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Una taza de café con sal

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y coordinador

Suplemento Tres mil

 

Lo confieso. No me gustaba beber café, me inquietaba solo pensar en que, podría tomarlo. Es más, confieso que ni siquiera sabía cual era su sabor. Sin embargo, veía que a las 2:00 de la tarde las tazas de café eran infaltables en las casas de mis abuelos, de igual forma que en el desayuno. Eran de obligación por lo menos dos tazas diarias.

Jaime Escobar era mi amigo y un bebedor de café. Fue el primer niño que vi bebiendo una tasa con placer, y que además él sabía preparar solo. Mientras que para mi era un misterio la cocina.

Junto a Jaime tuve mi primera aventura cafetera. En la casa de mi familia paterna la sal y la azúcar se depositaban en unos botes transparentes que se distinguían solo por el color de la tapadera. La de azúcar era rosada y la de sal era naranja.  De ahí solo al probar cada una sabías el contenido. Como niños traviesos que éramos, cambiamos las tapas para hacerle la broma a Ursula, a la hora de la cocina porque queríamos que el pollo saliera dulce. Pero, no contamos con que mi abuelo iba a tomar café un poco más temprano de lo usual. Vimos resignados como el bote de la sal salía para el comedor.

Y ahí estaba don Óscar Antonio vertiendo una, dos, tres… cinco cucharadas del bote de tapa rosada. Removió el líquido con ese ritmo que jamás olvidaré porque parecían campanadas para finalizar con tres golpecitos en la taza para escurrir las gotas restantes de la cucharita. Y para darle dramatismo al asunto vimos como el padre de mi padre acercó con elegancia la taza a sus labios y gritó: “¡Puta, esta babosada está bien salada!” Y nosotros que comenzamos a reírnos en la cocina con la ingenuidad del que no sabe que se viene una tormenta encima.  Mi abuelo nos castigó por la broma y me quedó el mal sabor, y la curiosidad que nunca desalojo de probar un café con sal.

Café cubano

Y los años fueron pasando, como es lo usual. Un vecino italocubano me enseñó a preparar café cubano. Nos bebíamos hasta diez tasas al día. Andaba dando lamparazos, me dormía tarde, me despertaba temprano. En resumen, lleno de la cafeínica energía sumada a la adolescencia.

Desde esos años el café se hizo parte de mi vida. Pero fui aprendiendo que existían muchos métodos de prepararlo, así como una infinidad de tipos de granos. Al fin entendí eso de altura, media y bajío que tanto afamaban en los periódicos para hablar de la calidad del cultivo de los cafetales para darle esa maravillosa consistencia, sabor, tono y color a la bebida.

Y así comencé a beber café con placer, no solo a llenar los platos hondos como si quisiera beber sopa. Y pasé a apasionarme con las medidas más pequeñas que nos traen la esencia con el espresso y el ristretto.

¿Acaso no es lo mejor la esencia? Bueno, ahora que he concluido esta columna iré a beber un ristretto con mi amigo Wilfredo Arriola, mientras le cuento la historia de mi abuelo y su tasa de café salado.

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