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Carta Pastoral y elecciones

José M. Tojeira

Con fecha 11 de febrero, el arzobispo de San Salvador publicó una Carta Pastoral en el contexto de las elecciones próximas. Sigue en ella el clásico esquema eclesial latinoamericano de ver la realidad, juzgarla desde el Evangelio y el pensamiento de la Iglesia, y actuar presentando propuestas. Como la carta es amplia, nos detendremos brevemente en la tercera parte, donde se exponen las propuestas. Dentro del ambiente polarizado del país, la Carta es un llamado a la reflexión, a la responsabilidad política y a ponerle pensamiento a la realidad salvadoreña, más allá de la exacerbación de los sentimientos, las polarizaciones e insultos que dominan hoy el ambiente preelectoral.

En las propuestas el texto arranca con la reforma fiscal. Si queremos desarrollo equitativo y justo tenemos que invertir más en la gente, especialmente en los que han quedado al margen del desarrollo. Una reforma fiscal progresiva, donde el que tiene más pague sustancialmente más de lo que pagan hasta ahora quienes tienen recursos abundantes, es el primer paso lógico si se quiere sacar adelante al país. Porque hasta ahora, con la pésima redistribución de la riqueza producida por todos, lo único que se ha logrado es un desarrollo desigual que nos divide, margina a muchos y enriquece a pocos, y es fuente de injusticias y violencia. Después viene el salario mínimo decente. Aunque no se dice cantidad en la Carta, el subirlo a cuatrocientos dólares mensuales para todos sería lo mínimo que podríamos esperar. Y posteriormente se mencionan las propuestas en favor de los que llamamos derechos económicos, sociales y culturales. Un recordatorio importante, porque en medio de la pugna por el control de las instituciones estatales, hemos dejado atrás unos derechos cuyo irrespeto actual es en buena parte la base de nuestros problemas. Educación y salud universales y de calidad, pensiones para todos los ancianos, derecho a la alimentación adecuada y al agua y saneamiento, justicia transicional, defensa de los pueblos indígenas y de los migrantes, son propuestas que implican reformas, legislación y seguridad para las personas tanto para cambiar la realidad injusta del presente, como para ofrecer un futuro más justo a las nuevas generaciones.

Y finalmente, se termina esta tercera parte de la Carta con una serie de propuestas de cambios constitucionales. Se rechaza el servicio militar obligatorio con toda razón, pues una guerra internacional es imposible en la actualidad. Además, la cultura y el lenguaje de las armas no solo no ha traído nunca bienes a El Salvador, sino que tiene terribles deudas con la población que espera todavía justicia frente a las gravísimas violaciones de Derechos Humanos cometidas en la guerra civil de la segunda mitad del siglo XX. Se pide también la ratificación de las reformas constitucionales referentes a la alimentación y al agua y saneamiento, al tiempo que se hacen una serie de propuestas de cambio en artículos constitucionales. Entre esos cambios destaca la propuesta de supresión de la prescripción de los delitos de enriquecimiento ilícito y corrupción, sumamente necesarios en un país tan acostumbrado a la corrupción como el nuestro.

Reflexionar estos temas y propuestas es mucho más importante que el grito, el ataque al contrario o la imagen artificial que los candidatos tienden a presentarnos. Es cierto que en la lucha por el poder siempre se cometen errores y es imprescindible denunciarlos. Pero entrar en una espiral de ataques y contraataques, olvidando la problemática estructural de El Salvador, puede llevar al predominio de los sentimientos menos positivos en unos, y en otros a la marginación y el olvido de las necesidades de las grandes mayorías de salvadoreños. Continúa habiendo hermanos nuestros, y no en pequeña proporción, que pasan hambre, no tienen un trabajo decente, permanecen en niveles muy bajos de lectoescritura, no son atendidos adecuadamente en sus necesidades de salud y ven cómo se destruye el medio ambiente en beneficio de la minoría que tiene recursos o los consiguen a través de la corrupción y la explotación de los pobres. Será una buena ayuda para la democracia leer la Carta Pastoral, reflexionarla, tomar posición desde el voto, desde la palabra exigente y constante de cambios estructurales y desde la denuncia de la palabrería, la mentira y la manipulación con la que los políticos suelen mantener sus debates. Votar y olvidarnos después de las tareas urgentes de reforma y justicia social que necesita El Salvador, no sería más que un a traición a la democracia.

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