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Un libro con poemas para Tegucigalpa

Perla Rivera Núñez

Escritora hondureña

Después de impartir mi clase diaria de Español, advice treat una de mis estudiantes me dijo: «Profe, mientras vamos al taller de inglés, lea este libro» y puso en mis manos un pequeño libro de tapas azules cuyo título decía: «Tegucigalpa».

Con mucha curiosidad comencé a hojear ese pequeño tesoro, y digo tesoro porque siempre busqué poemas de Tegucigalpa y se me hizo difícil -por no decir imposible- conseguir. Quedé sorprendida y pensé en ese momento: ¿tantos y en un solo tomo?

En una de las páginas aparece un texto de Tulio Galeas con el título: «En busca de un libro de Jacobo Cárcamo». Esa nota me hizo recordar cuando en la universidad me planteé una investigación sobre la poesía de Claudio Barrera durante la dictadura de Tiburcio Carías Andino y necesitaba los libros de este poeta.

¡Cómo comprendo a Tulio Galeas! Me enfrenté a la difícil empresa de buscar ediciones de los libros de Barrera y batallé como David contra Goliat. Visité casi todas las librerías de mi querida capital, algunos cafés estilo europeos (que ofrecen libros) con fachadas agradables y nombres interesantes pero nada de lo que buscaba adentro. También visité los peligrosos mercados donde te ofrecen una Gramática de Nebrija en combo con una novelita light amarradita con un cordón y como dice Tulio «con una cruz de polvo en su portada».

La frustración se apoderó de mí hasta que leí en el periódico que en la Biblioteca Nacional trabajaban en la restauración de un lote de libros al que llamaban Fondo Antiguo.

Me armé de valor y toqué la puerta de la oficina del director de la Biblioteca Nacional de ese entonces; el escritor José Antonio Funes. Ya le había visto en conversatorios en la Universidad, pero nunca le había dirigido la palabra. La admiración me bloqueaba.

Con determinación, salí temprano y al llegar a la biblioteca le pedí a su secretaria que me diera una cita. No hubo necesidad, él apareció en la puerta de su oficina. Le expliqué el objetivo de mi visita y después de hacer unas llamadas telefónicas,  él mismo me llevó al lugar donde se guardan los libros más antiguos que posee la Biblioteca.

Me permitió tocar la única edición del libro «Brotes hondos» de Claudio Barrera. Una sola edición, reliquia de tapas rojas y hojas amarillentas en proceso de escaneo.

No imaginé lo amable de su trato. Educado, accesible; tantos adjetivos que se le pueden atribuir a este hombre que además de atenderme bien, me despidió con una sonrisa y con un texto de la historia de la poesía en Honduras como obsequio.

Sus palabras fueron: «Esta biblioteca está abierta para gente como usted, venga cuando quiera». Recibí una copia del libro buscado y la satisfacción de haber realizado mi trabajo con la ayuda de uno de los más grandes intelectuales de mi país.

Y para acabar esta nota, citando a nuestro Tulio: «buscar estas lecturas de estos grandes poetas es buscar en un ataúd vacío» pero mi búsqueda tuvo un doble final feliz. Además de lograr un 98% de calificación en la asignatura que cursaba, obtuve el deleite de haber resucitado a Barrera de ese oscuro cuarto. Caminé presurosa y feliz por las pobladas y complicadas calles del centro de la ciudad, recitando mentalmente algunos de sus más bellos versos.

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