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Política, partidos políticos y bien común

Chencho Alas

La política es una de las principales instituciones de la cultura y abarca una gama muy importante de nuestro quehacer humano estando prácticamente presente en todas las actividades de nuestra vida particularmente en la económica. Ella nos exige a comprometernos, a ser actores dentro de este campo, a no quedarnos en la barrera solamente viendo o criticando lo que otros hacen o nos imponen. La participación en la política es necesaria para construir la justicia y la paz.

El término política ha sido manoseado hasta la saciedad y por eso muchos rechazan su participación en la misma o se comportan como si pudieran tener una actitud neutral, lo cual es imposible. Ya el famoso filósofo Aristóteles, que vivió en el siglo V antes de Jesucristo, decía que el hombre se define como un zoon politikon, animal político. El término se refiere al trabajo de ordenamiento de la ciudad, reconociéndose actualmente como la actividad humana que tiene como objetivo la acción de gobernar a nombre y en beneficio de la sociedad, lo cual le corresponde al Estado, el cual se define como “El conjunto de instituciones que ejercen el gobierno y aplican las leyes sobre la población residente en un territorio delimitado, provistos de soberanía interna y externa” (Wikcionario).

La política se rige por los modelos de vida que queremos rijan nuestras existencias, los cuales pueden ser antropocéntricos, -el hombre es el centro de la naturaleza- y por lo tanto es dueño de ella pudiendo usarla a su conveniencia, o biocéntricos, -la vida es el centro- y, por lo tanto, es el valor supremo. En el campo político, estos modelos están regidos por ideologías cuyo objetivo es determinar cómo la sociedad debe organizarse y funcionar y por el conjunto de valores éticos, principios, doctrinas y símbolos que inspiran y gobiernan a una parte de la sociedad o deberían de gobernarla para lo cual es necesario contar con instituciones ya existentes o que deberían de crearse. Los dos paradigmas obedecen a culturas, espiritualidades y teologías divergentes que generan vertientes políticas si no siempre opuestas ciertamente distintas. La base filosófica del primer paradigma es el individualismo, cerebro y corazón del capitalismo.

En este paradigma el Estado está llamado a legislar sobre el sistema educativo el cual actúa como cuna de producción y reproducción del modelo. La mayoría de profesionales que más tarde engrosarán las filas de la asamblea legislativa, el órgano judicial y el poder ejecutivo provienen del sistema educativo vigente; ya están programados.

En el paradigma de la vida la cultura gira alrededor de la persona definida como un “yo en comunión con el otro”, con la comunidad o como lo define la cultura Xhosa del África, “UBUNTU: yo soy porque nosotros somos”. En este paradigma la persona significa la profundidad interna del ser humano, de la mujer y del hombre. Es el yo interno y es la relación con el otro o con los otros que nos abre al mundo de la comunidad. Mi yo no existe de manera independiente, no puede ser individual, sino está inserto esencialmente en la comunidad, en el ser con los otros. Desde luego, esta concepción cultural de la persona y de la comunidad requiere una aproximación filosófica y política que solamente encontramos en el socialismo, el cual debe enriquecerse con el movimiento ecologista.

El hombre es cuerpo y espíritu. La política se ocupa de las relaciones entre los seres humanos, relaciones que tienen en cuenta al ser humano en su totalidad. Por lo tanto, la política incluye entre sus deberes el desarrollo de la espiritualidad de la sociedad. No se puede concebir la solidaridad, el respeto, la valoración de la dignidad de cada persona, la honestidad, la protección de la familia, la condena al libertinaje, la piedad hacia los más vulnerables si la sociedad carece de espiritualidad.

Si hacemos un análisis somero de los partidos políticos de nuestro país, nos damos cuenta que nos encontramos muy lejos de llenar el objetivo de la política. La corrupción galopante, el robo al erario público, los sobresueldos, el interés mezquino de destruir al partido contrario para poder llegar al poder negándole votos para adquirir, por ejemplo, la aprobación de préstamos, el convertir los institutos estatales en instrumentos para favorecer a ARENA, todo nos indica que no se hace política sino gangsterismo fuera de toda ética.

Las consecuencias son fatales. ¿Cómo le podemos pedir a las maras que no roben, que no extorsionen, que no maten, si robándole al Estado afectamos de múltiples maneras el bienestar del pueblo?

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