Orlando de Sola W.
A menudo se nos dice que la empresa privada y el gobierno deben dialogar, llegando a un acuerdo, o asocio público-privado que signifique el bienestar para todos. Pero el verdadero acuerdo debe ser entre ciudadanos responsables que buscan conciliar sus visiones contrarias de la realidad, también ignorada por funcionarios y empresarios.
Un dialogo entre socialistas y mercantilistas, por ejemplo, sería como una disputa entre envidiosos y arrogantes. Pero no queremos promover la discordia, sino reducir los vicios y aumentar las virtudes para conciliarnos.
El socialismo ha sido definido como un sistema de organización social en que los medios de producción – – Personas, Recursos y Bienes – – son controlados por el estado, que es el pueblo, su gobierno y territorio.
El mercantilismo, por otro lado, es un sistema de organización social que depende de ventajas, favores y privilegios para unos y exclusión, o servidumbre para otros. Fue el sistema mas utilizado en Europa antes de la Ilustración. Por eso algunos lo llaman socialismo monárquico, en que los factores de producción son asignados por el monarca a sus favoritos.
En los sistemas socialistas mas estrictos no hay propiedad privada del cuerpo, pensamiento y sentimientos. Todo pertenece al estado y por eso le han llamado “camino a la servidumbre”. Pero el mercantilismo tampoco respeta esos derechos a la vida, libertad y propiedad, siendo otro sendero a la servidumbre.
Se habla de una alianza público-privada y de diálogo entre empresa privada y gobierno. Pero todo diálogo provechoso, enseñó Sócrates, debe ser guiado por la Mayeútica, que es “hacer parir la verdad”. Por ello es inútil debatir desde puntos de vista aparentemente opuestos, pero unidos por la falsedad.
El Gobierno, o sector público, está mas interesado en componer sus finanzas que en analizar a profundidad el costo-beneficio de su gestión, atada a demasiadas funciones estatales insostenibles.
El sector privado, o empresarial, está mas interesado en mantener sus ventajas, favores y privilegios que en ofrecer bienes y servicios, buenos y baratos. Lo que mas interesa a ese sector, que podríamos llamar mercantilista, es mantener sus ganancias y superioridad socio-económica, contrariando los principios de libertad, igualdad y fraternidad.
¿Qué tipo de diálogo podemos esperar de visiones tan divergentes? No hay peor sordo que el que no quiere oír, dice un dicho. Y un diálogo entre esa clase de sordos es inútil. Necesitamos abrir los ojos, oídos y mentes de los salvadoreños. Pero no solo las mentes, sino los corazones, cuyo endurecimiento origina en los tradicionales vicios, conocidos desde la antigüedad como ira, pereza, envidia, soberbia, codicia, gula y lujuria.
Las virtudes, también conocidas desde siglos, no han sido suficientes para contrarrestar los vicios. Por ello la necesidad de aumentar la fe, esperanza, caridad; prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Pero, ¿de donde sacar fortaleza, cuando lo que hay es ira? ¿De donde justicia, cuando prevalece la falsedad? y ¿Cuanta confianza puede haber en un ambiente de codicia? Todo eso hemos de considerar, dejando de confundir las causas con los efectos y buscando los orígenes de nuestra discordia en el sistema neo-mercantilista, no en el régimen, que se dice socialista.
No perdamos de vista que la bondad de los sistemas de organización social depende de los vicios y virtudes de la gente y sus gobernantes, que deben ser mas sabios que astutos y mas cariñosos que rencorosos.
Hace muchos años un amigo me pregunto si conocía una obra titulada “Dialogo entre Maquiavelo y Montesquieu”. Creí que era una broma y no le puse atención, pero años después descubrí un ejemplar del escaso libro, que describe un supuesto diálogo entre dos personajes que nunca se conocieron, porque no vivieron en la misma época, pero el autor los hizo coincidir en el infierno, a finales del siglo XIX.
El diálogo entre socialismo y mercantilismo se está dando. Para que sea válido debemos ampliarlo, quitándonos el velo, las orejeras y los tapaojos. Abramos nuestras mentes y corazones a la tertulia milenaria, no solo entre Maquiavelo y Montesquieu (que en la novela representan el poder autocrático y el democrático) sino entre débiles y poderosos, arrogantes y envidiosos, iracundos y codiciosos, que deben dejar de serlo para que podamos ser amables, confiables y optimistas.