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La corrupción y la represión como imaginario

@renemartinezpi

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En esta mal llamada Sociedad de la Información, pills como realizando un acto ritual cotidianamente inexorable: desayuno noticias; almuerzo noticias; ceno noticias; y, unhealthy para configurar del todo el previsto desvelo, cialis defeco noticias antes de acostarme por la noche después de tomar un vaso grande y tibio de noticias y, sin embargo, nunca antes había estado tan desinformado y perdido como en estos años, porque más que vivir en la Sociedad de la Información vivo en la Sociedad de los Datos Aislados. Dos noticias de primera plana –como quien dice “dos baldes de agua fría” (lanzados con previo aviso, eso sí); o como quien habla en la acera de dos sismos destructivos y culpa a la falacia del cambio climático- han sacudido al país y han causado un particular -por mezquino y perverso- impacto en la realidad salvadoreña, impacto que se retuerce y dimensiona hasta lo indecible si, siguiendo el consejo de Mark Twain, las leemos desde la perspectiva crítica de las ciencias sociales.

La primera de ellas -primera mas no por su importancia ni por su orden de llegada- es el cambio de domicilio penitenciario del flamante y espurio expresidente de la República, Francisco Flores Pérez, (reo públicamente confeso, digámoslo de una buena vez) quien ha pasado por orden del juez a cumplir el arresto en su lujoso domicilio, con lo que se demuestra que, como decía Monseñor Romero, la ley no es ciega ni trata igual a todos, pues sólo muerde a los descalzos quienes nunca padecen de trombosis fulminantes. La segunda noticia –la que, en el marco de la sociología simbólica, se constituye en un insulto ideológico a la población y a la memoria histórica- es el renombramiento de la calle San Antonio Abad por disposición del Consejo Municipal de San Salvador, la que pasará a llamarse “calle Roberto Daubuisson”. Cosas veredes, Sancho amigo, dijo, Don Quijote.

Esas dos noticias nos dejan claro, así, que para la burguesía salvadoreña representada por el partido ARENA, tanto la corrupción como la represión y el genocidio (y su recuerdo consuetudinario en el imaginario popular para que sea una realidad siempre presente; para que sea un fantasma que aún asusta) siguen vigentes hasta el límite del cinismo, porque la impunidad sigue siendo el artículo más pétreo de la Constitución. Ya algo de eso –y quien dice “algo de eso” dice ignominia- nos había adelantado un editorial hepático de El Diario de Hoy de la semana pasada, donde se le exigía a la población “darle las muchas gracias al expresidente por haber robado y por haber dolarizado el país”, y se culmina hoy con ese renombramiento de la calle San Antonio Abad, punto geográfico calcinante que en los años 70 y 80 del siglo XX fue testigo silente de cruentas masacres y desaparecimientos forzosos perpetrados por los cuerpos de seguridad del Estado y por los escuadrones de la muerte en contra de la población civil, sin que hasta el momento se hayan deducido judicialmente las responsabilidades intelectuales y materiales al respecto; sin que hasta el momento los caballeros templarios de la Sala de lo Constitucional hayan declarado inconstitucional esa impunidad.

Tal parece (según se puede deducir, sin mucho esfuerzo, de esas dos noticias y del amañado criterio jurídico del juez y del propio Fiscal de la República quien, con poses de “macho sin dueño”, prometió que en una semana demostraría que el actual Ministro de Defensa es “un mentiroso”) que la corrupción y la impunidad siguen siendo –al menos en el ideario de la burguesía y en el de sus pregoneros políticos e ideológicos- los gendarmes de la gobernabilidad en el país: el país de la sonrisa; el país de propietarios; el país más consumista; el país de los cómelotodo. Para justificar –usando a los grandes medios de comunicación social como arma de destrucción masiva- la corrupción y la represión como principales rubros de la reproducción ampliada del capital y de la reproducción ilimitada de la armonía social y la gobernabilidad, las mandíbulas de bronce de la plusvalía mastican en público una cultura de paz; las lenguas de oro de la explotación hablan en los discursos políticos de las bandas de paz que son tocadas por jóvenes que viven en comunidades en guerra; y, para terminar de joder, se inventan amigables y benefactores fondos del milenio que, sin hacer una tan sola mueca de espanto, bombardean, enferman, mutilan y matan a niños indefensos en los cuatro puntos cardinales del planeta, porque –como dice el viejo y conocido refrán-: cría bombas y le sacarán hasta los ojos a los países pobres.

En esta mal llamada Sociedad de la Información, como realizando un acto ritual cotidianamente perverso y suicida: desayuno noticias; almuerzo noticias; ceno noticias; y, para configurar por completo la prevista expropiación de mis sueños sin hambre y mis sueños húmedos, defeco noticias antes de acostarme por la noche después de tomar un vaso grande y tibio de noticias y, sin embargo, nunca antes había estado tan desinformado y perdido como en estos años, porque más que vivir en la Sociedad de la Información vivo en la Sociedad de los Datos Aislados. Lo más seguro es que el juez, al final de todo el proceso judicial, le decrete a Francisco Flores una dura pena de “horas de trabajo comunitario” por el dinero robado. Si es así, mi propuesta es que -tomando como referente de cálculo el salario mínimo que gana la mayoría de la población estafada- se le condene a “una hora de trabajo comunitario por cada 7 dólares perdidos, trabajando ocho diarias”, lo que es algo así como: 500 años de trabajo. Total, la colonización y expropiación de nuestros recursos han visto pasar 500 años como si nada.

Por otro lado, los ciudadanos conscientes y con memoria de corto y largo plazo debemos exigir explicaciones de estos dos hechos realmente obscenos y hacer un llamado a toda la población para que sigan nombrando a la calle San Antonio Abad como calle San Antonio Abad, porque no es posible que se le ponga el nombre de  una persona nacional e internacionalmente vinculada a crímenes de lesa humanidad, a escuadrones de la muerte y a un magnicidio: el magnicidio del salvadoreño más prominente: Monseñor Óscar Arnulfo Romero.

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