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Reinventando la sociología crítica y la revolución social (3)

René Martínez Pineda (Sociólogo, UES y ULS)

En esa reinvención de las revoluciones sociales -en plural, cuando se hace referencia a la práctica concreta- y de la revolución social, en tanto concepto de la sociología crítica a utilizar para comprender, en detalle, cada proceso y acceso a la coyuntura, el factor elemental es el poder político como sujeto del Estado y las relaciones implícitas que éste contiene, y en función del cual se definen la legitimidad y legalidad de dicho poder y, además, se definen los adversarios antagónicos, los que pueden ser resumidos en la historia como: oprimidos y opresores; víctimas y victimarios; revolucionarios y reaccionarios. En ese antagonismo lleno de emergencias, sin duda alguna el pueblo va cambiando, pero sólo en tanto portador de una cultura política dada y dándose, a partir de la cual legitima o deslegitima el ejercicio de poder, tanto el que retiene y proviene del Estado, como el que, en momentos dados, proviene de las insurrecciones-rebeliones populares, razón por la cual la forma en que se denomine a ese pueblo de parte de las instancias enfrentadas devela el imaginario de éstas.

En El Salvador, los que fueron parte del bipartidismo de facto, durante treinta años, se refieren al pueblo (que antes les dio el poder con sus votos o, décadas atrás, incorporándose a la lucha armada en cualquiera de sus dos bandos) con epítetos que lo “inferiorizan”, tales como: manipulado, tonto, ignorante, engañado, “foca”, por citar los más usados. Queda claro, entonces, que los epítetos usados por quienes perdieron el favor del pueblo en las urnas (y perdieron sus cargos) son coherentes con la forma subyacente en que lo han visto desde siempre: con discriminación, desprecio y utilitarismo burocrático, lo cual implica que en la reinvención de la revolución social, como concepto, está implícito reinventar la “contra-revolución” como respuesta y readecuaciones del grupo más reaccionario de la clase dominante que ve la coyuntura como un: todo o nada, y que tuvo la capacidad de cooptar al partido de izquierda oficial, lo que también fue responsabilidad del pueblo organizado, por cuanto no supo cómo frenar a tiempo esa degradación de principios.

Por otro lado, hay que hacer hincapié en que el pueblo tiene sus propios y permanentes consejeros electorales y políticos -nunca actúa a la deriva absoluta, como podría creerse al reflejo- siendo los más relevantes: la expropiación de tierras, en la segunda mitad del siglo XIX, y que culminó con la rebelión de 1932; la dictadura militar -en 1944 y durante toda la guerra civil de los 80s; y, en la democracia electoral abierta en los años 90s, el consejero son las obras con efecto inmediato, el indecible deseo de ser los primeros en lo bueno, el sentido de pertenencia y la presencia directa en un proceso progresista que ha sido postergado demasiado tiempo; y el derecho a soñar y a ilusionarse para no morir de engaño o de hastío después de tanta sangre derramada.

Y es que el capitalismo está cambiando, y eso es una justificación exógena para la reinvención de las formas de lucha contra él. Pero ¿cuáles son los cambios más sustanciales? A mi entender, el primero es que el capital se está digitalizando y minimizando las relaciones sociales, lo cual deteriora aún más las condiciones de vida de la población, en tanto expropia la casa del trabajador -para convertirla en oficina- y la del estudiante -para convertirla en aula-, lo que podemos definir como una re-proletarización (o re-pauperización) a partir de las ausencias que se suma a la expropiación de la propiedad pública y de los servicios públicos a través de la privatización. El segundo cambio, derivado del primero, es que se fomenta una cultura de la resignación teológica y de las ausencias en función de evitar las transformaciones sociales básicas para construir un nuevo país más allá del capitalismo que conocemos, o en camino de ello. En tercer lugar, hay que retomar las epistemologías de lo cotidiano y de la nostalgia, de cara a recalcar y teorizar sobre: las nuevas formas de lo político desde la nostalgia de la utopía social que, como contra-hegemonía militante, movilizó y armó a decenas de miles en América Latina y el Caribe; las nuevas rebeliones que pasaron de las armas de fuego a los votos incendiarios; las nuevas formas de la revolución social que buscan, tal como las viejas formas, construir una nueva sociedad.

En ese sentido, desde 2018 estamos frente a: nuevas formas de comportamiento individual y colectivo; nuevos sujetos históricos inmersos o latentes en los sujetos clásicos, todo lo cual genera otra radicalidad y verticalidad de lucha. La radicalidad y verticalidad de la lucha social ya no se miden simplemente por los medios usados –las elecciones o las protestas sociales son válidas si prosperan como beneficio social desde lo social mismo- sino por el modo en que dicha opción electoral o lucha emancipadora afectan al capitalismo en función de frenar o disminuir la desigualdad social, y, en esta coyuntura heredada, no hay nada más radical y vertical que eso, debido a que modifica el contexto, las reivindicaciones, el imaginario utopista y el lenguaje mismo para referirse -en confianza coloquial e intimidad familiar- a la realidad social, en tanto es otra narrativa colectiva de las ilusiones de los nuevos sujetos históricos y prácticas de la transformación social significativa que se funda y se refunda con cambios relevantes.

Todo lo anterior no es posible si no se construye o reinventa la territorialidad como forma de gobernabilidad y de hegemonía alternativa: la gobernabilidad en el denso territorio del pueblo como parte estratégica de la guerra de posiciones, y no en las componendas de corrupción entre partidos políticos que hicieron de la corrupción e impunidad los gendarmes del sistema político. A estas alturas del largo proceso político y de la reinvención de la sociología crítica y de la revolución social, es vital afirmar que este proceso inédito es por una igualdad social que conozca y reconozca el esfuerzo diferente que cada quien hace por construir y aportar en el nacimiento de otra nación que puja por nacer.

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