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Una mirada a la independencia latinoamericana

Luis Armando González

El orden colonial comienza a resquebrajarse —dando paso a los procesos de independencia— por un conjunto de factores que hubieran podido ser mejor asimilados por una sociedad menos rígida. ¿Cuáles fueron esos factores?

Ante todo, drugstore el malestar de los criollos ante lo que consideraban abusos de la corona y sus funcionarios (impuestos, control peninsular del comercio, minusvaloración de su aporte a la empresa colonial, relegación a un puesto de segunda importancia). La mentalidad y resentimiento criollos van a ser claves en la crisis del orden colonial: los criollos se consideran los auténticos dueños de América hispana y con derechos exclusivos para explotar sus recursos y su gente. Los criollos quieren ocupar el lugar político que creen les corresponde, es decir, convertirse en los dirigentes de las sociedades coloniales.  “Los criollos… no tenían en sus manos el gobierno de la provincia. Tampoco poseían todas las fuentes principales de riqueza, ni controlaban a los indígenas en forma absoluta… Aquella clase compartía el poder económico y político, en un plano de subordinación, con la monarquía española representada en sus funcionarios. Era una clase dominante  a medias… Entre los descendientes de los conquistadores y primeros colonos —es decir, entre los criollos— fue desarrollándose un sentimiento de suficiencia y de rebeldía frente al dominio de España, conforme aumentaba la capacidad productiva de sus propiedades y se hacían económicamente más fuertes. La culminación de este proceso fue la Independencia, pero el proceso mismo se observa a lo largo de los tres siglos coloniales: un forcejeo constante entre los funcionarios reales y los criollos como clase social”1.

En segundo lugar, las ideas ilustradas, que comienzan a llegar a tierras americanas a finales del siglo XVIII y que son asumidas y defendidas por los intelectuales criollos. Esas ideas –que se difunden a través de panfletos, por viajeros y comerciantes— hablan del derecho a la autodeterminación de los pueblos, de libertad, fraternidad e igualdad, de la emancipación por el conocimiento y la razón, del rechazo a la autoridad civil y religiosa, y de la importancia de la ciencia para organizar la vida los pueblos. Los intelectuales criollos más críticos se convierten defensores de esas ideas, escriben en periódicos, hacen reuniones secretas, discuten a viva voz sobre ellas y las usan para oponerse a la corona y a sus funcionarios en tierras americanas.  Se comienzan a perfilar las “ideologías de la independencia”, influidas tanto por el liberalismo político como por el liberalismo económico2.

Temas como los derechos de expresión y asociación, el libre debate de ideas, la elección y revocación de mandatos comienzan a ser parte de las discusiones de los criollos. Rousseau, Montesquieu y Locke —entre otros autores— comienzan a ser citados como parte de los argumentos en defensa de los derechos políticos de los criollos.  A ello se suma el impacto de la independencia de Estados Unidos (1776), con su proclamación de los derechos civiles y políticos para sus habitantes, y, poco después, la revolución francesa (1789), con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. El periódico El Editor constitucional –fundado en 1820–  va a asumir con vehemencia, como una de sus banderas de lucha, la defensa de las  libertades políticas de los ciudadanos.  “En el pueblo en donde no se pueda señalar con el dedo el acto de arbitrariedad del magistrado —se dice en el número 12 de febrero de 1821—; el prevaricato del funcionario público; la vergonzosa fragilidad de un empleado; el abandono que un Representante hizo de sus constituyentes; allí no hay libertad y los derechos del hombre están obstruidos. Este es un pueblo que he llagado  perder los sentimientos primitivos de la libertad: es una asociación de esclavos estúpidos y miserables, o un rebaño de bestias condenadas al trabajo, y a no salir de la senda ni del paso a que las obliga la mano imperiosa del conductor”3.

También se escuchan voces que hablan del libre comercio, de la libertad de empresa, del trabajo productivo, de las empresas industriales y de la necesidad de abrirse al comercio con otras regiones del mundo. De nuevo, el  El Editor Constitucional hace eco, con un claro trasfondo empiristas y sensualistas, de las nuevas ideas productivistas. “El hombre es activo por naturaleza —se lee en sus páginas—, como que está dotado de una máquina admirable y de una inteligencia que da infinitos usos a esta misma máquina. No hay animal que iguale al hombre en la organización de la mano, cuya estructura es acomodada para ejecutar mil diversos movimientos, simples y combinados de muchos modos diferentes. Reside en ella, particularmente, el sentido del tacto, y esta ocurrencia del sentido del  movimiento la hace el instrumento más apto para conocer y ejecutar… ¿Cómo haremos para dirigirlo [al hombre] de modo que no sólo emplee el vigor de sus brazos en trabajos útiles, sino que también desarrollo en ellos su talento? Es necesario que el hombre sepa hacer uso de su entendimiento, y que no sea un estúpido patán del campo; es menester que aprenda al mismo tiempo a discurrir y a trabajar con gusto”4.

Estas ideas económicas y políticas van a ir dando forma mental al proyecto de los criollos en su oposición a la corona española5. Van a ser el sueño de los que abanderaron la independencia, es decir, su guía y aspiración. Los periódicos se convierten en el foco de propagación de esas ideas; se trata de un periodismo de combate, polémico y mordaz. Por ejemplo, en Centroamérica El Amigo de la Patria (1820) se convierte en defensor del libre comercio, mientras que La Gaceta de Guatemala (1797) aborda temas de economía política. Y El Editor constitucional —del cual ya hemos tomado un par de citas— desarrolla temas como la democracia y las libertades civiles, aunque si dejar de abordar asuntos económicos, incluido el problema de libre comercio6.  Se asiste aquí a los primeros brotes de una opinión pública, es decir, de un posicionamiento ciudadano —el de los intelectuales— que va siendo compartido por distintos grupos sociales acerca de los problemas que son competencia de la mayoría. Con el influjo de los periódicos, la cultura de la palabra hablada ya no está sola, aunque seguirá siendo dominante durante mucho tiempo. De hecho, terminarán mezclándose y alimentándose mutuamente. O incluso la retórica verbal se plasmará en los textos escritos casi mecánicamente. Se tendrá una abundancia en la escritura, proclive al barroquismo y al circunloquio.

En tercer lugar, la crisis política en España, cuando Napoleón obliga a abdicar al rey Fernando VII (1808) y pone a José Bonaparte en el trono. Esta situación en España deja a América sin su autoridad suprema, lo cual abre un espacio para que se puedan organizar gobiernos locales —con presencia criolla—, que les permiten saborear al poder. Esto se ampara en la Constitución española de 1812 que da pie a los llamados cabildos constitucionales, tanto en España como en América. En México, por ejemplo, “la disidencia y oposición al gobierno virreinal se manifestó con mayor fuerza en la coyuntura presentada por el establecimiento de un sistema constitucional. Al conocer las ventajas que les daba esta estructura de gobierno, los criollos desde el ayuntamiento comenzaron a presionar para que se aplicara con toda precisión… Las elecciones municipales del 29 de noviembre de 1812 pusieron de manifiesto la fuerza alcanzada por los criollos a través del manejo del voto corporativo. La elección ‘permitió que los notables criollos conquistaran, no sólo el control sobre el cabildo, que ya detentaban, sino, sobre todo, el espacio urbano’”7.

Al fin y al cabo, los criollos lo pueden hacer por sí solos, sin la presencia molesta de los funcionarios peninsulares. En este momento se hace una segunda división de la región, que dará pie a lo que luego serán sus futuros estados, es decir, se crean las diputaciones provinciales. Con estas últimas se establecen gobiernos propios en cada provincia (la provincia fue una primera división territorial y social de las tierras americanas, adscrita a un Virreinato: México, Perú y Río de la Plata).

Pese a que Fernando VII volvió al poder en 1814 y abolió la Constitución, las cosas no volvieron a ser iguales ni en España y ni en América. Las ideas liberales ya habían hecho mella en los españoles de ambos lados del Atlántico, y las mismas se vieron reforzadas por la experiencia de gobierno constitucional tenida entre 1812 y 1814. Los periódicos hacen lo suyo; en sus páginas se discuten los problemas del momento, se divulgan las nuevas ideas y se ataca a las autoridades. En 1820 se restablece la Constitución de Cádiz y con ello se “dio inicio a una nueva etapa en la vida política de la Nueva España al resurgir con mayor vigor los movimientos autonomistas locales (con los ayuntamientos) y regionales (con las diputaciones provinciales)”8.

La situación de México —crisis militar y firma del Plan de Iguala (1821)— repercute casi inmediatamente en el resto del continente. Y ello  no sólo porque en México está el Virreinato más importante, sino porque es centro de difusión de ideas y porque las posibilidades de cambio en este Virreinato son también las del resto de la América española, por más que Venezuela, Colombia, Perú y Ecuador iniciaron antes sus gestas independencistas. “Los peninsulares —señala Tulio Halperin Donghi— tenían en México mayor gravitación que en cualquier otra comarca de las antiguas Indias; parecía inconcebible que cualquier cambio político que no incluyera una revolución social afectase seriamente a los dominadores de todo el comercio mexicano. Porque se creían dotados de suficiente fuerza local, también los peninsulares podían encarar una separación política de España. Esta se produjo cuando el vuelco liberal de la política española pareció afectar por una parte la situación de la Iglesia, por otra la intransigencia de la lucha contra la revoluciones hispanoamericanas”9.

Por lo general, la proclamación de la independencia consistió en un relevo de poder relativamente pacífico o con apoyo popular marginal. De hecho, México fue la gran excepción por la importancia del Virreinato y por la integración de grupos indígenas-campesinos a los bandos enfrentados10. En México, la etapa anárquica comenzó justamente en el marco del proceso independencista: caudillos, guerras civiles, divisiones territoriales y ambiciones de poder se hicieron sentir en la época. No es que todos los que se embarcaron en el movimiento por la independencia estuvieran volcados hacia los sectores populares o buscaran reivindicar los derechos campesinos-indígenas, sino que, salvo notables excepciones, los criollos usaron a esos grupos sociales para sus propios fines. No es casual que el Plan de Iguala, fruto del pacto entre Agustín Iturbide y Vicente Guerrero, consagrara las tres garantías siguientes: Independencia, unidad en la fe católica e igualdad para los peninsulares respecto de los criollos, y preveía la creación de un gobierno designado por Fernando VII11. Así pues, en México, “la separación política de la Metrópoli se realiza en contra de las clases que habían luchado por la Independencia. El virreinato de Nueva España se transforma en el Imperio mexicano. Iturbide, el antiguo general realista, se convierte en Agustín I. Al poco tiempo, una rebelión lo derriba. Se inicia una era de pronunciamientos”12.

Esta confluencia de factores hace de los primeros años de 1800 años sumamente conflictivos y de mucha efervescencia en las tierras americanas. Como ya se apuntó, el orden colonial no resiste las presiones, no porque sean excesivamente fuertes, sino por su misma rigidez. De ahí que, cuando esos factores hacen eclosión, el desenlace sea relativamente fácil: la corona renuncia a sus posesiones (con poca resistencia de su parte) y los criollos asumen los cargos que habían sido detentados por los burócratas que representaban al rey. Es decir, se produce un reemplazo en el poder: en esencia, en esto consistieron los procesos de independencia, por más que en algunas regiones de América —como Venezuela, Argentina, Colombia o México— los antecedentes que llevaron a ellos hayan sido de mucha violencia13.

Los problemas, en realidad, comenzaron después. Los ideales de libertad, igualdad, democracia y los proyectos orientados a crear gobiernos republicanos (y federados), según el modelo estadounidense, no tenían un asidero en la realidad, como bien pronto se dieron cuenta los nuevos gobernantes.

Antes de examinar la situación posterior a la independencia, hay que decir que con ésta no se busca edificar un nuevo orden social, sino que se busca prolongar las instituciones coloniales fundamentales, pese a que muchos de sus protagonistas hubieran insistido en que algo nuevo iba a nacer después de los años veinte del siglo XIX.  “La lucha por la Independencia —dice Octavio Paz— tendía a liberar a los ‘criollos’ de la momificada burocracia peninsular, aunque, en realidad, no se proponía cambiar la estructura social de las colonias. Cierto, los programas y el lenguaje de los caudillos  de la Independencia recuerdan al de los revolucionarios  de la época. Eran sinceros, sin duda. Aquel lenguaje era ‘moderno’, eco de los revolucionarios franceses y, sobre todo, de las ideas de la Independencia norteamericana”14.

La novedad de la situación latinoamericana —traída con la independencia— es, al decir de Paz, “engañosa”.  “Una vez consumada la Independencia —señala el mexicano— las clases dirigentes se consolidan como las herederas del viejo orden español. Rompen con España pero se muestran incapaces de crear una sociedad moderna. No podía ser de otro modo, ya que los grupos que encabezaron el movimiento de Independencia no constituían nuevas fuerzas sociales, sino la prolongación del sistema feudal. La novedad de las nuevas naciones es engañosa; en verdad se trata de sociedades en decadencia o en forzada inmovilidad, supervivencias y fragmentos de un todo deshecho”15. En efecto, los movimientos independentistas no logran romper con el legado colonial, sobre todo con el legado de sus instituciones económicas. La matriz misma de los movimientos independentistas debe ubicarse más en “la tradición de las luchas de Cataluña y Portugal contra le hegemonía de Castilla que en la historia de las revoluciones modernas”16. En virtud de ello, la independencia no buscó tanto la fundación de un nuevo orden social y económico —algo propio de las revoluciones modernas— como la negación de España. Aunque es cierto que el propósito era reemplazar “el régimen monárquico español, absolutista y católico, por uno republicano, democrático y liberal”17.

En la misma línea,  las ideas liberales  y democráticas no se corresponden con la realidad, puesto que no hay una burguesía que las sostenga, aunque los criollos se vean a sí mismos como los nuevos burgueses. Aparece, así, lo que Octavio Paz llama la mentira política como algo constitutivo del ejercicio del poder en América Latina: hacer promesas a partir de unos ideales que son traicionados en la práctica.  Los ideales que inspiraron ese propósito fueron los ideales democrático-liberales, tomados de la Revolución de Independencia de los Estados Unidos y de la Revolución francesa.  En el primer caso, “la Revolución de Independencia separó a los Estados Unidos de Inglaterra pero no cambió ni se propuso cambiar su religión, su cultura y los principios que habían fundado a la nación”18. En el segundo caso, “en Francia había una relación orgánica entre las ideas revolucionarias y los hombres y las clases que las encarnaban y trataban de realizarlas… Por más abstractas y aun utópicas que pareciesen, correspondían de alguna manera a los hombres que las habían pensado y a los intereses de las clases que las habían hecho suyas”19.

Por ambos lados, la situación latinoamericana fue distinta. Ante todo, “la Independencia hispanoamericana fue un movimiento no sólo de separación sino de negación de España”20. A su vez, los ideales liberales y democráticos, abanderados por los caudillos hispanoamericanos, “eran máscaras; los hombres y las clases que gesticulaban detrás de ellas eran herederos directos de la sociedad jerárquica española: hacendados, comerciantes, militares, clérigos, funcionarios. La oligarquía latifundista y mercantil unida a las tres burocracias tradicionales: la del Estado, la del Ejército —y la de la Iglesia. Nuestra Revolución de Independencia no fue sólo una autonegación sino un autoengaño. El verdadero nombre de nuestra democracia es caudillismo y el de nuestro liberalismo es autoritarismo” .

En suma, los procesos indepedencistas hispanoamericanos estuvieron atravesados por una contradicción, origen de taras como la mentira política, el fraude y la manipulación ciudadana: el divorcio entre los ideales y la realidad.  “Las ideas republicanas y democráticas de los grupos que dirigieron la lucha por la independencia no correspondían a la realidad histórica, a la realidad real, de la América española. En nuestras tierras no existían ni una burguesía ni una clase intelectual que hubiese hecho la crítica de la monarquía absoluta y la Iglesia. Las clases que realizaron la independencia no podían implantar las ideas democráticas y liberales porque no había ningún lazo orgánico entre ellas y esas ideas”22. Se rompió con España, pero lo español perduró. Tal como lo dijo Andrés Bello (1781-1865), “arrancamos el cetro al monarca, pero no al espíritu español: nuestros congresos obedecieron, sin sentirlo, a aspiraciones góticas… hasta nuestros guerreros adheridos a un fuero especial, que está en pugna con el principio de la igualdad ante la ley, revelan el dominio de las ideas de esa misma España cuyas banderas hollaron”.

La realidad de Hispanoamérica exigía de los líderes de la independencia una dosis de creatividad política que permitiera reelaborar y recrear los ideales liberales y democráticos. En lugar de ello, “prefirieron apropiarse de la filosofía política de los franceses,  de los ingleses y de los norteamericanos. Era natural que los hispanoamericanos procuraran hacer suyas esas ideas y que quisieran implantarlas en nuestros países: esas ideas eran las de la modernidad naciente. Pero no bastaba con adoptarlas para ser modernos: había que adaptarlas. La ideología republicana y democrática liberal fue una superposición histórica. No cambió a nuestras sociedades pero sí deformó las conciencias: introdujo la mala fe y la mentira en la vida política”23.

Por último, el derrumbe del imperio español no sólo trajo la división territorial por obra de las oligarquías nativas, sino la influencia determinante, de aquí en adelante en la historia latinoamericana, de los caudillos: figuras carismáticas que van a intentar asumir por su cuenta y riesgo la conducción autoritaria de sus respectivas naciones. “La imagen del ‘dictador hispanoamericano’ –dice Paz– aparece ya, en embrión, en la del libertador”24.

1.Martínez Peláez, S., La patria del criollo. Ensayo de interpretación de la realidad colonial guatemalteca. San José, EDUCA, 1979, pp. 36-37.
2.Cfr. Rodríguez B., V., Ideologías de la independencia. San José, Costa Rica, EDUCA, 1971.
3.En Rodríguez B., V., Ideologías de la independencia…, p. 35-36.
4.En Rodríguez B., V., Ideologías de la independencia…, pp. 49-50.
5.Para el caso de Centroamérica, Cfr. Bonilla Bonilla, A., Ideas económicas en la Centroamérica ilustrada. San Salvador, FLACSO, 1999.
6.Cfr.,  Rodríguez B., V., Ideologías de la independencia…, pp. 77 y ss.
7. Ortiz Escamilla, J., “La ciudad amenazada, el control social y la autocrítica del poder. La guerra civil de 1810-1821”. Relaciones, No. 84, otoño 200, p. 41
8. Ortiz Escamilla, J., “La ciudad amenazada, el control social y la autocrítica del poder. La guerra civil de 1810-1821”…, p. 53.
9.Halperin Dongui, T., Historia contemporánea de América Latina. México, Alianza, 1989, p. 138.
10. Cfr. Serrano Ortega, J. A., “Los estados armados: milicias cívicas y sistema federal en México (1824-1835)”. En La guerra y la paz. Tradiciones y contradicciones de nuestra cultura. XXII Coloquio de Antropología e Historia Regionales, El Colegio de Michoacán, 2000, pp. 97-108
11.Cfr., Halperin Dongui, T.,  Historia contemporánea de América Latina…, pp. 134 y ss.
12.Paz, O., El laberinto de la soledad. México, FCE, 1999, p. 135
13.Cfr. El análisis que hace Halperin Dongui, en  Historia contemporánea de América Latina, pp. 125 y ss.
14. Paz. O., El laberinto de la soledad…, p. 132.
15. Paz, O., El laberinto de la soledad…, p. 132.
16. Paz, O., Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. México, FCE, 1996,  p. 29
17. O. Paz, “Literatura y crítica”. En Fundación y disidencia. Dominio hispánico. Obras completas (III). México, FCE, 1994., p. 63
18.Ibíd.
19.Ibíd.
20. Ibíd.
21.Ibíd., p. 64
22. O. Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe…, p. 29
23. Ibíd., pp. 29-30
24. Paz, O., El  laberinto de la soledad…, p. 133

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