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El problema de violencia y sus enfoques (I)

Luis Armando González

La violencia constituye un problema tanto para la reflexión teórica y la investigación empírica como para la vida cotidiana de la gente expuesta a amenazas y riesgos que vulneran su integridad personal y su tranquilidad mental. Los datos acerca de prácticas calificadas como violentas son abrumadores, y van desde las agresiones leves hasta los asesinatos más brutales. ¿Por qué son calificadas esas prácticas como “violentas”? ¿Qué es lo que las convierte en tales? En definitiva, ¿qué es la violencia y cuáles son sus raíces y/o condicionamientos sociales, económicos, culturales y biológicos? Se trata de preguntas para las que no hay una respuesta definitiva, pero que se imponen como un desafío intelectual y ético de primera importancia en estos tiempos en los que nuevas formas de violencia se mezclan con otras de larga data, dando pie situaciones en las que el riesgo y la inseguridad se convierten en algo normal para millones de personas en distintas regiones del planeta. En el marco de esta preocupación, que va más allá del momento presente en El Salvador, esbozamos este conjunto de reflexiones en torno al problema de la violencia y algunos de los enfoques teóricos que pueden ser de utilidad para su comprensión.

1.  Una mirada teórica al problema de la violencia

Una de las preguntas centrales en estas reflexiones es la siguiente: ¿qué es la violencia social? Y esa pregunta supone una más general: ¿qué es la violencia?  Desde la teología y la filosofía hay mucho que decir sobre la violencia, tanto que la discusión se puede volver interminable.  De hecho, la pregunta por qué es la violencia es una pregunta –así formulada— de fuerte carácter filosófico que, si se lleva la discusión hasta sus últimas consecuencias –y se toma la violencia como un  problema antropológico— nos confronta con el tema del mal. A lo mejor la explicación última de la violencia radica en el mal que “pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad”, como sugiere Rüdiger Safranski en su importante ensayo El mal o el drama de la libertad .  Sólo para tener una idea de lo denso (u oscuro, según como se vea) del abordaje filosófico del problema del mal como fundamento de la violencia vamos a citar un párrafo del ensayo de Safranski.

“El mal –dice este autor— no es ningún concepto: es más bien un nombre para lo amenazador, algo que sale al paso de la conciencia libre y que ella puede realizar. Le sale al paso en la naturaleza, allí donde ésta se cierra a la exigencia de sentido, en el caos, en la contingencia, en la entropía, en el devorar y en ser devorado, en el vacío exterior; en el espacio cósmico, al igual que en la propia mismidad, en el agujero negro de la existencia. Y la conciencia puede elegir la crueldad, la destrucción por mor de ella misma. Los fundamentos para ello son el abismo que se abre en el hombre” . Si siguiéramos esta ruta, la discusión filosófica nos llevaría hacia sendas insospechadas.

  Sin embargo, este ensayo no tiene como propósito traer a cuenta el debate teológico-filosófico sobre la violencia , sino exponer algunas tesis básicas –extraídas del campo científico social y natural, con algunas inevitables referencias filosóficas— en torno a la misma.  Así pues, lo que se hará es resumir algunos enfoques que son útiles para entender la violencia: el antropológico, el sociológico, el psicológico y el biológico.

Ante todo, vayamos a la pregunta más general: ¿qué es la violencia? Lo primero que se tiene que decir aquí es que, desde las ciencias sociales y naturales, no hay una respuesta simple a la pregunta sobre qué es la violencia.  Distintos autores se centran en su dimensión física, es decir, en el componente de fuerza efectiva que ejercen los agentes violentos (victimarios) en contra de quienes la padecen (víctimas).

De este tenor es la definición de violencia que se ofrece en el Informe mundial sobre la violencia y la salud, 2002: “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones” . Y Mario Caponnetto, anota lo siguiente: “la violencia, considerada en sí misma, es sólo fuerza, coacción, ejercida o padecida desde afuera y sin ninguna cooperación por parte del que padece. En tanto mera fuerza, la violencia ni es específicamente humana ni, por ende, pasible de una especificación antropológica y moral” .

No se puede negar que el componente de fuerza física es importante en las dinámicas de violencia que se generan en las sociedades humanas. De aquí que sea lo que primero se destaque cuando se la quiere definir. Al hacer un listado de prácticas violentas más llamativas (por su impacto humano y social), en casi todas ellas lo que no falta es precisamente ese factor de fuerza: asesinatos, secuestros, violaciones, agresiones y robos. Incluso en otros muchos hechos violentos, el componente de fuerza aunque no sea algo efectivo, se hace presente como algo potencial: chantajes, extorsiones y amenazas. Es decir, los agentes violentos quizás no usen la fuerza inmediatamente, pero potencialmente la pueden usar sobre sus víctimas; éstas lo saben y su comportamiento se ve determinado por esa fuerza que se puede desatar sobre ellas. Es decir, la violencia suele estar ligada a un ejercicio de fuerza efectiva o potencial por parte de sus agentes. La expresión violencia física suele ser utilizada justamente para enfatizar ese ejercicio de fuerza.

Empero, distintos estudios señalan que hay formas de violencia en las cuales ese componente de fuerza no necesariamente debe estar presente –o al menos no tiene que estarlo con contundencia—.  Determinadas expresiones verbales (gritos desaforados, uso de términos discriminatorios, órdenes y mandatos), determinados gestos (señales con los dedos, mirada escrutadora) o posturas corporales (rigidez, altivez) pueden realizarse con la finalidad de infundir miedo y temores en otras personas.  Se trata de prácticas que, sin ir acompañadas de un uso o efectivo (o potencial) de la fuerza, alteran la salud mental y las conductas de quienes se ven expuestos a ellas. La expresión violencia psicológica suele ser usada para entender estas dinámicas de interacción social, en las  cuales –por lo demás—  siempre se hace presente un componente físico: ruidos de los gritos, uso de palabras y gesticulaciones, por ejemplo.

No obstante, con el efecto psicológico que tienen determinadas prácticas de un sujeto A sobre un sujeto B hay que tener cuidado a la hora de leer ese efecto en términos de violencia psicológica, pues que al sujeto B le afecte psicológicamente lo que hace el sujeto A –y que aquél interprete como violencia psicológica lo que hace este último— puede prestarse a equívocos y a visiones sumamente difusas de lo que es la violencia.  De esta dificultad se hace cargo el Informe mundial sobre la violencia y la salud, ya citado, cuando destaca que “en el ámbito de la salud pública, la dificultad reside en definir la violencia de manera que abarque el conjunto de actos  perpetrados y las experiencias subjetivas de las víctimas, pero sin que la definición resulte tan amplia que pierda sentido o describa hechos patológicos las vicisitudes naturales de la vida cotidiana” .

Otro tanto conviene decir de la expresión “agresión verbal”, que suele verse como una forma de violencia psicológica.  Hay agresiones verbales que, sin duda, afectan psicológicamente a la persona que es objeto de ellas. En español, por ejemplo, llamar a alguien “perro” o “perra” es sumamente ofensivo y no es difícil considerar expresiones como esas un agravio psicológico. Y la lista de términos con  esa carga agresiva se puede multiplicar. Si uno se fija bien se trata de términos intrínsecamente, por así decirlo, tienen ese carga y por lo mismo cuando se usan ello se hace con el propósito de agredir a la persona a quien se le aplican. Empero, hay palabras o frases que no tienen intrínsecamente esa carga y, por ende, cuando se usan no necesariamente se pretende agredir a nadie, pero el destinatario de las mismos se puede sentir fuertemente afectado psicológicamente al escucharlas.

Es decir, por más que la vivencia subjetiva de quien se considera víctima de una violencia psicológica, verbal o no, es importante, no es pertinente atenerse sólo a esa vivencia para calificar una frase o una acción como violenta. Dicho de otro modo, las experiencias subjetivas de las víctimas deben tener algún correlato real que las justifique como experiencias subjetivas de violencia. Ese correlato es el uso deliberado de la fuerza física o el poder, o la amenaza expresa de hacerlo, con la finalidad de causar daño a otros (o a sí mismo). De este modo, se supera la propensión de acusar a un sujeto A de violentar psicológicamente a un  sujeto B, atribuyéndole al primero actitudes, comportamientos o expresiones que, aunque sean leídas por el segundo –la supuesta víctima— como violencia psicológica, no tienen tal carácter.

Entonces, una respuesta provisional a la pregunta acerca de qué es la violencia nos pone ante dos caras de la misma: se trata de un ejercicio de fuerza de un ser humano en contra de otro (o de un grupo social en contra de otro), pero también de una relación social en la que un agente social individual o un grupo afecta psicológicamente a otros (individuos o grupos) a través de prácticas (verbales, corporales, gestuales) que no necesariamente tienen que estar  acompañadas de un uso efectivo de la fuerza, pero que sí hacen posible ese uso.

Como se ve, estamos apenas con una respuesta provisional a una pregunta compleja y de difícil respuesta. Más aún, digamos desde ya que cualquier respuesta que se dé a la pregunta que nos ocupa (“¿Qué es la violencia?”) siempre será tentativa y aproximada. Lo cual significa que las nociones que se esbocen sobre la violencia, serán siempre eso: esbozos, trazos tentativos cuya finalidad es orientar la reflexión  más que  fijar conceptos definitivos.

Y siempre en esta línea de orientar la reflexión es oportuno traer a cuenta que, desde inicios del siglo XX, cuando autores como Karl Marx, Sigmud Freud y Theodor Adorno exploraron los resortes socio-económicos, psicológicos y culturales de la violencia, se ha hecho un largo recorrido investigativo y conceptual para entender mejor el problema.

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