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trescientos sesenta y cinco 1289

Harry Castel
Escritora y dramaturga

329. Desaparición
De repente apareció en esa otra dimensión a la que rebotaba cada vez que se sentía hastiada de su realidad. Le pareció que pocas cosas habían cambiado desde la última vez que estuvo allí. El cielo de un lavanda clarísimo seguía manchándose de esas nubes  naranja que le encantaban. Atardecía y pronto aparecerían en línea esas tres pequeñas lunas rosa que tanto le conmovían. Le encantaba ese mundo en aquella hora de la tarde cuando el aire se quedaba quieto y todo guardaba un absoluto silencio para que pudiera escucharse como el sol se hundía en el mar. Estaba perdida en la placidez del paisaje cuando de golpe recordó que toda la gente en el salón donde se desarrollaba  aquel informe de gobierno, diagnosis debían estar sumamente alarmadas porque ella cabeceó de aburrimiento y se disolvió en el aire.

330. Selva
La selva era espesa, viagra aquello parecía un cliché de novela de quiosco pero era verdad, ed la selva era espesa y mirara por donde mirara alrededor solo habían pequeñas brechas abiertas por los animales; ningún camino, ninguna pista de que por aquel lugar pasara gente o hubiera algún asentamiento humano cerca. Miró hacia arriba, entre las lianas que se lanzaban suicidamente de un árbol a otro, asomaban retazos de un azul intenso y sin nubes. Se preguntó en dónde estaba y cómo diablos había ido a parar a aquel lugar, solo había dado un par de pasos distraídos  para acercarse más al enorme tronco que parecía estar allí desde que el mundo era mundo y cuando levantó la cabeza el grupo había desaparecido por completo. Gritó, volvió sobre sus pasos y gritó de nuevo… nada, la selva se había cerrado sobre él como una planta come insectos. Bajó la vista del azul y volvió a ver en derredor. A su derecha, lejos, aparecía lo que podía tomarse como la entrada de una antigua pirámide escalonada, sin pensarlo se dirigió hacia allí, de todas formas ya estaba perdido.

331. Metamorfosis.
Anotaba lo más rápido posible, aún así aquello no era ni la mitad de rápido de lo que los pensamientos corrían atropellándose por su cabeza. Se sentía aturdido pero no quería parar, quería documentarlo todo, era una oportunidad única ser el observador y el sujeto observado. El brazo y la mano comenzaron a temblar y las palabras se cortaban, pero no quería parar, quería anotarlo todo, todo lo que pudiera antes de que la inconsciencia se cerrara sobre él ¿Se quedaría inconsciente? ¿Continuaría despierto pero olvidaría totalmente cómo escribir? ¿Recordaría todo? Su mano pulsaba, tomar el lápiz le resultaba doloroso y ahora sentía también como su caja torácica se expandía, podía sentir las costillas separándose. Un quejido le hizo parar, aturdido por el dolor sacudió la cabeza y continuó escribiendo. Sintió cómo sus mandíbulas se alargaban. “Es fascinante”, pensó y se dio cuenta de lo intensa que se volvía la luz ahora que su pupila estaba dilatada. Los poderosos muslos rasgaron el pantalón al ensancharse. El dolor era agudo, sin embargo  el espíritu científico en él le hacía sonreír al constatar cosas que hasta hace unos días le hubieran parecido cuentos de campesinos. Le sobrecogió un estremecimiento y el lápiz cayó al piso,  su garra se clavó en la libreta de apuntes, dejando un hueco. A la luz de la luna llena aquel hombre lobo aulló largamente.

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