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Por un pacto nuevo con Roque Dalton

Álvaro Rivera Larios

Escritor

 

Con un poema que Ezra Pound le dedicó a Walt Whitman voy a empezar este artículo. Lo que diré a continuación sobré Roque Dalton y sobre la historia de nuestra relación con él, for sale ya está contenido en los siguientes versos:

–Un pacto–

Haré un pacto con vos, healing Walt Whitman–

Te he repudiado ya lo suficiente.

Ante vos me presento como un hijo grande

que ha tenido un padre muy testarudo;

ahora ya tengo edad para elegir amigos.

Fuiste vos quien cortó la madera nueva.

Ha llegado el momento de tallarla.

Tenemos la misma savia, sick la misma raíz–

que haya comercio, pues, entre nosotros.

A medida que maduramos o según van cambiando las circunstancias,  se modifica nuestro trato con la obra de ciertos autores.  Suele suceder que un poeta al que rinde culto el público de una época, al darse una transformación en los gustos y valores, queda relegado al olvido; hasta que, años después, nuevas condiciones permiten redescubrirlo y salvarlo del purgatorio. Por lo que uno intuye en el poema de Ezra Pound, en cierta época –para buscarse a sí mismo, para crecer–, este rompió su relación literaria con Walt Whitman. Pero ya dueño de sus propias armas y de sus propias elecciones, como un hijo ya crecido, Pound restableció el trato con el padre que tanto había detestado. Reconoce al fin a Whitman y se reconoce como su hijo, pero no admite pasivamente su legado, dado que hay que continuar y depurar el camino abierto por el primero (Fuiste vos quien cortó la madera nueva. / Ha llegado el momento de tallarla).

A diferencia de Withman, Roque Dalton murió joven por lo que no tuvo tiempo de superar (contra la dura historia) sus testarudeces. En su literatura hay una mezcla de rigidez y flexibilidad, de doctrinarismo y herejía, que pueden dar lugar a interpretaciones contradictorias. Pero también nosotros, que somos sus hijos, arrastramos nuestras propias terquedades y no hemos sido demasiado sutiles a la hora de interpretarlo y repudiarlo.

Pound nos habla de un gran padre cabezota, dando por supuesto que sus hijos, ya crecidos y dueños de sus elecciones, han ganado la lucidez. De Pound me creo la lucidez literaria, pero ¿Qué decir de nosotros como herederos del “pigheaded” Dalton? En mi opinión, y puedo equivocarme, todavía no hemos alcanzado la madurez crítica suficiente (I come to you as a grown child) para establecer una relación de horizontalidad plena con Roque.

A partir de la posguerra, más que revelarse como valoraciones profundas y sensatas, las  críticas dirigidas al poeta han sido un síntoma de la emergencia de nuevas circunstancias y de la necesidad de abrirle las puertas a una literatura que estuvo demasiado tiempo encerrada en la política y en sus designios instrumentales. Sacudirse tales rejas era necesario y se creyó que el gran emblema de dicha prisión era el autor de Taberna y otros lugares.

Dejar atrás los años 80 suponía dejar atrás al padre de las “Historias prohibidas del pulgarcito”. Para darle justificación al repudio del poeta se procedió a caricaturizar su obra compleja y contradictoria y él fue convertido en el rey literario de la trágica década, pasando a ser el único gran culpable de las limitaciones que vivió la palabra creativa en ese tiempo. No puede negarse que algunas ideas del poeta y algunas zonas de su obra, asumidas pasivamente o mal interpretadas, pudieron influir en la trama de ese período, pero si queremos eludir un análisis idealista (suponiendo que la fuerza de una sola voz literaria puede imponer un mundo y un horizonte de existencia a decenas de creadores), “habrá que investigar las condiciones políticas y socioculturales que durante los años del conflicto asfixiaron a la lírica”. Conviene recordar que esta asfixia también contribuyó a la pésima recepción e interpretación de la obra compleja de Dalton.

Acabada la guerra, podíamos haber desarrollado interpretaciones más elaboradas de su figura, pero lo que muchos escritores jóvenes y ya no tan jóvenes decidieron hacer fue transformarlo en un gran muñeco de  paja, en el gran chivo expiatorio cuya quema era el imprescindible rito de paso para entrar en los nuevos tiempos. Al mito radiante le fue opuesta una leyenda negra (la otra cara de la misma moneda) y así fue cono se convirtió a Roque en el autor que le robó la voz a toda una generación de creadores, en el enemigo de la pluralidad literaria, en el gran adversario de la subjetividad, en el cultivador simplista de una poesía política al que, si acaso, podía perdonarse por algunos bellos poemas de amor. La emergencia de esta imagen del poeta quizás se debió a un hartazgo comprensible y a que los noventa fueron los años en que ciertas ideas  posmodernas penetraron en nuestro medio cultural. Esa fue la época en que se puso de moda derribar los grandes mitos culturales de la izquierda; la época en que al cansancio de la política se sumaron las teorías que condenaban las relaciones del arte con la política; ese fue el tiempo en que se reconvenía a los escritores para que separasen su lenguaje de los grandes panoramas y relatos históricos; fue la época en que proliferaron los libros, los ensayos, los artículos periodísticos que denunciaban como una asunción nefasta el compromiso de los intelectuales. Toda esta presión ideológica, que coincidió con el fin de la guerra y el auge del neoliberalismo, creó las condiciones para que los poetas diesen la espalda a lo público y privatizasen su lírica de una forma muy determinada. Y con esto que digo no  eximo a la izquierda del peso de sus grandes caídas, solo afirmo que tales fracasos y errores fueron evaluados con las lentes desencantadas y desmitificadoras del posmodernismo.

Evidentemente, había que dejar atrás los años 80, pero había formas y formas de dejar atrás un tiempo difícil y nosotros, amantes que somos de los universos binarios, preferimos entonces el rechazo a la ponderación y optamos por condenar aquella época sin pasar por el trámite necesario de un balance donde se tuvieran en cuenta “los grises”. El balance literario que hicimos de Roque Dalton fue víctima de esa huida hacia adelante. Hablo de los “balances” propuestos por los mismos poetas, “balances” cuya conclusión influyó en los lenguajes, temas y visiones que se adoptarían en las encrucijadas creativas de los años 90. Nuestra mala salida de los 80, con su carencia de una valoración lúcida del pasado literario inmediato y con su asunción acrítica de algunos elementos de la estética posmoderna, nos dejó una lírica más plural y más consciente de su oficio, pero con la guardia baja y la mirada tuerta frente a los otros años duros que después vendrían.

Estoy completamente de acuerdo con que hay que someter a una crítica profunda, y hasta inmisericorde, a la figura y a la obra de Dalton, pero (salvo las contribuciones de académicos como Ricardo Roque Baldovinos, Rafael Lara Martínez y Luis Alvarenga) todavía no se  ha dado en “la comunidad literaria salvadoreña” una reflexión rigurosa y amplia sobre las letras en el tiempo del conflicto ni tampoco se ha evaluado con lucidez la obra del poeta y la presunta gran influencia que se le atribuye. Puestos a juzgarlo, la mayoría de los escritores tiende a emitir opiniones lastradas por la ingenuidad filosófica y por el manejo torpe de la teoría literaria. Otro factor poderoso que limita las interpretaciones que los poetas hacen sobre Dalton es que sus juicios sacrifican la inteligencia y la ecuanimidad en función de las pugnas que tienen lugar en el campo literario salvadoreño.

La ingenuidad filosófica, las lagunas teóricas y las ganas apresuradas de vender el propio pescado lírico, están detrás de muchas opiniones poco matizadas sobre el autor de “La ventana en el rostro”: Quien lo arrincona en un realismo enemigo de la subjetividad, no sabe muy bien de lo que está hablando; hasta podría decirse que su tratamiento de “lo íntimo” en “Taberna y otros lugares” es mucho más  autoconsciente y complejo que el de muchos líricos salvadoreños actuales. Respecto a que fuese enemigo de la pluralidad literaria, no proceden las conclusiones rotundas sino derivan de una investigación donde se muestren los vínculos entre la estética y la política a lo largo de su trayectoria como poeta y militante comunista. El argumento de que Dalton les robó la voz a los poetas de la generación de los 80 tiene mucho de leyenda o de una historia cuya dialéctica ha sido muy mal contada,  porque poetas de esa generación son René Rodas, Miguel Huezo Mixco y Carlos Santos. Ignoro si a ellos, en esa década funesta, un muerto los despojó de sus  propias voces; lo que está claro es que en los años noventa ya las habían recuperado y hacían un uso muy personal de ellas. Sin la intervención ideológica y creativa de los escritores de los 80 (piénsese en Horacio Castellanos Moya y su cinismo), el giro de los 90 no podría explicarse.

Uno de los grandes errores que hemos cometido es el de confundir la influencia moral e ideológica de Roque Dalton  con su influencia literaria. Sí, es verdad, su ética influyó a muchos creadores, pero nos equivocamos al creer que el gran impacto moral de su figura ha sido idéntico al fenómeno del  impacto –mucho menor– de su “poética” entre los líricos salvadoreños de los últimos cuarenta años. Al contrario de lo que muchos creen, adoptarlo como modelo literario es difícil porque  hay que dominar varios campos (la historia, el pensamiento, los debates ideológicos, el lenguaje de la vanguardia literaria, la orientación retórica, etcétera) y saber conjugarlos y trasladarlos con ironía al plano subjetivo del poema. Esta dificultad  explica la escasa huella que en nuestras letras han dejado en realidad el pensamiento estético y “la visión formal” que Roque tenía del poema.

Los noventa denunciaron las carencias imaginativas y el descuido formal de los 80. Una gran parte de estas denuncias fueron autocríticas hechas por creadores que habían sobrevivido a sus primeras ideas y a una guerra de más de diez años. En ese clima de críticas y autocríticas liberadoras situado en las encrucijadas de una nueva época, se empezó a denunciar la influencia literaria castrante de Roque Dalton. Por eso resulta extraño que se buscase el peso agobiante de dicha huella  en los temas y valores éticos de sus versos y no en una serie típica de procedimientos de estilo asociada a “la visión formal” que Dalton tenía del poema. Si los “formalistas” criollos  de los 90 se hubiesen basado en rasgos textuales para argumentar sobre la influencia literaria del poeta, se habrían percatado de que esta era mucho menor que el gran impacto de su ejemplo moral.  Los diversos Roques que hemos tenido en la historia reciente (las distintas capas de su mito radiante, los diferentes estratos de su leyenda negra) revelan cambios y conflictos, pero son también creaturas nacidas de nuestras limitaciones como lectores.

41 años después de su muerte, la comunidad literaria salvadoreña  no ha sabido capitalizar todavía la herencia del poeta asesinado en Mayo de 1975, saqueándola y traicionándola con personalidad e inteligencia. 41 años después de su muerte, la comunidad de los poetas aun no dispone de una visión compleja de la poética del “último rey de nuestra lírica” y sin ese cuadro de conjunto no es posible desarrollar un balance riguroso de las varias dimensiones y encrucijadas que encierra su obra. Ganaríamos mucho, si al menos nos diéramos cuenta del lugar en el cual estamos ahora en lo que atañe a la clarificación y capitalización de la herencia poética de Roque Dalton. Porque dicha sea la verdad, aun la necesitamos para sacudirnos esta fatua ingenuidad que hoy domina nuestras mentes. Y esto de ninguna manera supone que debamos imitarlo (ya lo dije, no es fácil y tampoco creo que sea posible aplicar mecánicamente algunos de sus planteamientos en una época  distinta). De lo que se trata es de alimentar nuestras aventuras creativas personales con el contradictorio libro de su experiencia vital  y verbal; de lo que se trata es de trascender el mito radiante y la leyenda negra que rodean al poeta, para abrir otras vías de acceso a su riqueza todavía sin herederos; de lo que se trata es de acercarnos, como hijos ya crecidos, al legado de su lucidez y de su ironía para que –por medio del diálogo con una de las experiencia más trágicas que ha tenido “la palabra” en nuestro mundo– adquiramos conciencia de cuáles son los difíciles caminos de la poesía en la que quizás sea, hoy por hoy, la ciudad en paz más violenta de la tierra.

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