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El triángulo de la violencia

José M. Tojeira

A costumbrados como estamos a escuchar las frases sobre el “triángulo norte” de Centroamérica nos hemos olvidado del “triángulo de la violencia” acuñado por el famoso trabajador de cultura de paz Johan Galtung. El “triángulo norte” no es un nombre propio de nuestros países. Nos lo han puesto de fuera desde la observación de algunos problemas comunes a los tres países. La violencia, los homicidios, la corrupción, las migraciones y desplazamientos forzados, la economía dependiente de las remesas de los migrantes son algunos rasgos en los que se coincide, aunque a veces con diversos matices. El triángulo de la violencia de Galtung es una explicación del cómo y el por qué de la violencia, así como una ilustración que ayuda a entender el modo lógico de combatir la violencia. Curiosamente en los debates sobre violencia entre nosotros se habla más del fenómeno, especialmente incluido en las palabras triángulo norte, que de sus causas. Describimos mucho y analizamos poco, aun usando prácticamente las misma palabra del triángulo que debía usarse para analizar y curar la epidemia de violencia que viven nuestros países.

El triángulo de la violencia, según Galtung representa en una imagen la realidad de la violencia. En la parte superior del triángulo, como en la parte visible de un iceberg, está la violencia directa y delictiva. Sumergida, no visible y mucho más voluminosa, están la violencia estructural y la violencia cultural. La violencia cultural produce actitudes.

Y de eso sabemos que hay mucho. Desde el machismo, el racismo, el desprecio del pobre o incluso de determinadas barriadas, hasta esos comentaristas anónimos de las redes que dicen que a los delincuentes hay que matarlos como perros. La violencia estructural la considera Galtung la más peligrosa y la peor. Es el tipo de legalidad, de institucionalidad y de poder económico o social que excluye a la gente del desarrollo de sus capacidades, de los beneficios de la salud, la cultura, la vivienda digna, el agua, y un largo etcétera. Combatir exclusivamente la violencia directa, que por supuesto hay que hacerlo y con inteligencia, sería insuficiente si no se combate al mimo tiempo la violencia cultural y la estructural.

Este tipo de análisis, tan simple, es necesario repetirlo una y ora vez hasta que se impregne en las conciencias de la ciudadanía. En El Salvador hablamos mucho de la persecución del delito, pero muy poco de las soluciones de la violencia cultural y estructural. Incluso cuando algunas mujeres se asociaron para combatir el machismo, fueron duramente atacadas por un machismo que con menor fuerza pervive aún en el país. El esfuerzo de estas mujeres organizadas implicó un avance que aún no ha terminado. Pero ciertamente influyeron tanto en la cultura como en en el establecimiento de un sistema judicial mucho más abierto que en el pasado a la problemática de la mujer, aunque todavía falten pasos importantes por dar.  En el campo de la violencia estructural los pasos han sido demasiado pequeños desde hace ya muchos años. La guerra civil, en buena parte, se dio a causa de la violencia estructural. Y sigue siendo esa mezcla de violencia cultural y estructural la que está en la base de la violencia delictiva sin que la trabajemos a conciencia y suficientemente.

Pasar del triángulo norte de Centroamérica, un nombre que de momento es más bien peyorativo, al análisis del triángulo de la violencia es necesario para solucionar los graves problemas que sufrimos. Algo se está haciendo en el Consejo de Seguridad Ciudadana y Convivencia así como en otras instituciones. Pero sigue habiendo en la sociedad y el algunos sectores del poder económico y social enemigos del análisis estructural de los problemas. Es absurdo que las principales asociaciones de la empresa privada se nieguen a reconocer los bajos salarios, la desocupación, la economía informal, la evasión de impuestos e incluso las desmedidas ganancias de algunas empresas, como parte de la violencia estructural.

O que la Corte Suprema no se dé cuenta que la no fiscalización de la lentitud judicial, la irracionalidad de las medidas de algunos jueces, el mal trato a las víctimas que se da en diversos juzgados, son parte también de esta violencia entremezclada de tipo cultural y estructural.

Galtung dice que la más peligrosa de las tres variantes de la violencia es la estructural. No sólo por su invisibilidad, sino porque es fuente también de la permanencia de la violencia cultural y la directa, en la medida que las estructuras injustas ofenden directamente o son aceptadas sin crítica o el cuestionamiento adecuado. Es cierto que hay un buen número de empresarios conscientes que tratan de superar la violencia estructural. Pero casi en general, son incapaces de oponerse frontalmente a quienes desde puestos directivos de asociaciones empresariales siguen insistiendo en defender modelos o decisiones y acciones económicas que continúan promoviendo la violencia estructural. Llegar a alianzas claras entre ciudadanos de buena voluntad en torno a elementos tan simples y tan admitidos en general como el del triángulo de la violencia es indispensable para avanzar en la construcción de la paz.

Después vendrán los pasos que hay que dar, que sin duda serán complejos. Pero la construcción de la paz sólo puede realizarse entre todos y con el esfuerzo de todos. No solamente a través de la persecución del delito, sino también desde el combate de la violencia estructural y cultural.

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