Página de inicio » Opiniones » Docentes para una educación con enfoques de género, inclusión, diversidad y derechos humanos ¿Es posible su formación?

Docentes para una educación con enfoques de género, inclusión, diversidad y derechos humanos ¿Es posible su formación?

Jorge Vargas Méndez*
[email protected]

Entre las apuestas más significativas del ciclo gubernamental iniciado en 2009, sin duda alguna está la articulación de una propuesta educativa de nuevo tipo. Pese a los buenos propósitos que habrían tenido las iniciativas educativas anteriores, los magros resultados que arrojaron en términos cuantitativos y cualitativos indican que en la práctica solo fueron remozamientos que de un modo u otro dieron continuidad a la educación surgida durante el boom de la industrialización en el país.

Una prueba de lo previamente afirmado la encontramos en la ausencia de una propuesta educativa que estuviera en consonancia con el logro y la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, omisión que en su momento no pocos estudios señalaron y cuyas secuelas ahora se observan particularmente entre la población joven, sobre todo en el grupo etario de 20-30 años (ver artículo de 8 de septiembre pasado, CoLatino) y que en número importante emigra mientras otra cantidad pasa a integrarse a maras u otros grupos delictivos. En suma: el MINED nunca consideró necesaria una educación para la paz y la reconciliación que en aquel momento penetrara las fibras de la sociedad.

En ese sentido, en el contexto de la realidad histórica salvadoreña actual caracterizada por una colectividad que cada vez más demanda del Estado el cumplimiento de sus derechos humanos y, sobre todo, los de aquellos segmentos poblacionales más vulnerables (mujeres, niñas, niños, jóvenes y otros grupos específicos), la apuesta educativa que viene articulando el MINED resulta totalmente coherente y plausible, lo que al mismo tiempo sugiere que la plataforma ética y jurídica de los derechos humanos ha venido de menos a más o que, por lo menos, atraviesa un excelente momento con su aceptación e incorporación en el ámbito educativo.

Los derechos humanos en general constituyen una respuesta ante la fragilidad humana, es decir, si como especie humana fuéramos invulnerables frente a cualquier agresión o abuso de poder en virtud de las desigualdades sociales, económicas y políticas existentes, tales prerrogativas no tendrían sentido. De ahí la importancia de fomentar su respeto y pleno cumplimiento entre el conjunto social, que es precisamente la razón de ser de todo Estado en la actualidad. Y es desde esa misma perspectiva que se ubican los restantes enfoques: de género, de inclusión y de diversidad. Pero aquí viene la pregunta obligada: ¿Es posible una formación docente para una mediación pedagógica desde esos cuatro enfoques, en un contexto donde aún prevalece un imaginario social que fluye en contrasentido y que, por el contrario, está en concordancia con el autoritarismo y la exclusión social que predominaron en el pasado?

En repetidas ocasiones he escuchado a colegas docentes despotricar contra los derechos humanos. Afirman que la causa del “descarrilamiento” de la niñez y de la juventud y, en particular, de la población estudiantil, se debe a “los derechos humanos y a la LEPINA”. Sostienen que la educación era mejor antes, esto es, cuando se utilizaba el castigo físico como método de corrección. Algo similar pasaba a finales del siglo decimonónico, cuando grupos de preceptores (hoy docentes) protestaban ante las autoridades educativas por haber prohibido el uso del látigo en las escuelas. En el mismo sentido, hace poco tiempo un colega docente me contaba en detalles cómo la mamá de un estudiante había llegado a insultarlo por haber reprendido al hijo de ella, quien un día antes se bajó el pantalón y se acercó por detrás a una niña del mismo centro escolar mientras viajaban como sardinas en un camión hacia la comunidad. “Si usted quiere que mi hijo se haga cul…., yo no”, le dijo después de amenazarlo, y se marchó.

En ambos casos, es obvio que constituyen valiosas herramientas para docentes los enfoques de derechos humanos y de género, respectivamente. Y de igual modo resultan clave los enfoques de inclusión y de diversidad cuando se trata de resolver en el ámbito educativo situaciones en las que a menudo se vulneran los derechos humanos de muchas personas, ya sea por su preferencia sexual, identidad y expresión de género, por su situación de discapacidad o pertenencia a un grupo étnico o pueblo originario, entre otras causas más.

Es obvio que en el país el imaginario social ha experimentado cambios significativos en los últimos veinticinco años, por ejemplo, en cuanto al reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres, lo que se debe principalmente a las gestas reivindicativas de las mujeres organizadas. También comienzan a verse cambios respecto al reconocimiento de los derechos de la niñez y la adolescencia, y de los pueblos originarios. La percepción que se tenía hasta hace poco tiempo respeto a la relación humana con el medio ambiente también ha cambiado. Pero sucede que ese imaginario social no es en modo alguno homogéneo. En el entramado social todavía predominan construcciones de pensamiento, valoraciones, significados y creencias que estructuran y reproducen visiones anacrónicas, por ejemplo, sobre la relación entre mujeres y hombres, la convivencia familiar y social, y la relación humana con el entorno ambiental. Y es precisamente esa realidad la que vuelve un imperativo la implementación de una educación desde los enfoques señalados, la cual debe comenzar a articularse obviamente desde el mismo proceso de formación docente que actualmente desarrolla el MINED. Pero, ¿será posible comenzar desde la formación docente esa tarea, cuando entre el mismo magisterio se refuerza el imaginario social predominante que todavía está en proceso de cambio? Está claro que no es una tarea fácil. Pero no debe caerse en el error de señalar los enfoques únicamente como ejes transversales, como lo hacen muchas instituciones y que en la práctica se quedan en letra muerta. Habrá que llevarlos a la condición de contenidos programáticos para posibilitar que cada docente en formación pueda pasar, como bien lo señalara Paulo Freire, de la praxis a la reflexión y de esta a la acción para mejorar en el país la convivencia familiar, social y ambiental en un futuro que parece estar ahí “nomasito”.

*Poeta, escritor, integrante del Foro de Intelectuales de El Salvador.

Ver también

Una nueva reforma política para una nueva burguesía

Por: Ricardo Ayala Secretario Nacional de Educación Política e Ideológica del FMLN En los corrillos …