderes políticos ha sido una mala noticia democrática que ha contribuido al desinterés de los ciudadanos por la política que muchas veces, y con razón, la consideran sucia y perversa.

Además, la prevalencia del mercado sobre el Estado en la globalización ha llevado al dominio de lo económico sobre lo político. Lo económico condiciona generalmente las grandes decisiones políticas en la democracia.

Ante este panorama complejo y muchas veces desolador, no podemos ignorar que está emergiendo una nueva política en torno a cuestiones éticas y culturales. Ejemplos de ello son los movimientos que van creciendo en torno al cuidado de la casa común; la paz de los conflictos globales; la solidaridad con los migrantes económicos, políticos y por causa de la violencia; los derechos humanos; la convivencia, la tolerancia y el diálogo intercultural y religioso, etc. Curiosamente se está gestando una mayor sensibilidad y elevación ética de la sociedad civil.

Otro campo en el que se está desarrollando la participación democrática son las iniciativas ciudadanas que movilizan grupos al margen de los partidos políticos e incluso de los sindicatos. Es como si asistiéramos al renacimiento de la sociedad civil ante las desilusiones y la falta de credibilidad de los partidos políticos y sindicatos en la sociedad. Esto implica un giro de la sensibilidad que presagia una agenda política social.

Otro espacio político que está creciendo son las movilizaciones que agrupan movimientos que difunden y tratan de resolver los problemas sociales. A veces se pueden percibir como manifestaciones desordenadas con escasa organización o institucionalidad, pero con talante profético social.

En América Latina, la primera década del siglo XXI estuvo marcada por grandes movilizaciones sociales cuyos protagonistas han sido: «indígenas», «piqueteros», «desocupados», «pingüinos», que han sido actores con presencia, organización y capacidad de movilización.

Además, ha ocurrido un repertorio de acciones colectivas típicas latinoamericanas: «cortes de ruta», «caceroladas» o «marchas por la dignidad».

Un par de décadas antes, recordamos a las Madres de Plaza de Mayo, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), las asociaciones de familiares de detenidos desaparecidos, los comedores populares, la toma de terreno, los comités de vaso de leche, los movimientos de mujeres y los grupos ecologistas, entre tantas otras movilizaciones, etc. Este siglo ha iniciado con una reivindicación de la política en las calles, desde donde se han presentado las demandas, se ha puesto en jaque, en algunas ocasiones, a los gobiernos nacionales y, en algunos países, los presidentes han debido dejar sus gobiernos por la puerta de atrás, empujados por los movimientos sociales (Cfr. https://nuso.org/articulo/america-latina-y-los-movimientos-sociales-el-presente-de-la-rebelion-del-coro/).

El trabajo político para comprometernos por la justicia tiene que despertar y potenciar la sensibilidad ciudadana. No hay que descansar insistiendo en problematizar éticamente la política para que ésta se transforme y cambien las cosas. El filósofo José María Mardones lo expresa en estos términos: “La profundización democrática que sería deseable no puede hacerse sin vencer el conformismo que atenaza a nuestra sociedad y que supone la amenaza más velada y latente del totalitarismo en nuestra sociedad democrática” (Mardones, J. M. 2005. Recuperar la justicia. Religión y política en una sociedad laica. Basauari, Vizcaya: Editorial Sal Terrae, p. 76).

La buena política de enseñar a preocuparnos por el prójimo es fundamental, porque cuando se llevan al vecino por la noche, mañana probablemente nos tocará a nosotros y no habrá quien nos defienda. Y como bien expresa la sabiduría popular en el adagio: “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. La política del buen samaritano puede ensanchar la conciencia general en la vida pública y nos enseña el buen cuidado de unos con los otros (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-buen-samaritano-una-parabola-que-denuncia-el-distanciamiento-social/). Hay que apostar por mejorar la calidad de vida de nuestros conciudadanos.

La crisis de la democracia nos hace caer en la cuenta que todo no se juega en la “altísima política”. Hay mucho por hacer a nivel local y municipal, a nivel de las comunidades, los cantones, los barrios. La política nacional se construye desde lo local, recorriendo las veredas polvosas y las carretas a donde no llega el asfalto. Hay que comprometernos para realizar la justicia desde lo local, pero teniendo una visión global. Por otra parte hay que tener en cuenta que la participación política ciudadana de manera organizada e institucional en los partidos y los sindicatos tienen una importancia fundamental para encauzar el río de las iniciativas y la participación ciudadana para que hagan sentir su voz y su voluntad a niveles local, nacional e internacional.

El compromiso político por la justicia comienza por la reivindicación, se inicia ahí donde hay una necesidad y se empeña por resolverla. La reivindicación se hace en pro de la necesidad del otro o de los otros. Pero esta reivindicación se entronca en una visión social y estructural, es decir, identificando las causas o factores sociales que generan las necesidades. Y cuando se participa en el dinamismo de la política se da el paso para pedir el cambio y la transformación de la sociedad (Cfr. https://www.diariocolatino.com/la-desigualdad-en-las-sociedades-democraticas/).

El compromiso por la justicia exige paciencia y perseverancia. Los cambios estructurales son lentos y se avanza milímetro a milímetro. Hay que convencernos de que no toda acción política es “maquiavélica” y que también es posible el diálogo y los acuerdos para resolver los problemas y las necesidades humanas.

Desde la fe cristiana el compromiso político por la justicia se nutre de una espiritualidad encarnada, es decir, una espiritualidad de los ojos abiertos instalados en la realidad, teniendo la mirada hacia toda la sociedad, pero con sentido e intención del bien común; también empleando el análisis y la reflexión acerca de los medios mejores para cambiar las circunstancias.

El Papa Francisco en su mensaje para la celebración de la LII Jornada Mundial de la Paz (1º Enero 2019), a propósito de la injusticia y la política, nos invita a cultivar la paz: “es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción”.

No hay que olvidar que si queremos la paz tenemos que comprometernos para hacer posible la justicia en el país y en el mundo. Recordemos las bienaventuranzas del Evangelio de Mateo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 9-10). La paz siempre va unida a la justicia en la política y en la democracia.

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