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Tras el 3 de febrero, ¿encerrarse o abrirse? y -3

Iosu Perales

Sostengo la idea de que hay que abrir espacios de gestión alternativos sin esperar a que el neoliberalismo y el capitalismo caigan. Esto es algo que con frecuencia no se entiende en la izquierda debido a que está sujeta a una concepción tradicional y convencional, de cómo se sustituye un modelo por otro. Es una concepción que coloca a la izquierda demasiado pendiente de los poderes institucionales, lo que se corresponde con la idea de que las cosas se cambian principalmente por y desde arriba. Es un error.

Pero la propuesta de abrir espacios desde ahora, no será posible si no tenemos más fuerza social, más apoyo electoral. El cambio de la correlación de fuerzas empieza a acumularse desde abajo. Y los nuevos apoyos hay que buscarlos por fuera de lo que ya es una población que apoya y vota a la izquierda. Hay que ensanchar los apoyos para lograrlo. Se trata de abrirse y no de encerrarse.

Propongo las siguientes reflexiones que responden al cómo debemos abordar los/as revolucionarios/as el nuevo tiempo que vivimos. Veamos: cuando el FMLN firmó los Acuerdos de Paz expresó su voluntad de impulsar un cambio en el país, que trajera un nuevo contrato social en favor de las mayorías y no de la pequeña minoría privilegiada que secularmente ha dominado El Salvador (ese dominio lo conforman ahora 164 familias). Podría decirse que en su visión política, en su relato, predominaba lo popular como eje y pilar de la promesa de una renovación del país. Desde esta actitud el FMLN abordó la construcción de una nueva mayoría que devolviera la soberanía y sus derechos a los más desatendidos, estafados e injustamente tratados por una oligarquía que por décadas ha tenido secuestradas a nuestras instituciones. La vía electoral se asumió como terreno de combate y en sus batallas se perdió y se ganó. Pero esta alternancia de ganar y perder nos ha llevado a una especie de empate: poco alentador entre las fuerzas del cambio y las tradicionalmente partidarias de que todo siga igual o peor. No logramos romper esa dialéctica dual (izquierda-derecha) y dar un salto de despegue hacia una hegemonía de la izquierda.

Lo que hay que preguntarse es si no tenemos motivos para adaptar nuevos enfoques a los mensajes que nos lanza una sociedad 25 años después de Chapultepec. A mi juicio la respuesta es que si.

Para empezar hay que decir que las sociedades latinoamericanas están cambiando su paisaje social, laboral y sociopolítico, a buena velocidad. El relato tradicional de la izquierda de que los cambios serían la obra de los obreros y campesinos: el sujeto histórico por excelencia, debe ser pensado de nuevo. Y al hacerlo hay que analizar por qué amplios sectores populares, incluyendo mucha gente pobre, votan a la derecha. Probablemente es así porque en su construcción cultural sigue pesando el relato anticomunista, los temores a esa izquierda que la derecha dibuja una y otra vez en sus poderosos medios de comunicación. La cuestión es ¿cómo llevar adelante una nueva hegemonía incorporando a buena parte de esos votantes a un proyecto de los de abajo (las mayorías) frente a los de arriba (una minoría)?

Lo mismo puede decirse de las clases medias. Ellas son muy importantes en la conquista de posiciones para cambiar los equilibrios de fuerza en la sociedad. No es que deban ser vistas como el nuevo sujeto que sustituye a la clase obrera: no. Pero debemos contar y mucho con las clases medias en un nuevo relato que agrupe los dolores, los anhelos, sus reclamaciones frustradas y no satisfechas y proponga una nuevo horizonte emancipador. Ciertamente, hoy en 2019 hay una variedad de sujetos y no tiene sentido pontificar a uno de ellos.

La transversalidad es ya en todas partes del mundo el desafío de las izquierdas. En cierto modo el neoliberalismo con su darwinismo social radical, nos ayuda a la construcción de un bloque que aspire a generar una nueva hegemonía, a partir de realidades diversas capaces de convertirse en un consenso contra la oligarquía. De manera que junto a los asalariados, otros sectores deben sentirse cómodos en una voluntad popular conformada a partir de materiales subjetivos y objetivos diferentes. Es justo, en este punto que hay que decir que el FMLN más allá de un proyecto político debe ser un proyecto de pueblo, para el cual el partido no es un fin sino un instrumento. Esto es tan importante que debe centrar siempre nuestra atención, sobre todo, en lo que pasa fuera del partido. Fuera está lo más importante.

Este enfoque de lo transversal no debe ser visto como un truco electoral. No es una idea para tener nuevos caladeros de votos. Es un cambio de enfoque. No responde desde luego a un planteamiento populista que persigue lo mismo que los partidos “atrápalo todo”. No. Lo que llamamos transversal no despolitiza: repolitiza.  Aísla a las elites económicas y las castas políticas y se afana en construir un pueblo para refundar un país. El discurso de lo transversal no es un ropaje es un terreno de combate que disputa la hegemonía de modo frontal a la derecha. No es por consiguiente una batalla ambigua lo que se propone, al contrario, es un proyecto nacional-popular (no populista).

Lo voy a decir claramente: no nos atacan por intentar representar a la izquierda, pero sí por representar al pueblo o a la gente. Ello pone de relieve que el reparto simbólico formal no da miedo al orden establecido. De lo que se trata, justamente, es de disputarle a la derecha y arrebatarle el derecho de hablar en nombre de El Salvador, construyendo un nuevo interés general y nacional, al que no le sobre medio país.

Este nuevo relato requiere de un cambio cultural para poder desarmar a la derecha. Hace falta indagar en nuevos conceptos, nuevos lenguajes, nuevas palabras. Necesitamos que el país se llene de eslóganes, canciones, libros, símbolos, artículos, películas, programas, que ayuden a construir una nueva voluntad general, una memoria de país real frente al oficial. También necesitamos dominar las nueva tecnologías de comunicación, escenario en el que se dan batallas decisivas. Por lo tanto no hablo de cambios como un truco electoral, hablo de un proyecto nacional-popular que debe expresarse en las instituciones y en las calles. En los múltiples espacios de la calle, hemos de ir construyendo una comunidad política, una mística compartida. Y hacerlo desde los territorios, desde la militancia de base, para ir conformando un bloque histórico movilizado.

Poner en marcha un movimiento nacional, popular y ciudadano, tendiendo la mano a los sectores más desfavorecidos, pero también a los sectores medios, que se apoye decisivamente en los sectores más activos. Hacerlo con capacidad de hablar en el lenguaje de los que faltan por incorporarse a una nueva mayoría. ¿Cómo levantar este bloque nacional-popular? Tal vez la respuesta esté en un nosotros, los de abajo, en cierto modo heterogéneo y un “ellos” formado por esa minoría oligárquica, privilegiada. ¡Vamos por los que faltan! Sería la consigna para conquistar posiciones más avanzadas que diría Antonio Gramsci.

No sirve de nada una pureza radical flotando sobre la realidad. Antonio Gramsci planteó muy bien la cuestión de la hegemonía mediante la conquista de posiciones cuando en un país la derecha es fuerte y está bien fortificada en las instituciones del Estado.

Todo cuanto defiendo en este artículo supone un nuevo enfoque  en la batalla izquierda-derecha, en la lucha social y política. Este eje debe estar siempre presente y activo en el plano de las ideas y de los valores. Pero no es suficiente. Y no lo es porque la articulación política de una realidad nacional-popular que es amplia y fragmentada requiere de una soldadura más sólida que facilite la unión de todas las reivindicaciones. Así, la promesa de regenerar el país, afirmando la existencia de intereses concretos, de reclamos materiales que pasan por el reconocimiento de clases sociales, pasa finalmente por la recreación de una subjetividad colectiva, con referencias simbólicas y míticas que articulen demandas distintas bajo la idea de un nuevo y mejor país. Así es como la política, es construcción de una razón de ser, la esperanza que nunca debe defraudar y rendirse, un sentido común y un campo de combate.

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