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La hora de los pañuelos blancos (3)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

En el siglo XXI, más fértil que formar ejércitos contrainsurgentes y escuadrones de la muerte, es formar políticos e intelectuales que disimulen con su jerga y delirios, las ignominias que signan al país. Ciertamente, el país no necesita esos políticos demagogos que se acuerdan del pueblo solo en las elecciones (las que le dan mucho dinero a las corporaciones televisivas, líneas aéreas, hoteles, periódicos millonarios y restaurantes de comida chatarra) y le prometen cosas que no cumplirán. Necesitamos, eso sí, volver a los valores colectivos que la teoría social reaccionaria presenta como obsoletos con la intención de mitigar todo intento de rebelión social y de redención de la dignidad. Y hay que volver de la mano de las ciencias sociales críticas, que son las que empeñan su palabra con el pueblo para poner en vigencia contratos sociales con un perfil revolucionario en los que la pobreza sea un mal sueño que no se repetirá. Si no hacemos ese retorno axiológico y escatológico: ¿de qué sirve una Escuela de Ciencias Sociales? Un profesional universitario es lo que hace con lo que hicieron de él, si al nomás recibir el título empieza a leer los libros con los que hubiera querido haber sido formado.

Los países con gobiernos carroñeros; las multimillonarias megaempresas nocivas al ecosistema y letales para los imaginarios populares; los militares flatulentos y violentos; los devotos e ignotos que calumnian todo lo que huele a pueblo; los usureros que sostienen la sanidad contable de los bancos; ni tampoco la organización mundial del comercio deben gobernar el mundo porque el efecto negativo es obvio. En esa lógica la política debe ser la herramienta terminante de las ciencias sociales, pues en ellas esta el origen y fin de la realidad tal cual es: cruda y ruda para los pobres. ¿Cuántos años han pasado desde que supimos -en las tinieblas de la Comuna de Paris; en las trepidantes fábricas de Chicago; y en la fría madrugada del Mozote- que la única forma de combatir la pobreza es instaurar la antítesis del capitalismo? Debemos juntar la inteligencia y dignidad con las ganas de luchar, porque que solo así podremos abandonar el barco de los apáticos súbditos de la modernidad. Todavía están pendientes muchas luchas teóricas, axiológicas y políticas que hay que encarar para que tengan sentido las luchas e inmolaciones previas.

Si no asumimos nuestra posición de intelectuales orgánicos -en la realidad y frente a ella- vamos a tener que conformarnos con ser víctimas de la ignominia, o vamos a estar entretenidos reinventando el “mundo feliz” del silencio anónimo. No se si mi visión es harto vertical, lo que si se es que es consecuente con mí actuar desde que comprendí que no hay una tumba lo suficientemente grande como para enterrar a la memoria. El ser consecuente con las creencias y con las personas que queremos es lo que nos da triunfos y derrotas, y ese no es un problema debido a que no pueden lograrse las primeras sin haber saboreado las segundas, sobre todo si estamos tratando de decodificar, teorizar y apuntalar el surgimiento de una nueva época en la que estar comprometidos o no estar comprometidos sea la medida del tiempo-espacio.

¿Son golpes de pecho?, ¿es la nostalgia tomando la palabra o cediéndosela a la impotencia que se deduce del vuelo de los pañuelos blancos que gritan “adiós”? Simplemente creo que hemos entrado –de porrazo- en otra época, pero con constructos teóricos viejos; con políticos aún más viejos; con frenos culturales casi victorianos; con sesgos del ayer en el que la lucha armada era la única respuesta –es mi caso-; y con lastres que son tan pesados que impiden que levemos anclas para salir a surcar la realidad, y enfrentar las tormentas perfectas que se forman en los mares tenebrosos de la cotidianidad. Por eso, las buenas intenciones que de seguro muchos tenemos, se quedan pasmadas ante el intimidante acopio de cambios en la lógica de movimiento de la realidad y su teoría, tan intimidante que no tenemos tiempo para registrar todo lo dado, dándose y por darse, y entonces las ironías hacen de las suyas y de las nuestras. Nunca antes se había escrito tanto sobre la problemática social y, sin embargo, cada vez estamos más lejos de resolverla: quemamos la Amazonía y la sustituimos con centros comerciales; ahogamos la dignidad y la resucitamos como consumismo; combatimos la ignorancia con horóscopos y celulares inteligentes; ocultamos la desnudez con ropa usada; disfrazamos nuestro cinismo con poses aparentemente eruditas. Citando a Moliere, como si este conociera a los sociólogos, diré que “no es sólo de lo que hacemos que somos responsables, sino también de lo que no hacemos”.

Diez años pueden ser muchos o muy pocos para redescubrir lo mejor y lo peor del ser humano, todo depende de dónde creemos que estamos parados. Lo que sí se puede asegurar es que lo uno se forja con la colectividad militante, y lo otro con la complicidad de la apatía oscurantista. Si optamos por lo último, cada vez nos iremos alejando más del pueblo al inventar y vivir jerarquías ilusorias… Sin embargo, seguiremos siendo pueblo. Esos y otros hechos nos atan las manos y la voz, pero creo que ya es imposible renunciar al compromiso debido a que ser súbdito ha fracasado, lo cual podría significar un cambio cultural radical. Eso es lo que nos exige la historia. La revolución democrática que se suponía surgiría de las cenizas de la guerra civil no ha sido realizada, basta con señalar que la corrupción sigue siendo una constante. La hora de volver a soñar utopías parece haber regresado, y esta vez debemos tener la cabeza recostada en la misma almohada.

Para que soñar sea posible, debemos asumir nuestro papel ya que de no hacerlo, moriremos en la civilización que vamos creando. Esa es la encrucijada teórico-política. ¿Por qué entretenernos narrando lo sucedido?, ¿por qué seguir sufriendo la historia en lugar de construirla?, ¿por qué tener más tiempo perdido que tiempo encontrado? Pensemos que la vida es un milagro en un país como el nuestro; que la cultura política democrática es un milagro en un país que ha estado dominado por mafias políticas; que las ciencias sociales pueden ser parte del milagro de construir un país distinto.

Ha llegado la hora del adiós burocrático, y ya saben quién soy como hombre de carne, huesos y conciencia. Tan solo un peón de la utopía.

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