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AVILA, POETA DEL DOLOR IRREVERENTE

Por Ítalo López Vallecillo

(Diario Latino sábado 13 de septiembre, 1969)

-I-

Séame permitido evocar la figura de Julio Enrique Ávila, poeta del dolor irreverente. Alto, delgado, nariz aguileña, ojos claros, pelo cano en la cabeza casi calva, frente ancha, labio inferior grueso, y abierto como si fuera de pronto a soltar una palabra. Pómulos visibles en la cara alargada y el color blanco europeo. Las anchas espaldas agobiantes; al verlo se pensaba inmediatamente en un animal mitológico raro. Al conversar con él, al sentir la emoción que le brotaba espontánea, al oírlo decir sus versos, uno olvidaba todo su aspecto exterior mitad águila y mitad fauno, y el milagro de la poesía presentaba al poeta solamente al poeta, solamente al poeta.

No lo conocí en sus años jóvenes, sino en los de la madurez. Estaba un tanto retirado de la vida pública, escribía mucho y publicaba poco en los periódicos. Solía invitarme a su casa para leer casi siempre los mismos autores y hablar de los mismos temas filosóficos y literarios. Era inevitable mencionar a San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Fray Luis de León, Góngora, Quevedo, Garcilaso, Herrera,

Gutierre de Cetina, el Boscán, Berceo y, desde luego a ese extraordinario Arcipreste de Hita que tanto admiraba. De memoria, como río que va en torrente, repetía:

Como dice aristótiles, cosa es verdadera:

el mundo por dos cosas trabaja: la primera,

por aver mantenencia; la otra cosa era

por aver juntamiento con fenbra plazentera.

Sy lo dixies de mío, sería de culpar;

dízelo grand filósofo, non so yo de raptar:

de lo que dice el sabio non devedes dudar,

ca por obra se prueba el sabio e su fablar.

Que diz’ verdat el sabio claramente se prueva:

omes, aves, animalias, toda bestia de cueva

quieren segunt natura, compaña sienpre nueva;

e mucho más el ome que toda cosa que s’ mueva.

 

Digo muy más el ome que toda criatura:

todas a tiempo cierto se juntan con natura;

el ome de mal sesso todo tiempo, syn mesura,

cadaque puede e quier’ facer esta locura.

El ffuego ssienpre quiere estar en la ceniza,

comoquier que más arde, quanto más se atiza:

el ome, quando peca, bien vee que desliza;

mas non se parte ende, ca natura lo enriza.

E yo, porque só ome, como otro, pecador,

ove de las mugeres a vezes grand amor:

provar ome las cosas non es por ende peor,

e saber bien e mal, e usar lo mejor.

Su conocimiento de los clásicos españoles le permitía ir de uno a otro autor, de una a otra obra. Había en él un gozo en recordar versos y fragmentos de prosas delicadas. Bien que hablara de poesía, bien de los actos sacramentales o de la novela picaresca; bien se extendiera sobre el genio de Cervantes y su influencia en la lengua y en el espíritu del mundo hispánico, su vivencia de la literatura no era didáctica ni pedante. Hablaba el catador literario, no el aficionado. Inevitablemente, era conversar sobre Darío Herrera Reissig, Pedro Héctor Blomberg, Carlos Luis López, Ramón López Velarde, y, claro, sobre Francisco Gavidia y Alberto Masferrer, escritores salvadoreños a quienes Ávila respetaba y apreciaba mucho. A ambos los trató muy de cerca; convivió con ellos en el fervor literario y político. Gavidia fue el símbolo de la auténtica vocación por las letras en un país totalmente desinteresado por la cultura; Masferrer, el hombre, hecho idea, antorcha rebelde frente al atraso y la miseria de Centroamérica. Julio Enrique, menor que ellos, pues nació en 1892 (1), en tanto que Gavidia es de 1863 (2) y Masferrer de 1868 (3), cultivó la amistad de dichos maestros, precursores de la literatura moderna del El Salvador. En distintas circunstancias de su vida. Ávila actuó bajo la dirección, el impulso y la inspiración de estos intelectuales que tanto le influyeron. Cabe advertir, no imitó ni a Gavidia ni a Masferrer, pues si bien los dos le estimularon en la iniciación literaria, él por su parte configuró una manera, un modo, un estilo propio dentro de su generación.

Ávila aparece en la vida literaria de El Salvador en 1914, año de la primera guerra mundial. El poema que da a conocer tiene un acento lírico, formalmente correcto. En 1917 publica su primer libro. Fuentes de Alma, con el cual revela su secreto: “estos versos quisieran ser flores y sólo saben ser alma, fuentes de alma…” Fuentes de alma (4) Su poesía surge bajo la influencia simbolista francesa; no sabríamos decir exactamente si Ávila arribó a esta corriente por la lectura de Amado Nervo y Rubén Darío, poetas mayores en este momento de Hispanoamérica, o por propio contacto con obras de Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Laforgue, y otros. Lector culto, Ávila conocía bien el francés y por ello no es extraño que haya abrevado en las fuentes literarias francesas.

La ubicación de Ávila dentro de la tendencia modernista es todo un acontecimiento en el desarrollo de la literatura salvadoreña antes de él, sólo Gavidia había ensayado formas nuevas de expresión poética. Y ello con mero experimento, pues Gavidia si bien estuvo en el nacimiento de la escuela modernista con Darío a la cabeza, no siguió el camino que ayudó a encontrar. Por el contrario, fiel a sus principios estéticos, continuó dentro del clasismo romántico. Ávila con Carlos Bustamante, Vicente Rosales y Rosales, Alberto Rivas, Bonilla y Raúl Contreras afirman lo mejor del modernismo de El Salvador. Naturalmente, otros escritores fueron tocados por la magia dariana: Quijano Hernández, Rodríguez Portillo, Aragón Nuflo, Gustavo A. Ruiz; pero ninguno de ellos logró mayor calidad. Bustamante, extraordinario poeta, fue preso en la red de la bohemia, la cual terminó por asfixiarlo. Ávila, Rosales y Rosales, Contreras y Rivas Bonilla se dedicaron con acierto a la poesía; los cuatro representan un periodo de notable interés en la historia literaria del País. Los dos últimos son excelentes sonetistas de rica espiritualidad y fondo romántico magníficamente logrado. Rivas Bonilla cultivó también el cuento y el teatro, géneros en los cuales sobresalió por su ironía y estilo castizo. Ávila escribió además de buena poesía, excelente prosa. El “caso Bustamante” merece estudio y consideración especial (5).

– II –

La lectura del pequeño volumen de versos Fuentes de Alma nos coloca ante un espíritu dedicado, sensitivo, cordial y generoso. He aquí algunas muestras que revelan el sentido mismo de la poesía de Ávila, que no es otro que el de expresar sentimientos, emociones e ideas por medio de la música. La decantación es obvia: “amo tu cuerpo que la santidad/ tornó leve sueño de cristal o en este otro verso: en tus ojos hay perfume.

El romanticismo recobrado que hay en casi todos los modernistas no puede faltar en Ávila, quien dice: Quisiera empapar toda el alma/ en el milagro de tu canto / O bien: / has hecho su alma de suspiros y su carne de besos.

En este otro verso: / La arboleda llora luz y color/, el poeta conjuga felizmente las sensaciones. Plasticidad pictórica y emoción musical hay en sus imágenes: / Las farolas de los chalets vierten, por heridas muy hondas, / toda la sangre de sus crisantemos de oro

El libro pletórico de amor y sencillez es todo un descubrimiento emotivo. Un tema, el tema clave de su poesía, aparece constantemente: / Mi alma es un fino cristal / en que los libros no han podido / verter su amargura, ni el mal /del pesimismo.  Dolido / de tanta tristeza y pena / y duda, melancolía,/ he alzado un templo a la alegría, / y, sacerdote de la plena / belleza, en su altar he arrojado; /pena, duda y tristeza/ melancolíay he sembrado/ rosas de amor en mi dehesa./

Una idea, un sentimiento preside los actos de Ávila; amar, única forma de vivir; sin que importe el dolor.

La simple lectura de este breve poemario nos sitúa en un clima de un mundo poético de melancolía y saudade. Todo evoca al Rubén de Prosas Profanas y Cantos de Vida y Esperanza. Hay, no obstante, que señalar, si bien Ávila rompe las formas métricas clásicas y acoge con entusiasmo la temática modernista, no logra desprenderse de la consonante; la rima le persigue, le seduce. Es claro que la asonancia no le hace totalmente prisionero, pues él la utiliza como un medio más de la musicalidad interior, así él mismo declara: / Y he embellecido la canción /de mi vida leyendo, / leyendo y sintiendo / el libro de mi corazón. / La rima en sus versos está en relación directa al ritmo introspectivo o interior, a su propia sensibilidad creadora. La sonoridad poco uniforme, casi arrítmica, convierte a Julio Enrique Ávila en un innovador, pues en este sentido va más allá de los cánones del modernismo y establece una vanguardia, una forma atractiva y personal de orquestar sus versos, utilizando la rima como mero despliegue retórico. Es por tanto en sus emociones desnudas, sentimientos vivos e intuiciones donde debe buscarse la calidad poética.

 

-III-

 

Ávila publicó en 1922 El poeta egoísta, libro lleno de símbolos y reminiscencias, y con claro mensaje para los adolescentes. Aquí vuelve a plantear el problema del amor y del dolor, del gozo y la desdicha plena. El poeta considera que la humanidad solamente puede ser redimida por el amor del hombre a los demás hombres; cree en la fuerza del sentimiento y en la purificación del cuerpo y del espíritu a través del dolor. Amar es sacrificio, despojo de vanidad, orgullo y miseria humana. A pesar de la manera discutible en que está escrito el libro, contiene motivaciones íntimas y establece una fuerte comunicación con el lector. Quien ama, sufre; pero a la larga obtiene un estado de gracia, solidaridad altamente desarrollada que le permite comprender y perdonar, elevarse sobre la pequeñez del hombre amarrado a mezquinos intereses. El hombre alcanzará el amor un día al cultivar sus sentimientos, en contraposición a las ideas que le perturban y lo agobian. Aquí, Ávila recuerda sin proponérselo, que toda idea es una forma de esclavitud. Para Ávila, del dolor vivido surge la tristeza y de la tristeza la melancolía. La gracia poética para él no es sino producto de ese estado existencial, de esa concepción interpretativa de la vida cuya base fundamental reside en arriesgarlo todo, sin reservas en el acto de amar. No es claro, el amor de Eros: sensual, primitivo, todo instinto. Su amor es una relación espiritual con el objeto amado al que siente con angustia como la única fuerza capaz de darle sentido al mundo al hombre.

 

Tiene Ávila, además, otros libros de poesía: Los ritmos desnudos y Poemas del dolor Irreverente, ambos inéditos y de los cuales conozco algunos fragmentos. Es difícil juzgar a un poeta intimista, solitario y humilde; más todavía, si su poesía tiene en verdad, calidades intrínsecas. Tal es el caso de Ávila, cuyo lirismo me recuerda a Francis James, a Juan Ramón Jiménez, a Tagore. Hay una actitud humanística en su obra poética. Un retorno al hombre a través del sentimiento desnudo; sencillez y plegaria en sus versos. Un bucear en el mismo con la idea de hallar a los demás. Está inmerso en un sentimiento de tortura, de pena, por lo que ocurre a su alrededor. Sentimiento que opaca, anula la realidad material inmediata. La preocupación se concreta en el hombre. Ya no el hombre de carne y hueso de cual ha partido, sino del hombre en absoluto; del tiempo y el espacio. Difícil, en verdad, considerar si ello es una evasión de la realidad o una manera dolorosa de acercarse a la realidad, tratando de hallar explicación a hechos y fenómenos tan complicados como son los de la naturaleza humana. En esta visión del mundo difiero un tanto con Ávila. Por ello y para ser justo con el “poeta del dolor irreverente” transcribo uno de sus poemas, el que se aproxima o refleja con mayor acierto su condición existencial:

Seamos río, aunque hayamos de llegar 

al mar;

seamos rosa, aunque se goce el viento 

en deshojar;

seamos jarro para guardar 

el agua del sediento; 

y aunque haya de aflagelarnos el dolor, 

seamos amor… 

Inerme mansedumbre del cordero, 

sin garra ni colmillo

ingenuidad del pordiosero

que floreció en humildad

dádiva de la madre, santidad

en la miseria de la tierra, 

y olvido del “tuyo” y del “mío”,

que será olivo de paz frente a la guerra. 

Mas no abriría el loto su límpido lucero

sobre el cieno,

vía láctea fragante en el estero, 

luz en la noche del pecado, 

si no fuera el dolor de la raíz, el sereno 

dolor de la raíz, que ha transmutado 

el lodo en aromada flor…

¡Así amemos el dolor! 

Amemos a la espina y al torrente

desbordado, 

amemos a la nube que nos roba el fulgar 

de la estrella, 

amemos al guijarro despiadado 

que sella 

de ignominia nuestra frente…

 

continuará

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