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4 – EL CAMINO DE LA SENCILLEZ.

 

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA

 

 

 

 

Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

 

Con frecuencia, bajo un traje sucio

se esconde una gran sabiduría.

Cicerón.

 

Como el príncipe, además de su regia condición, de su poder y de sus riquezas, ahora se sentía sabio y prudente, comenzó a dar visos de orgullo, vanidad y soberbia, sintiéndose ya como un pavorreal. Sus carrillos se inflaban con frecuencia, como los del sapo aquél del cuento, que fue hinchándose tanto que al final explotó en pedazos. El genio invisible fue dándose cuenta de tal situación, y decidió corregirla evitando así que todo el plan histórico fracasara.

 

Del punto de fuga aquel que llevó a la real comitiva hasta la entrada del tercer camino, apareció entonces un hombre que parecía vivir en un viejo barril de madera al lado de un templo. Era blanco y barbado, caminaba descalzo e iba vestido con ropas toscas; nada tenía entre sus manos más que una lámpara. De su zurrón raído se adivinaba no otra cosa que una pequeña botija de cuero con agua y una pañota de pan viejo. El hombre aquél sacó de aquella lámpara un pequeño tarro con el que roció a toda la caravana con un denso líquido sin color ni olor, provocando de inmediato que el príncipe, sus servidores, y todas las carretas con su carga de calabazas, se quedaran flotando en el aire, que se había transformado en un extraño fluido semejante al éter.

 

Al verlo, el príncipe, suspendido en las ondas etéreas, le espetó diciéndole:

 

  • Viejo sucio, ¿qué haces entre esas inmundicias y porqué nos suspendes en el aire? ¿Acaso eres mago?

 

  • Bienvenido príncipe al mundo de la sencillez – le contestó gravemente – No temas de mi apariencia, que bien sabes que el Sol entra también en los albañales y no se ensucia ni deja por ello de brillar. Mejor acomódate en el sitio que te he designado, y en el que espero nutras tu espíritu de una de las virtudes más preciadas, pero a su vez más ignorada. Debo decirte, pues, que te he observado desde que dejaste el mundo de la prudencia y te acercaste a este, que has elevado tu orgullo y desnudado tu soberbia hasta lugares en donde no caben las virtudes que ya has adquirido. ¡Cuidado joven príncipe!, que como eres sabio, sabes entonces que no debes abusar de ellas adquiriendo atributos que las niegan. Y más aún, tratar de utilizarlos en tu propio provecho.

 

El príncipe contuvo la mirada, como en señal de reproche al hombre aquel que más bien parecía un pordiosero y no un maestro. Pero su voz interior le aconsejó callar y escuchar.

 

  • No quieras que los ríos corran hacia arriba, no sea, pues, que te hinches como las ranas cuando ven los ratones y explotes regando por los aires magmas nauseabundas.

 

El grueso de la caravana pareció conmoverse al ver como un pequeño hombre reprendía a tan regia figura, pero el príncipe les ordenó silencio y se dispuso a escuchar lo que venía.

 

  • En este momento, ya te encuentras avanzando por este camino, porque, aunque no lo sientes, en él actúan las ondas electromagnéticas, y son estas las que te transportan a través de estas vías. Así que mientras lo recorres, yo, desde este mi hogar, te contaré un cuento. Escucha:

 

Y extrayendo del morral un puñado de lentejas, las comió rápidamente.

 

  • Debo darte un buen ejemplo de mi sencillez, así será más fácil que la comprendas. Un buen día me espetó uno que tenía pretensiones de noble, diciéndome que era bueno aprender a adular al rey para no tener que comer lentejas; yo hube de responderle diciendo que mejor sería haber aprendido a comer lentejas para no tener que adular al rey. Y es que todo es muy difícil antes de la sencillez, pero cuando se es sencillo, todo es fácil. Hubo un rey que tenía mucho, pero no lo tenía todo; cuando se hubo enterado que había cosas que no tenía, dispuso que toda su corte se concentrara en traerle todo aquello que le faltaba. Los cortesanos, con todos los recursos a su disposición, se dedicaron de lleno a buscar aquello que a su monarca le hacía falta, pero por más que indagaban, comprobaron que todo lo que existía fuera del reino, ya este lo había adquirido. Así que, desesperados y afligidos porque deberían sufrir la ira del rey, retornaron y le advirtieron del fracaso de su misión. El rey se enojó tanto que murió de tristeza al sentirse débil e insuficiente. Y sabes, buen príncipe, que aquello que le faltaba lo tenía dentro del él, pero su orgullo, su vanidad y su soberbia no le permitieron sacarlo de su conciencia y colocarlo en sus sentidos y en su inteligencia. Era la sencillez.

 

Las ondas electromagnéticas trasladaban a la comitiva a lo largo del camino, a pesar de que todos los que en ellas estaban sentían que sólo flotaban en el espacio, sin moverse, frente al hombrecillo aquél cuya cabeza sólo asomaba del barril en que estaba.

 

  • Por eso, no dejes que el orgullo, la vanidad y la soberbia llenen tu corazón, ni que envidies cuanto no tienes cuando a decir verdad tienes demasiado y más de lo que necesitas. Un sabio de las estepas, en su soledad, sabía aconsejar a quienes le visitaban en busca de consejo, diciéndoles: “No desees con exceso lo que no tienes; mejor sabe apreciar lo que tienes, porque para vivir felizmente basta muy poco”.

 

Así avanzó el cortejo real por las ondas del éter, y cuando se acercaban al final del camino, el hombrecillo salió al fin del barril, descalzo y con las viejas y toscas ropas, así como sabía vivir, y mientras deglutía un pedazo del duro pan que llevaba, bebiendo un sorbo de agua de su raída botija, le dijo finalmente:

 

  • Aconseja el oráculo: “Sé sencillo para pensar, prudente para sentir, recatado para amar, discreto para callar, y honesto para decir, porque si así lo haces, tu reino será magnífico y nunca perecerá. Debes saber que más vale la sencillez y el decoro, que mucho oro”.

 

Así, pues, terminó el cuento del hombre del barril, y también el tercer camino. El príncipe había caminado mucho, aunque no lo sintiera, y cuando las ondas dejaron de sentirse y el éter pareció difuminarse, toda la comitiva, con todo y sus carretas de calabazas, se depositó sobre el suelo ante una enorme puerta.

 

 

Continuará con el próximo cuentecillo:

 

5 – El camino de la Templanza.

 

 

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