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Enero, mes de la memoria histórica

Dado que la historia no es una farsa, pues se trata de hechos consumados, lo mismo sucede con la memoria histórica; este último concepto producto de los esfuerzos de las diferentes agrupaciones de la sociedad civil o de grupos originarios, entre otros, sobre los hechos más recientes.

Y la historia se puede tergiversar, dependiendo de quien la escriba, por eso los esfuerzos de la sociedad civil en ponerle atención a la memoria histórica son sumamente valiosos, para que no le sea fácil su desnaturalización por intereses ajenos a la ciencia.

Pero dado que la historia es una ciencia y no un capricho de los que la escriben, es bueno traer a cuenta un hecho histórico que la dictadura militar y oligárquica quiso olvidar y tergiversar. Nos referimos al levantamiento campesino e indígena del 22 de enero de 1932.

El levantamiento insurreccional de 1932 y su sofocamiento criminal, en manos del dictador Maximiliano Hernández Martínez, se intentó mantener oculto y, por supuesto, tergiversado. Los abuelos y bisabuelos eran los que se encargaban de contar, sin datos precisos de las causas, sobre “el movimiento comunista” de 1932, con lo que se justificaba de paso la masacre de los campesinos e indígenas.

“Por allí pasaban las carretadas (carro halados por semovientes) llenas de muertos de los “comunistas”, “los rojos” o “los del socorro rojo”, indicaban los abuelos al contar aquellos momentos. Los libros de historia tenían censurada esa parte, nada más simples brochazos de lo sucedido.

Los libros de quienes se encargaron de relatar esos hechos con los sobrevivientes fueron prohibidos en El Salvador, y solo los universitarios avezados e interesados en la historia de El Salvador comenzaron a buscar bibliografía e introducirlo de forma clandestina en el país. Así, en la clandestinidad o semiclandestinidad, se leía la obra testimonial de Miguel Mármol (un dirigente del Partido Comunista de El Salvador, que sobrevivió a la masacre de 1932), elaborada magistralmente por Roque Dalton, o la “Monografía de El Salvador”, del mismo autor; “La Acumulación Originaria”, de Rafael Menjívar, exrector de la UES; “El Salvador la Tierra y el Hombre”, de David Browning, entre otras tantas.

La historia oficial quiso esconder ese hecho, como el golpe militar de 1931 al presidente Arturo Araujo, con el que se inician los cincuenta años de la dictadura militar en El Salvador, que concluyó con la guerra civil y la firma del Acuerdo de Paz.

El levantamiento campesino e indígena, armados solo con machetes y una que otra escopeta de la época, inició el 22 de enero de 1932, con el lanzamiento directamente contra los cuarteles, y contra los dueños o mandadores de otra finca, sobre todo en el occidente del país.

El Partido Comunista Salvadoreño, que había sido creado en 1930, y que participó en las elecciones municipales y legislativa, que aunque ganaron no les reconocieron el triunfo, decidió acompañar a los campesinos e indígenas en el levantamiento, muchos de los dirigentes indígenas y campesinos eran miembros del partido: Francisco Sánchez, Feliciano Amas, entre otros.

Pero el líder del PCS responsables de la parte militar, Agustín Farabundo Martí, fue capturado el 19 de enero de 1932, junto a los editores del periódico La Estrella Roja, los estudiantes universitarios Alfonso Luna y Mario Zapata. Los tres fueron fusilados en el Cementerio General de San Salvador, hoy los Ilustres, el 1 de febrero; es decir, a dos semanas de haber sido capturados.

Sin la conducción del PCS por las capturas, los campesinos e indígenas se lanzaron contra la incipiente dictadura militar.

En los archivos de la ex Unión Soviética, hoy Rusia, hay información al respecto, también en el Vaticano, y en el Arzobispado de San Salvador, sobre estos hechos. Es decir, era imposible borrar de la historia esa gesta histórica por la cantidad de fuentes vivas y fuentes documentales.

Los salvadoreños no debemos olvidar esas gestas históricas, sus causas, sus consecuencias, sus protagonistas.

Lo mismo podemos decir del 16 de enero de 1992, con la firma del Acuerdo de Paz, en Chapultepec, México, que puso fin a una guerra civil de doce años, y con lo que se cerró definitivamente el círculo de la dictadura militar en El Salvador.

Por eso es menester reivindicar que el mes de enero es el mes de la memoria histórica.

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