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Revolucionario sin revolución

@renemartinezpi
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Ysólo por aquello de las espantosamente humanas y tremendamente fornicarias paradojas culturales, pharm metafísicas, sale histriónicas, viagra políticas, religiosas, delincuenciales y futboleras (las que son una constante matemática irracional en mi país -como la de Euler, la de Hermite o, para ser localistas, la de Rivas- porque su magnitud e impacto no varían en el tiempo-espacio de la cotidianidad, pues son paradojas responsables) soy -mientras no me demuestren lo contrario en un juicio sumario presidido por el “justo juez de la noche” y el “cura sin cabeza”- un revolucionario sin revolución triunfante… y ni tan siquiera con una revolución en trabajo de parto. Soy, además, un patriota sin patria, pues no tengo patrimonio notable ni patronímico de alcurnia desde las grandes expropiaciones del siglo XIX.

Digo: “grandes expropiaciones” y la lucha social se desborda de mis ojos como mar embravecido en las riberas del Guantánamo indignado; soy un utopista clandestino sin utopía social porque los sueños de futuro han sido convertidos en mercancías o están siendo extorsionados impunemente por la corrupción galopante y la amnesia nacionalistamente popular que nos golpea y deja moretes indelebles como si fuera la “chancla voladora” que usaban nuestras madres para corregirnos; soy un migrante consuetudinario sin país de expulsión ni país de atracción porque soy un eterno indocumentado, en todos lados, que vive en el limbo dantesco de la subsistencia y el miedo… y porque el país al que emigro, en el absurdo delirio ideológico de la madrugada imperialista, tiene la piel como frontera amurallada y el tabú cultural como visa inapelable.

Soy -y sólo por aquello de las deliciosamente impuras y traicioneras tradiciones de sometimiento vacuno de nuestra cultura política- un revolucionario sin “compas” ni compás certero para trazar la geometría perfecta de un plato con comida tres veces al día, porque la conciencia social es una puta vieja traicionada por su Celestina y su romanticismo escatológico; soy un guerrero sin guerra declarada; soy un guerrero desarmado y sin bandera ondeante que pelea una guerra incorrecta porque el “ojo por ojo y diente por diente” se aplica sólo con el prójimo; soy un náufrago, en tierra firme, de la revolución social que (por aquello de que la querida paranoia es una táctica más efectiva que los guardaespaldas vitalicios que cuidan cuerpos inservibles en el mundo al revés de Galeano) se quedó encerrado y perdido en la isla desierta y misteriosa de la utopía, peleando una guerra que ya terminó hace muchos años o peleando una guerra que a nadie le importa; exigiendo la cárcel vitalicia para un tal Flores Pérez y exigiendo la renuncia inmediata y sin honores de un Peña Nieto remoto e ignoto –a quien por suerte no conozco, ni quiero conocer- sin que nadie repique, ni me replique, porque ochenta millones de dólares son una cifra que nadie entiende en términos pedestres y porque cuarenta y tres asesinados y desaparecidos no parece ser un número tan alto como para tomar medidas dignas y extremas.

Soy -y sólo por aquello de las espantosamente humanas y tremendamente putas paradojas del imaginario colectivo- un revolucionario lleno de achaques indecibles en las venas y copado de dolores crónicos, en la mano izquierda sobre todo, por las esquirlas letales de la Chicungunya y de la edad, lo cual es otra ironía de la vida porque, si me hubieran consultado, al reflejo hubiera dicho que prefiero esos dolores en la mano derecha. Soy un militante del tiempo sin reloj ni calendario ni prórrogas, y si me estuviera dado vivir tres vidas más con el mismo itinerario de todo lo que he hecho, volvería a hacerlo todo -de la forma en que lo hice y por quienes lo hice- al servicio de lo que siento y pienso y amo y creo y deseo como hombre de carne, huesos e ideología que, por preferir el sentido común de la gente común y especial, se enfrentó con uñas y dientes y palos al sentido del orden establecido en esta América Latina que sigue con las venas abiertas.

Soy –por aquello de que con el cuento de que: “zapatero a tus zapatos” nos han domesticado la protesta social- un médico forense sin muertos por reconocer en el mediodía del asfalto, aunque todavía no estoy tan jodido neuronalmente como para llegar al punto sin retorno de ser un fortín de la idiotez maligna y reaccionaria. Soy –por aquello de las rebeldías hasta las últimas consecuencias que, de cuando en cuando, no se dejan domar- un pregonero sin megáfono ni garganta que habla a gritos de la esperanza de los desesperanzados; que denuncia a grito hinchado la privatización de la riqueza y la nacionalización de la miseria… y esto que todos los políticos juraron por dios y su madre -la madre de ellos- que iban a trabajar por los pobres. Sí: un pregonero sin palabras al margen de los elogios y las calumnias que quiere vivir la vida respetando un rumbo que tenga que ver con la justicia social mundana que se basa en la felicidad y en la recuperación de la esperanza, porque estoy convencido de que hay que creer en algo cuando todo se derrumba, ya que esa creencia es el mejor pretexto para manifestar, sin venéreos temores, la esperanza que necesitan los que necesitan vivir felices.

Pero la felicidad no está en el consumismo bestial que nos sodomiza, porque lo que compramos lo compramos con el tiempo de trabajo (no con dinero), o sea que lo compramos con pedazos de nuestras vidas. Pero el rumbo de la vida sólo es uno: la libertad en la que todos valgan lo mismo y tengan básicamente lo mismo: ¿por qué un diputado debe ganar un salario obscenamente elevado mientras el pueblo gana salarios de hambre? ¿Por qué a un político retirado le designan una flota de guardaespaldas para que cuide su flatulento e ignoto culo mientras el pueblo se desplaza sin seguridad por zonas inseguras?

Soy -y sólo por aquello de las infames y tremendamente fornicarias ironías de la vida- un ingenuo y loco y risible Quijote excomulgado que aún combate a muerte a sus molinos de viento con las palabras de Galeano, porque aún creo que en lugar de estar hecho yo a imagen y semejanza de la realidad, la realidad debe estar hecha a imagen y semejanza mía; porque aún creo que la justicia es un derecho social y una condición del pueblo y de pueblo, no un favor.

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