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La llaga desnuda (entrega 14)

Erick Tomasino

 

ADVERTENCIA

1. Esto no es una autobiografía.

2. El lenguaje utilizado en este texto, treat nurse es de exclusiva responsabilidad de sus personajes.

3. Es probable que este libro, ed cialis no sea el mejor que lea en su vida.

 

No todo va mal

Estaba por tomar la última cerveza de la noche. Prendí un cigarrillo para dilatar mi estancia en aquel bar silencioso. Un viejo amigo se me acercó y me preguntó si andaba con alguien más: “Acaso me ves con alguien” respondí.

Mi amigo quedó mudo por un tiempo corto, viagra sin saber si responderme o pegarme la marca de su puño en mi rostro. Al final reaccionó: “Es que hay una fiesta por acá cerca y pensé que si no tenías nada mejor que hacer, te podrías venir con nosotros”. Di un pequeño sorbo a la cerveza y una profunda calada a mi cigarrillo. Vamos, dije. Puse unos billetes sobre la mesa y nos largamos.

Afuera del bar había un grupo de gente. Acerté en adivinar que iban rumbo a la misma fiesta. No les presté mucha atención. Iba porque me habían prometido que habría licor. La demás gente no me interesaba. Vi como subían a un auto y yo y mi amigo quedamos fuera. “Da igual si vamos a pie, la casa está”. Así que caminamos y mientras íbamos por la calle hablábamos de cosas vanas. Del clima, de cómo había ido el día, en fin un poco de todo para no sentir el camino.

Llegamos a una casa y tocamos, alguien abrió. Nos invitó a pasar. Quienes habían llegado antes tenían sus vasos llenos. Alguien había decidido poner música para sentir el calor del trópico. Me se senté, tomé un vaso y serví un buen trago de ron. Vi a mi alrededor como evaluando al resto. Por un momento sentí que estaba demás, perdiendo el tiempo. Que no había nadie ahí tan interesante. Escuchaba sus conversaciones. Todas me parecían vanas.

Mi amigo, que estaba aun más ebrio, decidió sacar a bailar a una de las pocas chicas que había. Ella accedió. Era la que había puesto la música. El resto seguía en lo suyo y decidí que si no había otra cosa que hacer, me embriagaría hasta más no poder. Igual, los tragos eran gratis. Sin mucho ánimo me puse de pie para dar una husmeada por la casa. Había unos libros y quise leer los títulos. El ruido no dejaba concentrarse. Intenté participar de una conversación, pero me veían raro. Nadie, además de mi amigo me había visto antes. Traté de sonreír, pero sólo conseguía fingir una mueca para ser aceptado.

La gente seguía en su plática como si yo no existiera. Serví un trago más. Traté de sentarme, pero pensaba que si me emborrachaba demasiado, no conseguiría dar con el camino a casa. Seguí paseando por aquel lugar. Luego noté, que casi al fondo, había una chica de pie, viendo hacia todos lados, igual de sola que yo.

Pensé que alguien así, sola en aquel ambiente, podría ser interesante. Que igual no se encontraba en la fiesta o más aun en las conversaciones llanas, que a cada minuto se volvían gritos de gente ebria. Decidí abordarla sin saber exactamente como. Un “hola” podría funcionar. La gente siempre responde ante un “hola.” Me acerqué a ella y dije “hola” como lo había planeado segundos antes. “Hola” respondió ella, la cosa marchaba bien.

-Pues, que te vi y noté como te movías, parece que tenés ganas de bailar. Ella me miró sin mucho interés.

-En verdad no bailo, me gusta la música, pero no me siento bien si bailo. Aquí se baila como si de profesionales en una competencia se tratara.

-Yo tampoco bailo, pero hoy lo haría para bajar un poco la borrachera. Ella soltó una leve sonrisa.

-Bien, pero pongamos los tragos en la mesa, a ver que nos sale.

Pusimos los vasos sobre una mesa cercana e intentamos bailar, tomamos nuestras manos, como mandan los manuales, pero no salían los movimientos ciertos.

-Oye, dijo ella, si no quieres bailar conmigo, no te sientas obligado.

-No es eso, es que realmente no sé bailar, confesé. Entonces paremos y no hagamos más el ridículo.

Me sentí un poco frustrado. No me había salido el papel de “latinboy” en ese momento.

-Entonces ¿qué hacemos?

-No sé, platicar.

-Eso creo que me sale un poco mejor. De qué quieres que hablemos.

-No sé, me da igual.

-¿Qué haces?

-Estoy bebiendo y tratando de hacer una conversación con vos.

-Que interesante. La cualidad de los humanos es poder verbalizar lo que piensan.

-Supongo.

-Y vos ¿qué pensás?

-Dímelo tú, que eres el más interesado en “verbalizar” lo que piensas.

Tratamos de desarrollar una conversación. Hablé de lo frustrante que me parecía no poder ser sincero. Ella, que venía de un lugar, donde siempre se dicen las cosas tal cual sugirió que en ese momento me lo podía permitir. Seguimos bebiendo. Por fin sentí que podía decirle que me sentía atraído hacia ella. Y que si no le molestaba, que en ese momento sentía unas repentinas ganas por besarla.

-No tendría problema, pero es que me da un poco de vergüenza aquí. Estamos casi al centro de la fiesta y todo mundo nos vería.

-¿Donde preferís?

-Donde estemos un poco menos a la vista.

-Bien, pues estoy viendo que al final del pasillo hay un jardín, está oscuro y parece que no hay nadie.

-Pero seríamos tan obvios.

-¿Entonces qué sugerís? pregunté con mas deseos de sentir mis labios en los suyos.

-Pues no sé, a lo mejor si vamos a la cocina, pero no tendríamos que ir juntos, para que los demás no presten mucha atención.

-Ya está, entonces hacemos como que se acabaron nuestros tragos, que no hay más hielo y que vas a ponerle algo. Yo me quedo un par de segundos por acá y luego te alcanzo.

-Me parece -dijo ella-. Y se dirigió a la cocina. Hicimos tal cual, esperar unos segundos y caminar hacia ahí. Ella estaba poniendo unos hielos. Llegué, me acerqué, la tomé por la cintura, ella se dio media vuelta y así nos besamos. Primero un beso suave, como midiéndonos. Luego uno más apasionado que nos provocó abrazarnos y pasar las manos sobre las espaldas de la otra persona. La música y el ruido de las demás personas nos permitían emitir profundos suspiros.

Parecía que había buena energía en ambos y no parábamos de besarnos. A tal punto que ya no nos importaba si nos veían, si nos sorprendían en ese momento. Ella me atraía fuertemente a su cuerpo para sentir la erección que ya no podía disimularse.

-No podemos continuar acá, dijo ella en una breve reacción.

-Tu casa o mi casa, propuse.

-Tu casa, respondió.

Casi sin darme cuenta, ya había pedido un taxi y nos marchamos sin despedirnos de los que aún quedaban consientes en aquella fiesta. El taxi era el preámbulo de lo que sería más adelante.

Llegamos a la casa, y subimos a la habitación, la ropa ya estaba siendo incómoda. Entramos al cuarto y ella quiso hacer una leve inspección del lugar. Había algunas postales de películas pegadas a la pared, un escritorio con muchos papeles en desorden y la cama al centro.

Había mucha fogosidad en nosotros. Nos besábamos con lascivia. Nos denudamos sin parar de besarnos. Yo estaba maravillado con la desnudez de la chica, no sabía si seguir o quedarme ahí admirando su belleza. Opté por lo primero. Mis manos recorrían todo aquel cuerpo que con cada caricia se revolcaba de deseo.

Trataba de decir palabras que sonaban inteligibles, algo así como “tus dedos como hormigas detonan mi pasión por vos” o “en la comisura del silencio con el latir de tu pecho cabalgamos”.

Ella besaba mi cuerpo recorriendo con sus labios la piel del que estaba erizo hasta el último poro. Vino el coito, entre gemidos, respiración agitada y una que otra frase que surgía espontánea producto del éxtasis. Consumado aquello, dimos por quedar recostados -ella un poco encima de mí- hasta quedar dormidos.

La madrugada nos sorprendió, aguardando promesas y futuros que aún están por escribirse. Era la primera vez después de tanto tiempo, en la que mi fantasma no me interrumpió a mitad de un polvo. Dormí satisfactoriamente.

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