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¿Hacia dónde va el país?

German Rosa, s.j.

Los últimos acontecimientos han creado un dinamismo político de gran trascendencia nacional e internacional. Ha iniciado a sentirse un sismo de 8 grados en la escala Richter cuando la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de El Salvador ha declarado inconstitucional la Ley de Amnistía que en 1993 perdonó crímenes cometidos durante la guerra civil que asoló al país entre 1980 y 1992. La Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz de 1993 es inconstitucional por ser “contraria al derecho al acceso a la Justicia, a la tutela judicial o protección de los derechos fundamentales”, ha señalado un comunicado de la Sala de lo Constitucional (cfr. http://www.elmundo.es/internacional/2016/07/14/57875488e5fdeafe6f8b4695.html).

También hemos visto una secuencia de acontecimientos que podrían así mismo considerarse en una serie de sismos con consecuencias nacionales e internacionales: el rechazo a la extradición de los militares implicados en el asesinato de los jesuitas y sus colaboradoras, la investigación del expresidente Mauricio Funes, el juicio del exfiscal Luis Martínez, del empresario Rais y otros imputados. Todo esto en un contexto amplio de violencia y de confrontación de las pandillas con la Policía y la Fuerza Armada del país.

Todo esto evidencia que hay temas pendientes en la historia del país que nos impiden lograr la estabilidad política y social.

En el fondo de este conjunto de temas no resueltos está la grave situación de la falta de la justicia que satisfaga a las personas afectadas directamente y a las víctimas, y también que se garanticen los derechos de quienes han violentado y causado tanto daño a quienes sufrieron las consecuencias de sus actos y las atrocidades de sus crímenes.

Puede constatarse que se han polarizado tanto las posiciones políticas que se vislumbra un panorama oscuro para salir de esta gran crisis prolongada en el país.

Entre los protagonistas de esta polarización se encuentran quienes son los responsables de haber cometido los delitos imputados y los que han sufrido las consecuencias de los mismos. En ambos grupos se pronostican distintos escenarios posibles desde la confrontación abierta, incluso violenta, entre los que han causado los daños y los que los han sufrido, así como las posturas más optimistas que expresan que esta situación se resolverá sin conflictos y sin grandes dificultades.

Lo que podemos observar es que la historia nos reclama cerrar los ciclos de un prolongado conflicto bélico, de las confrontaciones violentas y dar lugar a una nueva etapa en el país.

No se pueden dejar cabos sueltos porque siempre está la tendencia de volver atrás y se necesita resolver lo que no se ha podido aclarar.

¿Se puede vivir sin conocer la verdad, sin escuchar el clamor de las víctimas, sin hacer realidad la demanda creciente de la justicia? El costo de esta opción es vivir en un mundo de nebulosas y de mentiras, aplacando el clamor de la justicia con la injusticia y cerrando los ojos para no ver la realidad. “Ojos que no ve, corazón que no siente” dice el adagio popular…

En el fondo de esta gran encrucijada se nos presentan interrogantes que no podemos soslayar: ¿qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Una sociedad frágil, constantemente en confrontación por los problemas no resueltos, sin los fundamentos sólidos para dar lugar a nuevos estadios del desarrollo social y político del país?; o bien, ¿una sociedad políticamente madura, que concluye lo que se acordó con la firma de los acuerdos de paz, fortalecida en la institucionalidad política, jurídica y social del país?

La justicia es uno de los pilares fundamentales de la democracia. Sin verdad no se puede implantar la justicia ni consolidar la democracia y los procesos sociales. Necesitamos un país crecido, fortalecido y maduro políticamente. En el cual la institucionalidad muestra la fortaleza de la responsabilidad, la madurez de resolver los problemas con justicia y dar lugar a una nueva etapa histórica en la cual no se repitan los dramas ni las tragedias del pasado. Todos aprendemos de los errores y reconocerlos nos ayudan a descubrir nuevos caminos para seguir creciendo como un solo pueblo que lo quiere es vivir con dignidad.

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