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María Amparo Leiva posa junto a una de fotografía donde está retratada cuando tenia 17 años, cargando un bebé recién nacido a quien daban biberón, mientras huían de un operativo del ejército, que les acusaban de pertenecer a la guerrilla. Otras dos jóvenes le ayudan a alimentar al recién nacido. Foto Diario Co Latino/ Guillermo Martínez.

Santa Marta, el éxodo que se convirtió en tierra nueva

@luisponcebe

10 de octubre de 1987, más de mil personas provenientes del refugio de Mesa Grande, Honduras, volvieron y se asentaron en el lugar donde muchos habían nacido. 10 de octubre de 2017, una gran cantidad de personas llegan hasta la zona de la cancha Monseñor Romero. Se celebran, con todo lo que esta palabra implica, 30 años de llegar a la tierra nueva.

Santa Marta es un cantón del municipio de Victoria, Cabañas. Para llegar hace falta transitar la carretera panamericana, pasar por Ilobasco, Sensuntepeque, cruzar la carretera Longitudinal del Norte, llegar al centro del pueblo y tomar una calle de tierra, o lodo en invierno, hasta llegar a la comunidad repoblada.

Personas de la comunidad hoy celebran 3 décadas de haber regresado, pero no lo hacen de manera vaga y fría, acogen con especial alegría a todas las personas que llegan desde fuera, de instituciones que han apoyado el desarrollo de la zona, así como la solidaridad de comunidades hermanas que también vivieron el éxodo y el exilio.

Hoy recuerdan como si hubiera sido hace poco tiempo que el ejército pasó “barriendo” esta zona. Antes de salir, Santa Marta no era una comunidad tan articulada como lo es ahora, sin embargo, a inicios de los años 80, el imperialismo estadounidense y los gobiernos de turno buscaron una solución para detener el gran avance de la recién conformada guerrilla, fundada por cinco organizaciones. El mecanismo fue la “tierra arrasada”.

El rumor llegó, en marzo del 81, avisando que el ejército traía un operativo. La idea de los soldados, que eran instruidos por los norteamericanos, era cortar, o matar, toda ayuda que pudiera llegarle a la guerrilla. Como todas estas comunidades eran pobres, creían que era tierra fértil para el movimiento subversivo. Muchas de las personas optaron por irse, buscar hacia el norte, la frontera con Honduras,

Santa Marta está a menos de 10 kilómetros del Río Lempa, frontera natural con Honduras, pero el camino no fue fácil. Muchas personas murieron en el camino pues también el ejército del vecino país les esperaba con balas. Quienes pudieron cruzar llegaron hasta una aldea llamada Los Hernández. Luego, por ser demasiados, tuvieron que moverse hacia La Virtud, ahí tomó control el ACNUR, Naciones Unidas para los Refugiados, como el número crecía y crecía, tomaron la decisión de moverlos hasta Mesa Grande.

La vida no fue fácil en el refugio, cuentan los que vivieron ahí, morían muchos niños y ancianos por desnutrición. Algunos salían a comprar a pueblos cercanos, pero siempre con el cuidado de no ser asesinados por el ejército vecino. Poco a poco se estableció un modo de vida comunitario y de forma casi natural surgió la idea, como una necesidad, de la educación popular. Un pilar que ha sido fundamental en la organización y preservación de la memoria histórica y la identidad de la comunidad.

Pasaron 30 lunas de octubre. La comunidad no va a olvidar su historia, de sangre y vidas que quedaron en el camino. La historia está escrita con la sangre de sus mártires. Así, hoy se celebra con todas las expresiones culturales posibles. En un acto cultural que se llevó a cabo en la cancha se incluyeron las participaciones de Las Abejitas, el grupo Santa Marta y otros miembros de la comunidad.

Entrada la tarde, los vientos de octubre, un poema de Alfredo Espino musicalizado por el Yolocamba I Ta, se vio engalanado por la alegría del grupo de danza de la comunidad, entre otras piezas. El ballet de niñas hizo un homenaje a los caídos con la Milonga del fusilado. El ambiente se comenzó a poner frío, una leve lluvia de repente se convirtió en una torrencial lluvia que no hizo tambalear la celebración.

Yolocamba I Ta encendió las emociones de los asistentes. “Compañero Monseñor Romero”, dijo Franklin Quezada; y la comunidad respondió con fuerza “Hasta la victoria siempre”. Ya entrada la noche comenzaron los preparativos del escenario, uno de los grupos más esperados hizo su aparición, desde otra comunidad histórica, la Segundo Montes en Morazán, llegaron Los Torogoces de Morazán.

“Estos son Los torogoces de Morazán, expresión musical de la revolución salvadoreña”, sonó el violín, las guitarras, las congas y el güiro. No importaba el lodo, la lluvia ni el frío. Lo importante era revivir, por medio de la música la memoria, la historia viva, de la comunidad de Santa Marta y de muchas otras.

“Soy combatiente del FMLN”, cantaron con mucho orgullo secundados por las voces del público. Las gloriosas batallas como la de San Felipe, camino a Corinto en el 82. Los fusilitos y otras canciones históricas que acompañaron al heroico pueblo salvadoreño en su lucha contra la intervención, la opresión y el imperialismo. La velada estuvo llena de emociones, se premió a personas distinguidas, tanto de la comunidad como de fuera, que han trabajado por una Santa Marta mejor. Terminó con la participación de Pescozada.

Han pasado 30 años, no se puede dejar de recordar a todos los que ofrendaron sus vidas por un mejor país, en las filas de las columnas guerrilleras o en otras trincheras. La vida no es color de rosa en la comunidad, aún tienen necesidades y problemas, sin embargo, demuestran que con el trabajo comunitario se puede salir adelante. Hoy piden más apoyo en infraestructura vial hasta la comunidad pues la calle es de tierra y en invierno se torna difícil de transitar.

Así se despidió el 10 de octubre en la comunidad Santa Marta, con alegría y el pecho hinchado de orgullo de ser repoblados, organizados, con pensamiento cercano a Monseñor Romero y los mártires del pueblo, pero sobre todo con personas comprometidas con seguir trabajando por la comunidad para hacer verdaderamente está la tierra nueva, mejor cada día, que soñaron desde que llegaron de Mesa Grande.

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