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ROQUE DALTON GARCÍA, LA LENGUA Y LA POESÍA (segunda parte)

Alfredo Martínez Moreno

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua

Algún tiempo después, acompañado de un íntimo amigo, Ítalo López Vallecillos, -quien no era estudiante de Derecho pero que me apreciaba porque yo lo había propuesto para miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua, que luego él dignificó con su actuación cultural-, llegó a mi despacho en la Cancillería salvadoreña. Cuando el portero me manifestó que dos estudiantes universitarios, citando sus nombres, solicitaban verme, los recibí de inmediato y los senté en los sillones destinados a los diplomáticos. Recuerdo haberles dicho: “-¿A qué debo el honor de la visita?”. Roque contestó: “-Vengo a pedirle un favor, que me excuse de no asistir a clase durante poco más de un mes, y es que como usted sabe, el escritor Miguel Ángel Asturias está de embajador de Guatemala en Francia, y él me ha pedido que vaya a París, pues va a publicar un libro inédito mío, peo me exige que yo revise personalmente las pruebas de las cuartillas, y eso es muy importante para mí”. Yo ya tenía algún conocimiento de que el poeta iba a ir a la Europa oriental y que los otros profesores ya le habían dado la autorización para ausentarse de clases, por lo que le expresé: “-Con el mayor agrado te doy el permiso, pero con una condición”. “-¿Cuál?”, contestó muy interesado. Le respondí: “Que le des un saludo afectuoso de mi parte a Krushev”. Los dos visitantes se rieron y Roque agregó: “-Usted, doctor, es un jodido”.

En la Universidad manteníamos conversaciones sobre tópicos culturales, y realmente Roque me impresionaba por sus conocimientos, -verdadera erudición-, sobre la historia de la cultura, y sobre todo, de la poesía. Sin hacer ostentaciones doctas al respecto, era evidente que desde su juventud, era un hombre de amplia cultura.

Otro día de tantos, llegó Ítalo López Vallecillos a mi casa, enviado por Roque, para informarme que este se sentía vigilado y perseguido por las autoridades y que como sabían que yo había tenido escondido en mi casa a varios personajes de izquierda, (Mario Salazar Valiente, Jorge Arias Gómez, Matilde Elena López, entre otros, y posteriormente, a mi dilecto amigo y lejano pariente Guillermo Manuel Ungo), me rogaba que en caso de emergencia, yo lo tuviera también escondido en mi residencia. Por supuesto, contesté afirmativamente, y aunque Roque no tuvo necesidad de hacerlo, quedó agradecido.

Yo me reunía con él a menudo a cambiar impresiones y un día me atreví a decirle que era obvio que yo, sin compartirlas, respetaba sus posiciones ideológicas extremistas, pero que no entendía porqué él había expresado una frase tan terrible contra don Alberto Masferrer, (“¡viejo de mierda!”), si el pensador salvadoreño, antes que Lenin, había abogado por un mínimum vital para los pobres salvadoreños, exponiendo hasta su vida con su generosa doctrina. Él contestó, sin retractarse en modo alguno, que cada quien podía pensar y afirmar lo que quisiera. Pero yo agregué algo más: “-Pero Roque, hay algo que te reivindica, en mi opinión, lo que tú expresaste sobre la obra de Salarrué, que habías vuelto a leer los gran parte de los cuentos de este notable escritor y que te había emocionado ‘la fuerte dosis de ternura’ que habías encontrado en todos ellos”. Comentó: “-Al fin encuentra algo de valor en mí”. Le di otro abrazo.

Seguí manteniendo con él conversaciones provechosas cuando se encontraba en el país.

Su trágica muerte me afectó sobremanera. Él tuvo una existencia fecunda, aunque tormentosa y atormentada; pero la forma dramática de su deceso constituyó un suceso patético inexplicable, y los responsables de su muerte, quienes fueran, pues al momento existen diversas clases de versiones, deben en el fondo de su conciencia, estar arrepentidos. La forma de su desaparición física ha conmovido a todos los espíritus, aún a aquellos que habían disentido de su ideología, pero que reconocían la grandeza de su obra poética y la valentía moral con que exponía y defendía sus posiciones políticas. Ha quedado consagrado como un mártir, lo que unido a la valía reconocida como poeta excelso, lo ha convertido en una gloria nacional.

A mí me tocó solidarizarme con el poeta José David Escobar Galindo en sus ingentes esfuerzos, primeramente para encontrar su respetable cadáver, y luego confortando por diversos medios a su noble y doliente progenitora.

Merece en esta oportunidad hacer referencia, aunque brevemente, a la relación con altibajos de los dos esclarecidos bardos salvadoreños. Ellos fueron vecinos y amigos de infancia, al igual que sus apreciables madres, pero luego, sin perder la amistad, tomaron diferentes rumbos, no sólo en el aspecto ideológico, sino también por el tono y la forma de sus evocaciones líricas.

El poeta Escobar Galindo escribió una oda admirable contra la violencia, que asolaba al país, titulado “Duelo Ceremonial por la Violencia”, cuyo primer cuarteto irradiaba así:

Húndete en la ceniza, perra de hielo,

que te trague la noche, que te corrompa

la oscuridad; nosotros, hombres de lágrimas,

maldecimos tu paso por nuestras horas.

Y agregaba luego:

Por la sangre en el viento, no entre las venas,

donde nazcas, violencia, maldita seas.

Por su parte, Roque, dentro de su conciencia radical, escribió inmediatamente un poema en defensa de la violencia revolucionaria, y lo dedicó a José David Escobar Galindo, alias “perra de hielo”.

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