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El salario justo y algunas enseñanzas del Carpintero de Nazaret

German Rosa, s.j.

Los periódicos y los noticieros televisivos, la radio y las redes sociales trasmitieron la noticia. El salario mínimo de forma consensuada había sido establecido en US $500.00 (¡quinientos dólares de los Estados Unidos!). Ese día esta noticia opacó los atentados terroristas en Europa, los conflictos bélicos en el Próximo Oriente, las crisis de los migrantes de todo el mundo, las crisis políticas en el Congo y en Corea del Sur, la coyuntura del traspaso presidencial de los Estados Unidos, también la nota roja de los crímenes de las pandillas, los asesinatos pasionales, la publicidad erótica del momento, los escándalos de la farándula, y también se olvidaron en ese día los resultados de los partidos de los equipos de futbol, entre ellos, el clásico del Barsa y el Real Madrid.

Todo se concentró en el acuerdo del salario mínimo. Impensable. Esa noticia es la locura del siglo. Sí, es la locura porque es inverosímil que este salario sea fácilmente aceptado y asumido con tranquilidad por quienes contratan la fuerza de trabajo. Pues al ver la fecha de edición del periódico y de la noticia divulgada en los medios de comunicación nos dimos cuenta que era el 28 de diciembre. Fecha que se conoce como el día de los inocentes. Este salario mínimo es inverosímil en un mundo donde casi todo está al servicio del capital, y lamentablemente la dignidad humana no tiene un precio tan alto en la civilización del capital…pues, nos hemos acostumbrado a aceptar que los últimos serán siempre los últimos. Analicemos qué significa esta expresión.

1) Los últimos serán los últimos y los mínimos serán siempre los mínimos

En la globalización en la que todos estamos inmersos, las relaciones del mercado se imponen. Toda acción que vaya en contra de la ley de la oferta y la demanda, de las relaciones individualistas o de la utilidad generada en las relaciones del mercado, es controlada o prohibida. Hablar de salario justo es un atentado en contra de las utilidades de los inversionistas. Cuando nos movemos en el marco de las relaciones del libre mercado, si se aplican ajustes salariales, o se hacen incrementos a los mismos, fácilmente las inversiones vuelan como las golondrinas a buscar nido en otros territorios o lugares en donde no hay imposiciones salariales a los inversionistas. La razón es sencilla, cuando hay empresas auto-sostenibles y se tienen suficientes ganancias, más salarios implican menos utilidades, o menos ganancias para el inversionista.

En definitiva estamos viviendo en la civilización del capital, en donde el trabajo se subordina a éste. En la civilización del capital el ser humano está en función de la reproducción y de la acumulación del capital. Las palabras del Papa Juan Pablo II nos siguen interpelando en nuestros días: “El problema-clave de la ética social es el de la justa remuneración por el trabajo realizado. No existe en el contexto actual otro modo mejor para cumplir la justicia en las relaciones trabajador-empresario que el constituido precisamente por la remuneración del trabajo” (Juan Pablo II, Laborem exercens, Nº 19). El trabajador no tiene otro recurso que la fuerza de trabajo para tener acceso a la distribución de la renta generada en la sociedad: “De aquí que, precisamente el salario justo se convierta en todo caso en la verificación concreta de la justicia de todo el sistema socio-económico y, de todos modos, de su justo funcionamiento. No es ésta la única verificación, pero es particularmente importante y es en cierto sentido la verificación-clave. Tal verificación afecta sobre todo a la familia. Una justa remuneración por el trabajo de la persona adulta que tiene responsabilidades de familia es la que sea suficiente para fundar y mantener dignamente una familia y asegurar su futuro” (Juan Pablo II, Laborem exercens, Nº 19).

Dentro de la dinámica de la civilización del capital, los trabajadores siempre estarán subordinados a las leyes del mercado. No se puede osar pedir el salario justo porque fácilmente se encuentra desempleado. Obviamente, esto sucede porque la oferta de la mano de obra es abundante con los altos índices de sub-empleo y un porcentaje considerable de desempleo. En este caso, el trabajador se ajusta a las reglas del juego de quien lo contrata. En la civilización del capital, los últimos siempre serán los últimos, y los mínimos siempre serán los mínimos.

Nos parece importante hacer una reflexión sobre el tema del salario desde la fe cristiana. Para ello vamos a recordar algunas enseñanzas de Jesús en el Evangelio de San Mateo.

2) Algunas enseñanzas del Carpintero de Nazaret sobre el trabajo

Jesús de Nazaret era un carpintero. Algunos entendidos dicen que uno de sus empleos fue construir la estructura o la armazón de las casas (Cfr. John P. Meier). Este trabajo es de gran exigencia física.

El Carpintero vivió silenciosamente en Nazaret hasta que comenzó su ministerio público del anuncio del Reino de Dios, haciendo realidad esta buena noticia con sus palabras y sus acciones en medio del pueblo sencillo de Israel. Curiosamente conoció cada secreto de su trabajo con la madera y los clavos, el arte de hacer con sus manos mesas, sillas, puertas, estructuras de casas, etc. Y lo que llama la atención es que murió íntimamente adherido en una cruz de madera con clavos en pies y manos. Su muerte no revoca la proclamación del Reino de Dios, no desmiente la buena noticia inicial, más bien demuestra el contenido realista de esta proclamación. Muestra cómo el reino no llega sin sufrir la persecución, sin sacrificio, sin la entrega cotidiana. El Carpintero de Nazaret que murió crucificado es el mismo Carpintero de Nazaret que resucitó, el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Hijo de María y José.

Una de las cosas que más llamó la atención del Carpintero de Nazaret fue que enseñaba con autoridad. ¿Cuáles enseñanzas podemos rescatar sobre el trabajo del Carpintero de Nazaret? Nos centraremos en una de las parábolas que Jesús dijo sobre los trabajadores contratados para ir a laborar a la viña (Mt 20,1-15). En esta parábola, Jesús hace una semejanza del propietario que contrata los trabajadores para su viña con el reino de los cielos, que es lo mismo que el Reino de Dios. Dice Jesús en la parábola que el propietario de la viña contrató unos empleados por la mañana por un denario. Más tarde contrató otros empleados prometiéndoles un salario justo. Al final del día llamó a otros trabajadores que nadie había contratado. Cuando terminó la jornada laboral, el propietario pagó lo mismo a los últimos que llegaron a trabajar, que a los que llegaron temprano. Esto creó malestar y reclamos de los trabajadores que llegaron a primera hora. Pero el propietario argumentó que no había cometido ninguna injusticia. La parábola concluye con la famosa frase conocida: “Así, los últimos serán los primeros y los primeros, últimos” (Mt 20,16).

El relato destaca que es el tiempo de la vendimia o de la cosecha de la uva. Las uvas están maduras y deben ser recolectadas lo más pronto posible. Por esta razón el dueño de la viña busca trabajadores todo el día. El día de la vendimia normalmente es muy alegre, se canta, se habla, se goza, pero la parábola no dice nada de esto. Se percibe un ambiente gris y sobrio del trabajo, éste es una fatiga. La parábola nos describe con realismo las condiciones sociales del siglo I en Palestina. Se laboraba desde el alba hasta el ocaso. Es un relato que subraya cómo el trabajo estaba privado de alegría.

El pago del salario era diario y cubría los gastos para nutrir la familia hasta el día siguiente. Si no se trabajaba un día los hijos pasaban hambre el día siguiente.

Los que han trabajado todo el día consideraban injusto que se les pagara el mismo salario a los que llegaron a trabajar a la última hora (Cfr. Mt 20,12). Sin embargo, en ese contexto el pago de un denario al día era un salario justo, el cual ya se había acordado con los trabajadores al ser contratados por el viñador.

En la misma parábola se confrontan dos modelos de sociedad. Una sociedad vieja en la cual cada uno piensa en sí mismo y lucha por su propia existencia. En esta sociedad hay envidia y se cuestiona a quienes están abajo si se les reconocen sus derechos. La parábola subraya cómo en esta vieja sociedad irrumpe de manera imprevista el mundo nuevo que quiere Dios. ¿Cómo lo hace? Enfatizando que quienes llegaron a la última hora recibieron el mismo salario que los que llegaron primero. Esto golpeó enormemente a quienes escucharon a Jesús. Se cayeron los criterios de los que pensaban que quienes llegaban por último serían los últimos y los primeros serían los primeros con un mejor salario. Jesús les hace pisar el terreno del Reino de Dios a los que pensaban de esta manera. Cuando Dios reina, los mínimos no siempre serán los mínimos, más bien es el comienzo de un largo camino hasta lograr un salario justo. Este es el terreno de la nueva sociedad que propone Jesús. Una sociedad en la cual se reconoce la igualdad de la dignidad de todos los trabajadores. A nadie se le restringe para llegar a casa lleno de preocupaciones y de angustia. El Reino de Dios despierta la sensibilidad y la solidaridad humana, nos hace participar de los sufrimientos de los demás, y también de sus alegrías.

La enseñanza de la parábola de los trabajadores que llegaron a la última hora nos confronta con el dilema del reconocimiento de los derechos y del salario justo. La parábola propone una sociedad alternativa o diferente. En esta sociedad los primeros serán como los últimos y los últimos serán como los primeros, porque todos son iguales y merecen el primer puesto. De hecho en el Reino de Dios que Jesús predica, solo hay primeros lugares. No existen segundos lugares. La generosidad y la bondad sobrepasan abundantemente la proporcionalidad. Todos somos hijos de Dios y tenemos la misma dignidad. La justicia de Dios, que es el viñador, tiene como medida la dignidad humana. Por eso no pagó primero a los que llegaron al comienzo de la jornada, para sacar a luz la enseñanza provocativamente pagando lo mismo a los que llegaron de último y aquellos fueran testigos de la situación. El propietario de la viña, pagando a los últimos el mismo salario que a los primeros, es objetivamente justo, razonable y bueno. ¿Por qué? Porque no sigue los criterios de una sociedad que es contraria a la fraternidad ni la solidaridad, sino que actúa según los criterios del Reino de Dios. La parábola nos habla de cómo el Reino de Dios irrumpe en medio de la estrechez y la falta de esperanza del pueblo. Jesús nos enseña que ya ha comenzado una nueva posibilidad de vivir que se hace visible. La buena noticia del Reino de Dios convierte el trabajo de este modo en una actividad que produce el gozo y la alegría (Cfr. Lohfink, G. 2014. Gesù di Nazaret. Cosa volle – Chi fu. Brescia (Italia/UE): Editrice Queriniana, pp. 139-143).

Detengamos un poco a pensar en la parábola. ¿Cuáles son las consecuencias y las implicaciones de esta parábola?

3) ¿Qué pasa si a los últimos se le da lugar como a los primeros?

Cuando los últimos son como los primeros, se descubre la igualdad de los derechos y la equidad de la dignidad humana. Cuando se reconoce la dignidad humana y se paga el salario justo por el trabajo realizado, hay presencia real y simbólica del reinado de Dios en la sociedad. La acción de Dios que es el buen propietario nos hace reconocer que el trabajo merece un salario justo. Mientras no reconozcamos que el trabajador merece el salario justo, no estamos recibiendo el don del reinado de Dios, no se está realizando la voluntad de Dios en el presente histórico. Dios quiere que el trabajador tenga pleno reconocimiento de su dignidad humana. El salario justo es una semilla que se siembra para que se haga realidad la voluntad de Dios en el ámbito laboral y en la economía y las finanzas. El Reino de Dios crece como una semilla en la sociedad: “no viene de hecho como un estremecimiento mundial, no desciende de una escalera universal de manera espectacular del cielo, más bien viene al mundo como una pequeña semilla que crece” (Lohfink, 2014, p. 46).

Al comenzar este artículo diciendo que $500.00 es el salario mínimo, estamos expresando una fantasía provocadora contrastando esta cantidad con el salario mínimo que se ha estado negociando, es dar lugar a “una exageración”, pero no es irracional si vemos el costo real de la vida. Es para provocar la imaginación y para aproximarnos al sentido de la parábola de Jesús cuando dice que el propietario de la finca pagó la misma cantidad de un denario a quienes llegaron a la última hora a trabajar a la viña. El significado es que el don del Reino de Dios supera de manera sobreabundante cualquier expectativa y experiencia humana. La justicia del reino comienza siendo tan pequeña como una semilla, casi de manera invisible, pero se va desplegando, va creciendo inadvertidamente y luego se convierte en una planta, en un arbusto o un árbol (Cfr. Mc 4,26-29).

El Reino de Dios es una realidad donde no hay discriminación para los trabajadores. Los que llegaron a trabajar a la última hora, habrían querido empezar a primera hora, pero nadie los había contratado hasta el final del día. La parábola describe con exactitud las tristes condiciones y dificultades para encontrar empleo en ese contexto, pero también expresa que para Dios la realidad del trabajo se convierte en un lugar propicio para vivir el júbilo y el gozo cuando se realiza con justicia.

El salario mínimo es un principio para hacer posible la justicia en las relaciones del capital y el trabajo, pero no es la utopía de las relaciones laborales. Hay que seguir buscando la manera para que esta semilla crezca y se logre el sueño de cada trabajador, de cada empleado de lograr una vida digna personal y familiar con el fruto de su trabajo. El salario mínimo es el comienzo para empezar a dialogar sobre el salario justo. Lo importante es continuar avanzando en la construcción de una sociedad justa y equitativa.

Ignacio Ellacuría planteó la necesidad urgente de construir la civilización del trabajo, hace algunas décadas. La civilización del trabajo subordina el capital al trabajo, prioriza la realización y la planificación de la persona a la acumulación: “El trabajo produzca o no valor y últimamente se concreta en mercancía y capital es, ante todo, una necesidad personal y social del hombre para su desarrollo personal y equilibrio psicológico, así como para la producción de aquellos recursos y condiciones que permiten a todos los hombres y a todo el hombre realizar una vida liberada de necesidades y libre para realizar los respectivos proyectos vitales. Pero entonces se trata de un trabajo no regido exclusiva ni predominantemente, directa o indirectamente por el dinamismo del capital y de la acumulación sino por el dinamismo real del perfeccionamiento de la persona humana y la potenciación humanizante de su medio vital del que forma parte y al que debe respetar” (https://www.diariocolatino.com/la-civilizacion-de-la-pobreza-de-ignacio-ellacuria-un-desafio-actual-ante-la-globalizacion-neoliberal-y-excluyente/).

Vale la pena soñar en una civilización del trabajo con un salario justo para una vida digna.

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