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trescientos sesenta y cinco 1290

Harry Castel
Escritora y dramaturga

 

332. Tango
“Un beso es solo un beso”  había pensado siempre, sovaldi sin embargo al sentir aquellos labios en los suyos, sildenafil pudo sentir que un beso era el tiempo tomado entre los dedos para evitarle correr, la luz atrapada en el párpado cerrado y el perdón de todos los fallos cometidos, ella nunca había sido creyente y rehusaba siempre la certeza absoluta de las cosas, sin embargo al besar a aquella mujer, ella supo en cada una de sus células que jamás volvería a besar otros labios que no fueran aquellos.

333. La Creación.
Apagó todo. Comenzó por  desconectar el teléfono, igual nadie la llamaba, excepto su madre los domingos por la tarde y calculando eso, ella podría conectar de nuevo el aparato el domingo a las 4:00 p.m. para no levantar preocupaciones. Fue un alivio desconectar, era como si renunciara a esperar una llamada que no sucedería, una atención que no tenía. Luego siguió el celular y finalmente la compu. Desconectó todo. Era un poco como renunciar a la esperanza de que alguien se acordaría de ella y la llamaría para saber cómo estaba, si aún vivía en ese lugar donde había vivido por años o si aún seguía siendo ella. Ya no entraría más a esa página esperando que alguien deseara iniciar una conversación con ella y descorazonándose cada vez  que cortaban la comunicación después de un par de frases. Ahora todo estaba desconectado, ahora todo era silencio. Ella lo escuchó y supo que era bueno.

334. Pasillo
Era un pasillo demasiado largo. Creyó que nunca terminaría, que aquella penumbra sería eterna, que los pasos amortiguados por la alfombra estarían siempre allí, siempre. Paró y respiró un momento, lo suficiente como para que su corazón continuara latiendo y siguió caminando.

335. Viernes
Escribir era una puerta, le permitía pasar de su sombría realidad, donde todo se teñía de monotonía y tedio, a esa otra realidad que se inventaba cada noche, como si con un par de palabras fuesen la llave mágica que le permitía escaparse de sus inaguantables días. Pero ahora esa puerta se encontraba cerrada, dio vueltas a su alrededor, esperando que alguien se compadeciera y le dejara entrar, pero aquello estaba como en las frases de viejas novelas costumbristas: “cerrado a cal y canto”. Los minutos se iban sumando en el reloj de la computadora y parecía que aquella noche no pasaría nada, que  la realidad seguiría siendo realidad y  esta vez no habría un Ábrete Sésamo que le salvara. Aquel pensamiento le desesperó, no podía imaginar  una noche de viernes frente a la compu sin una palabra de donde agarrarse, sin una palabra que le permitiera abandonar su sombrío mundo y perderse por los laberintos de frases y comas y puntos y más palabras, que le iban arrullando hasta que el dolor no doliera tanto y pudiera olvidarse de sí hasta colocar el punto final. Y luego volver a pillar una nueva frase y otra más hasta que las campanas de la medianoche le recordaran que debía abordar la cama que le convertiría de nuevo en la Cenicienta de costumbre.
Por eso ahora cuando se vio durante tantos minutos frente al espacio en blanco de la pantalla, se desesperó, buscó exhaustivamente en su cerebro alguna palabra de la que tomarse para huir, pero parecía que todas se habían escondido. Sintió el vértigo de la desesperación y comenzó a tocar teclas porque sí, para ver qué pasaba, poco a poco el espacio en blanco se fue tiñendo de caracteres incoherentes  pero caracteres al fin, letras, algo de lo cual poder aferrarse, de pronto algo surgió: poco… la palabra era “poco”, parecía casi nada, pero al volver sobre ella la mirada, al leerla de nuevo, algo surgió tras ella, una palabra y luego otra y otra hasta formar una frase. El sonido del teclado comenzó a tomar ritmo y el torrente de palabras llegó  a su cerebro afligido, produciéndole una incomparable paz.

335. Borrachera
Se tambaleaba mientras intentaba avanzar por la acera. De repente le dieron ganas de cantar y comenzó a tararear esa canción que acababa de poner cinco veces en la rockola, antes de que el dueño lo tomara del brazo para sugerirle delicadamente que abandonara el lugar. Ahora estaba  peleando por avanzar sin tener que agarrarse de la pared. “Si me agarro de la pared, estoy ebrio”, pensó  mientras se tambaleaba. Se le ocurrió que era cosa de la acera, aquella parte no estaba del todo arreglada, tenían que haberla arreglado hacía tres meses y el cemento seguía levantado en algunas partes. “¡Pinche alcalde!” gritó y dio dos pasos hacia atrás, instintivamente levantó su mano y se apoyó en la pared. “¡Diablos!”, pensó, “estoy ebrio”.

336. Temerario.
Cruzó la calle rápidamente, sin tener en claro hacia donde se dirigía, al hacerlo sin esperar la luz roja, un auto casi lo arrolla, el conductor le recordó a su progenitora con la melodía del claxon, pero en su carrera él ni siquiera prestó atención, tenía que esquivar todavía un par de buses más y no podía detenerse, los dos tipos tras de él le daban la certeza de que no podía detenerse aún cuando llegara sano y salvo al otro lado de la acera.

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