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Reflexiones y catarsis de una editora en el purgatorio

Carmen González Huguet,

Escritora

A lo largo de mi vida creo que he logrado reunir bastante experiencia como editora. Me avalan no solo los veintidós meses que dirigí la editorial cultural del estado salvadoreño, de 1994 a 1996, sino los muchos años que llevo impartiendo redacción y gramática en la Universidad Matías Delgado y en muchos otros centros educativos. Por lo demás, he realizado una cantidad ingente de correcciones a infinidad de documentos, desde tesis hasta libros (de texto y de los otros), pasando por artículos para revistas y periódicos, informes, ensayos, discursos y hasta cartas oficiales. Y creo que todo esto me ha ayudado (aunque sea un poquito) a desarrollar mis habilidades lingüísticas.

Sin embargo, siempre que edito un texto, cualquier texto, me asalta la misma pregunta: ¿por qué escribimos tan mal? ¿Por qué nos equivocamos tanto y en las mismas cosas? ¿Por qué, una y otra vez, me contratan para arreglar los desaguisados de otras personas? Hoy ensayo algunas respuestas a estas interrogantes.

1. Porque no nos enseñan, o no aprendemos, a escribir bien. Esta respuesta, que parece tan simple, no lo es. Se supone que la escuela debe servir, entre otras cosas, para que aprendamos a escribir correctamente, así como para hablar y expresarnos en nuestra lengua de modo eficaz. Pero a las pruebas me remito: no solo nuestros estudiantes fracasan estrepitosamente en la PAES año tras año, sino que basta que abran la boca o que los pongamos a escribir dos oraciones, una tras otra, para que constatemos con amargura que no solo no saben escribir. Es que tampoco saben redactar con propiedad el más sencillo párrafo.

Y no solo nuestros estudiantes: Redactan mal los abogados, los médicos, los periodistas, los mercadólogos, los publicistas, las secretarias, los alcaldes, los diputados y, como no, hasta el presidente de la república. Por eso es que luego andan buscando “interpretaciones auténticas” de decretos y de leyes que están redactados con las extremidades inferiores.

2. Porque no leemos. Siempre que aprendemos algo, aprendemos de los que saben. Y los que saben escribir bien son, ¿qué duda cabe?, los escritores. Pero no leemos. O no leemos lo suficiente. No leemos todos los días. No somos lectores “de hueso colorado”. Como profesionales de cualquier área del saber, y más de las comunicaciones, se supone que nuestro trabajo es escribir. Entonces deberíamos estar en contacto, constantemente, con los mejores modelos. Pero, confiésenlo con franqueza: ¿Quiénes de verdad tienen el hábito de la lectura? ¿Cuántos libros leyó usted en los últimos doce meses? Y no me refiero a los libros que tuvo que leer en razón de su ejercicio profesional. Me refiero a los libros que leyó por el placer de leer. Si para usted leer no es un placer, cosa por la que lo compadezco en el alma, de seguro escribir será una tortura.

3. Porque no escribimos con frecuencia. Escribir es como jugar futbol, o tocar piano, o andar en bicicleta. Hay que practicar. A diario. Como decía aquella campaña de cierto refresco: “Come futbol, sueña futbol, vive futbol”. Escribir debería ser nuestra pasión. La pasión dominante de nuestras vidas. Esta verdad, que parece obvia, no lo es.

A estas alturas del partido, como comunicadores, o editores, o periodistas, o publicistas, o mercadólogos, o cualquiera que sea nuestra profesión, deberíamos haber desarrollado el hábito de escribir sobre todos y cada uno de los aspectos de nuestro oficio. Si somos maestros, deberíamos estar acostumbrados a redactar aunque sea breves resúmenes sobre los temas que vamos a desarrollar en clase. Pero, de nuevo, seamos francos: ¿quiénes de nosotros nos tomamos la molestia de escribir el desarrollo de las clases?

Y si no somos docentes, pero sí investigamos, ¿cuántas veces al año nos tomamos el tiempo de documentar nuestras investigaciones? Por lo demás, fuera del ejercicio profesional, ¿quiénes todavía cultivamos el sano hábito de anotar nuestros pensamientos? ¿Quiénes continuamos aún con la costumbre adolescente de llevar un diario? Este ejercicio, en apariencia banal o egocéntrico, nos ayuda a poner la vida en perspectiva, y constituye un excelente medio para desarrollar nuestras habilidades, no solo de redacción, sino de reflexión e introspección.

¿A qué me refiero cuando digo que “redactamos mal”? ¿Cuáles son las meteduras de pata más frecuentes con las que me tropiezo cuando edito? Aquí van unas cuantas:

1. Las tildes. Las reglas de acentuación son muy sencillas: las palabras agudas se tildan cuando terminan en ene, ese o vocal, como en corazón, camión, rubí, sofá, café, etc. Las palabras graves o llanas se tildan cuando terminan en consonante que no sea ene o ese. Ejemplos: mártir, lápiz, árbol, ángel, cráter, útil, etc. Las esdrújulas y las sobresdrújulas se tildan siempre. Casos especiales: las tildes diacríticas, los adverbios terminados en –mente y las palabras compuestas. Pero los casos especiales quedarán para otra ocasión. Eso sí, me permito hacer unas aclaraciones bien puntuales, por aquello de que siempre creo que ya lo vi todo, pero siempre la realidad va y me sorprende con cada caso increíble: las consonantes no se tildan. Nunca. Never. Jamás. Tal vez se tilden en sueco, pero en castellano, nanay. Y otra cosa: si bien es cierto que, tal vez, haya palabras en francés con dos o más tildes, en español lo más que puede llevar una palabra es una tilde. Una. No existen palabras con dos o más tildes. ¿De acuerdo?

2. Horrores de ortografía. Por alguna razón desconocida hay personas con una casi patológica incapacidad para detectar y corregir errores ortográficos. Son ciegos y sordos a la ortografía. A lo mejor es genético. No lo sé.

¿Qué se puede hacer para mejorar este aspecto de nuestra redacción? En primer lugar, leer. Y leer libros, porque los periódicos en esto de la ortografía dejan mucho que desear. Y libros bien revisados. En esa línea, creo que en español los libros más y mejor revisados son dos: la Biblia y el Quijote. Si usted no cuenta con dinero para comprarlos, y no tiene a mano una biblioteca, le cuento que ambas obras están en Internet.

La Biblia puede consultarla aquí: http://www.biblija.net/biblija.cgi?l=es. Por cierto, no solo está en línea la versión Reina-Valera, que es la que leen en las iglesias protestantes, sino varias versiones católicas, como la Biblia de Jerusalén y la Latinoamericana.

En cuanto al Quijote, existe esta edición en línea:

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-ingenioso-hidalgo-don-quijote-de-la-mancha-6/html/

¿Qué más podemos hacer para mejorar la ortografía? Bueno, puede seguir el método marista-leninista de mi augusto padre y escribir diez veces cada palabra corregida. ¿Qué cómo se corrige? Busque la palabra en el diccionario. En línea tiene dos por falta de uno en el sitio www.rae.es: el Diccionario de la Lengua Española y el Diccionario Panhispánico de Dudas.

Y si la palabreja que anda buscando no está admitida en ninguno de los dos, puede consultar la Página del Español Urgente de la Fundéu: www.fundeu.es. Esta página pertenece a una fundación patrocinada por la agencia de noticias EFE y el BBVA, y está asesorada por la Real Academia de la Lengua Española. Si la palabra tampoco está ahí, puede usted escribirles y hacer la consulta. Responden el mismo día o al siguiente, como máximo. O sea: no hay excusa. No puede usted volver a escribir cajón con ge.

En todo caso, siempre le queda la medida radical y extrema de aprenderse de memoria las reglas de ortografía. Pero, ojo, que hay palabras que no siguen la regla, como jengibre, por ejemplo, donde la primera es jota y la segunda ge, a pesar de que muchas palabras que empiezan con gen se escriben con ge: general, generosidad, gente, etc. O ipecacuana, que no lleva hache, aunque hipérbaton, hipódromo e hipotenusa sí la lleven. Así que, ya sabe: acostúmbrese a usar el amansaburros con frecuencia.

3. Los signos de puntuación. Si bien es cierto que la puntuación admite cierta flexibilidad a la hora de colocar comas y puntos, tampoco es antojadiza. Quien se precie de escribir bien debe estar absolutamente seguro, o segura, de por qué está colocando una coma o un punto donde acaba de ponerlo. Hay cosas inadmisibles: Colocar una coma, o un punto, o un punto y coma entre sujeto y predicado, por ejemplo. Con harta frecuencia me desesperan los alumnos que creen que los signos de puntuación son maicillo para los pollos y los lanzan sobre el párrafo con incomprensible alegría. Les cuento que más no es siempre sinónimo de mejor. A veces la abundancia de puntos y de comas no es otra cosa que un error lamentable. Los signos hay que usarlos con cuidado. Entre otras cosas, porque influyen de manera decisiva en el ritmo de las frases.

4. El uso correcto de las preposiciones. Como todos sabemos, las preposiciones, junto con las conjunciones, son palabras de enlace. Conectores. Vocablos que nos ayudan a ensamblar una oración con otra. No hay donde perderse. Las preposiciones son: a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, durante, en, entre, hacia, hasta, mediante, para, por, pro, según, sin, so, sobre, tras, versus, vía.

El problema no es que no las conozcamos. El problema es que, a veces, no las usamos con propiedad. Y resulta que las preposiciones, tan chiquititas y todo, son muy importantes porque cambian el significado de la frase. ¿No me creen? Como dice Les Luthiers, no es lo mismo decir: Los indios se quedaron a comer con los soldados, que decir: se quedaron a comer a los soldados. Pequeña preposición, pero enorme diferencia de significado.

5. El uso correcto de mayúsculas y minúsculas. Hay personas que sienten una compulsiva necesidad de ponerlo todo con mayúsculas. Error. Si pone usted todo el texto en mayúsculas, aquello se lee como si estuviera usted gritando. Y a nadie le gusta que le griten. La Real Academia de la Lengua Española desaconseja el uso de frases enteras en mayúsculas. Ni siquiera para títulos. Para eso existen ahora, con las computadoras, otros recursos tipográficos para destacar los títulos y los subtítulos.

Ahora bien, ese recurso facilón de ponerlo todo con mayúsculas “porque las mayúsculas no se tildan”, está más pasado de moda que los miriñaques de la reina María Antonieta de Francia, que, por cierto, fue guillotinada hace más de doscientos años. Le cuento por si no se ha enterado usted: las mayúsculas se tildan. Punto.

¿Qué palabras se escriben con mayúscula inicial? Muy fácil: la primera palabra de cada oración, así como la palabra siguiente después de un punto, bien sea aparte o seguido. Y lo mismo ocurre con la primera palabra después de un signo de cierre de interrogación o admiración. También se escriben con mayúscula los nombres propios, aunque sea el nombre del chucho. Pero, ojo: si bien Policía Nacional Civil se escribe con cada una de las letras iniciales en mayúscula, cuando decimos: “Llegó la policía”, esa palabra policía va en minúscula.

Y, por cierto, los nombres de los meses, en las fechas, van con minúscula. Y los de los días, a menos que sea la primera palabra de la oración: Miércoles 17 de octubre de 2018, también se escriben con minúscula.

Creo que por hoy es suficiente. En otra ocasión continuaré con mis reflexiones y catarsis. Ojalá les sirva todo esto y mejoremos nuestra manera de tratar a la lengua española, esta riquísima y valiosa herramienta de comunicación que hemos recibido de nuestros antepasados a través de casi dos mil años de historia. Hasta la próxima.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.