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Sergio Inestrosa
Las escaleras
Las escaleras señores, que no nos engañen, se han hecho para sufrir. Tome usted estos ejemplos, se suben dejando en ellas hasta el último aliento, se bajan que bastaría un mal paso para desnucarse y pasar al otro mundo de inmediato y si uno quiere meditar sobre la conveniencia del suicidio, para asimilar el dolor de un abandono amoroso, qué mejor lugar que la soledad de una escalera.
Si la madre lo castiga a uno, se puede salir y sentarse en la escalera para que inmediatamente esa madre despiadada sienta remordimientos por haber echado al hijo a los brazos de la soledad, nodriza de todos los pensamientos malos.
Si de casualidad una persona baja o sube las escaleras y uno está sentado en ellas, buscará no molestar nuestro estado de calamidad general y pasará ocupando el menor espacio posible, casi evitando tocarnos, como si fuéramos unos apestados; poco importa si esa persona va cargada de bolsas del mandado, hará todo lo posible por no molestarnos, por no sacarnos de nuestra mísera situación.
Señoras y señores, niñas y niños: Las escaleras son el mejor lugar para rumiar nuestra existencial tristeza.
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