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Un acuerdo de paz política

Guido Castro Duarte

La política debería ser la ciencia de lo posible. Muchos caminos torcidos se enderezan si hay voluntad política y nadie puede ignorar que la sociedad se encuentra dividida y que por ahora, sovaldi sale los partidos políticos representan el sentir de una porción de la sociedad.

La desaparición física de Francisco Flores, abrió una caja de Pandora en el partido ARENA que arrojó a la opinión pública expresiones que iban desde  alabanzas hacia el ex presidente, por parte de quienes lo habían declarado “Traidor a la Patria” y habían mandado a retirar su fotografía de la galería de sus presidentes, hasta las de los que dudan de su muerte por no haber visto su cadáver. Pero entre ese arco iris de expresiones, destacaron las palabras del ex presidente Cristiani, que ha tratado de poner un basta ya, ante una posible masacre política, desde adentro como desde afuera de su partido.

Veinticuatro años han pasado desde la firma de la paz en Chapultepec y pareciera que no ha pasado el tiempo, porque muchos de los antiguos actores sigue ejerciendo el poder y los viejos odios y resentimientos siguen carcomiendo el tejido social salvadoreño.

Sin pretender darle toda la razón al Presidente Cristiani, lo cierto es que las fuerzas políticas necesitan entrar en un diálogo sincero que permita sacar al país de la crisis en que se mantiene.

La paz no puede ser la continuidad de la guerra por otros medios. La violencia es la expresión concreta del odio. Quien daña a otro es porque lo odia. Quien ama no hace daño a quienes ama. Quizás alguien podría dañar a otro por proteger a los que ama, pero esa no es la razón de ser del que ama.

La política en El Salvador es una expresión histórica del odio social, no podemos seguir así, porque ese odio permite que hasta 50 personas sean asesinadas diariamente.

Las maras, el costo de la vida, la violencia social, son consecuencias del odio existente entre los que todo lo tienen y los que casi no tienen nada, y eso no puede continuar, porque irremediablemente, volveremos a otra guerra, y desgraciadamente son los pobres los que siempre ponen los muertos, los pobres son los desplazados y refugiados. Los hospitales se llenan de pobres soldados y pobres guerrilleros, los comandantes y los oligarcas se van para Miami o para Managua. La guerra es una locura que nunca más debe volver.

No podemos seguir juzgándonos unos a otros, no podemos seguir condenándonos, no podemos seguir destruyéndonos, no podemos seguir siendo jueces de los demás.

Al final uno solo será el Juez, y curiosamente este Juez es infinitamente misericordioso, por lo que seguramente todos seremos perdonados, entonces, de qué servirán los juicios? Solamente para asegurar nuestra posición personal eliminando civilmente al adversario, entonces la justicia se convierte en venganza, y eso no es justicia. Qué diferente sería que todos podamos ver las estrellas sin temor a ser asesinados por la espalda, qué maravilloso sería poder ver el atardecer sin que nadie nos interrumpa con su egoísmo o su odio, o poder amar a nuestros hijos sin cuidarlos porque no hay nadie que los dañe, o poder hacer libremente lo que amamos sin temer que un envidioso nos destruya nuestras obras sobre la tierra, que no necesitáramos los títulos académicos o sociales para ser personas y que nadie vea de menos a nadie por esos títulos.

Qué maravilloso sería que Cristiani tomara el café con Sánchez Cerén y Nidia Días tomara el té con Margarita Escobar, o que los hijos de los empresarios fueran al mismo colegio que sus empleados, y todos crecieran jugando pelota y con buenos maestros, que les enseñaran a ser personas para poder ser felices en este breve tránsito por la tierra y poder reconocerse en el cielo donde todo es perfección.

Allá espero poder platicar con Schafik y con Rodríguez Porth, pero ahora lo importante es hacer de este país un verdadero paraíso para vivir, y que los políticos entiendan de una vez para siempre que somos hijos de la misma tierra, hechos del mismo barro, y que ricos y pobres nacemos desnudos y que nos vamos sin nada.

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