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La rebelión del malestar

Iosu Perales

Cuando las multitudes descontentas de un país no encuentran  una vía de protesta por la izquierda, se van por la peor derecha. Así ocurre en Francia donde decenas de miles de obreros votar a la señora Marine Le Pen.  El senador Bernie Sanders  era la esperanza para canalizar el malestar social estadounidense por una alternativa responsable de orden progresista, pero la elite del Partido Demócrata apostó por Hillary Clinton, icono del sistema y favorita del sector financiero, he hizo que fuera la candidata para enfrentarse a Donald Trump. La jugada ha sido un completo fracaso.

Ahora todos nos preguntamos ¿cómo ha podido ocurrir? Creo que la respuesta nos la da la vida misma. Estados Unidos vive años de dificultades. No sólo de orden económico y de empobrecimiento social, no sólo de violencia e inseguridad en las calles, no sólo de aumento exponencial de la desigualdad. También una crisis de identidad interna y desubicación en el mundo.

Tal vez, un primer error ha sido el pensar que los votantes de Trump serían los ignorantes, racistas, intolerantes, machistas, gentes de clase baja. Con semejante retrato pocos esperaban que lograse ganar. En realidad le han votado también de forma abrumadora trabajadores de raza blanca (los sueldos llevan estancados desde hace treinta años), jóvenes graduados universitarios, empleados de servicios, mujeres que no tienen estudios superiores, un 29% del electorado latino, votantes de clases altas y de clases medias. Trump no tiene un segmento ideológico definido, pero ha sabido ganarse el resentimiento existente contra Washington como un cemento que ha unido a sus votantes, a partir de dos hechos: la inseguridad económica de la clase media y trabajadora, y los grandes cambios demográficos y por consiguiente culturales que vive el país en los últimos años.

Muchos norteamericanos tienen hoy la sensación de que no viven en el mismo lugar de antes, en el que nacieron y crecieron. No saben adaptarse a la diversidad racial, no aceptan el acceso a las instituciones de poder de miembros de grupos minoritarios, a lo que hay que añadir los derechos de los homosexuales, gays y lesbianas; los de las mujeres; las respuestas de los negros a la violencia de la policía. La América profunda se ha extendido a las periferias de la ciudades. Y en este escenario los Clinton personifican lo que hay que odiar.  Hillary representa la deshonestidad, la corrupción, una mujer ligada a Wall Street y que como secretaria de estado fue una gran intervencionista. En este caldo de cultivo la contundencia de Trump, incluidos los insultos a su rival y a los demócratas en general, ha sonado a música celestial; en lugar de ser un hándicap ha sido como si fuera la rebelión del malestar.  Para mucho votante norteamericano Trump puede ser un desastre, pero lo de Hillary Clinton está demostrado. Son cuarenta años viviendo en el corazón del sistema político. Por eso muchos demócratas se han abstenido y alguna porción ha votado  al histriónico republicano. Ciertamente la elección de este presidente es una desgracia para Estado Unidos y para el mundo. Pero probablemente expresa la desafección generalizada de la sociedad mundial con respecto a la democracia, hasta el punto que se está instalando la incredulidad. Desde luego Hillary no ha sido creíble. También en Estado Unidos mucha gente está harta de promesas incumplidas y el populista de turno ha dado un golpe en la mesa. No es una casualidad que en Estados Unidos hayan aumentado en los últimos años los suicidios, el alcoholismo, la drogadicción. El establishment está fallando. Tanto que no ha servido de nada que 200 periódicos hayan apoyado a Hillary Clinton y sólo 6 a Donald Trump.  Donald Trump ha sabido explotar la xenofobia . Su retórica habla de la migración ilegal como causa sistémica del empobrecimiento de los blancos. Para él todo tiene un culpable. Y él lo ha señalado y de paso ha generado miedo. Y el miedo mueve a la gente y a los votantes. Su idea del muro en la frontera mejicana ha conquistado a muchos electores. Si bien en Europa se hace mucha demagogia en este punto: muros y alambradas hay en nuestras fronteras. El caso es que entre la población norteamericana hay temores e incluso nostalgia del pasado, todo cambia demasiado rápido. Es verdad que muchos republicanos se separaron de Trump en desacuerdo con sus derivas, pero esos mismos republicanos que se han hartado de insultar a Obama durante ocho años y ahora se llevan las manos a la cabeza, lo han llamado jefe del islamismo radical, traidor, y cosas peores.

Se dice que Trump es un anti-sistema. No estoy para de acuerdo. Es un multimillonario hecho en el sistema y forma parte del mismo.  Eso sí no depende de nadie, ni de donaciones ni de lobbies. Lo que ocurre es que los defensores a ultranza del sistema no pueden aceptar agujeros negros, nada que no pueda ser razonablemente explicado. De manera que lo más fácil es decir “no es de los nuestros”. Pero este tipo no es muy distinto a Berlusconi, al húngaro Orban o al polaco Kacynsky. Todos ellos se dirigen a la población inquieta por las migraciones, por la globalización y la revolución tecnológica. Y prometen un mundo mejor, en cierto modo una vuelta al pasado y sus valores.

Veremos cuál es la política internacional de este populista. Que tengamos suerte.

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